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El ambiente humano

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Ilustración original de Antonio Pou (2024)

 

Hoy presentamos la última entrega de una serie de 16 artículos de Antonio Pou, todo lo cual estamos intentando llevarlo a un libro que hemos decidido publicar, porque si bien los textos de Pou varían entre la ironía, el humor y la teoría con enfoque innovador, todo lo escrito fue pensado para discutir entre venezolanos, pues nuestro amigo piensa que, si bien tenemos un país vuelto una catástrofe humanitaria, lo podemos reconstruir por nuestro potencial como pueblo. Pou siente que el espíritu emprendedor venezolano tiene más fuerza que el actual quietismo español. Veremos si logramos publicar en un país vuelto ñoña…a pesar de lo mal que esté el país, nosotros estamos seguros de que lo vamos a poder hacer porque Venezuela sigue siendo un país donde todo es posible… ¡cualquier idea que quieran aportar para dicho emprendimiento será bienvenida!

El ambiente humano

Por Antonio Pou, profesor honorario, Universidad Autónoma de Madrid

El humano

Me da la impresión de que la misma dificultad que yo tengo para visualizar grandes cifras la tiene mucha más gente. La estimación para 2024 de la población mundial es de 8.160.000.000 personas. Esos redondelitos, esos ceros, son símbolos que, si se saben interpretar, nos proporcionan una información precisa, pero dentro de un mundo simbólico. Sin embargo, la mayor parte de nosotros, para hacernos una idea de las cosas, necesitamos referencias al mundo cotidiano, aunque sean poco o nada precisas.

Desde hace años, e inspirado por las fotos de los Guerreros de Terracota de la tumba del primer emperador chino, Quin Shi Huang, se me ocurrió que, si se hiciese una escultura de barro de cada uno de los humanos a tamaño natural, y con ese mismo barro, amasado en una única pella, hiciésemos una enorme escultura de una persona que representase al “Humano”, nos podríamos hacer una idea intuitiva de la humanidad de hoy.

Dándole vueltas al asunto, vi que, usando la altura media del humano actual y multiplicándola por la raíz cúbica de la población mundial (asimilando el humano a un cilindro), tendríamos una aproximación numérica sin necesidad de mancharnos las manos de barro. Con datos que hay publicados de la estatura media de hombres y mujeres en cada continente y haciendo correcciones para tener en cuenta las alturas de niños y adolescentes, se llega a la conclusión de que la altura media actual debe andar por los 1,57 metros. Como no me fío gran cosa ni de esa cifra ni la de la población mundial, tras unas pequeñas correcciones, me quedo con la idea de que la escultura del Humano tendría unos 3.200 metros de alto, y así la he representado en la ilustración que encabeza este artículo.

De acuerdo con las estimaciones de biólogos que se dedican a estudiar las poblaciones, ese tamaño de escultura jamás lo había alcanzado antes ningún mamífero. Hoy parece que solo nos superan las vacas, porque es nuestra comida, y un poco por debajo de nosotros están las ovejas y cabras juntas. En cuanto al mundo natural, el tamaño de las esculturas de los grandes mamíferos y de las fieras, son una auténtica ridiculez al lado de la nuestra. Nuestra biomasa se estima que es mayor que la de las hormigas y parecida a la de las termitas y a la del Krill marino.

La escultura que debe ser impresionante es la de las bacterias. Hace años yo las metí todas dentro del dibujo de una cápsula como la de los medicamentos, pero gigante. Los cálculos de entonces dieron algo descomunal, algo así como 12 km de largo por 3 de diámetro. Pero desconocemos tanto sobre ellas que ni siquiera sabemos cuántas hay. Esos seres diminutos están por todos lados y son los auténticos habitantes primigenios del planeta. Incluso viven en las grietecillas de las rocas a kilómetros de profundidad, bajo los océanos, y salen bacterias en los sondeos profundos. Así que no es fácil hacerse una idea de cuántas hay. Tampoco es fácil hacerse una idea de cuánto mediría la escultura de los distintos tipos de vegetación porque hay pocos datos.

El jardín biosférico

Hace un tiempo me dio por intentar hacer un jardín digital, un Paraíso de esculturas de especies. Pero me topé con una falta casi total de datos. La idea era parte de otra mucho más ambiciosa que tiene que ver con el bidón que está en la ilustración, entre el Humano y el edificio Burj Khalifa (828 metros de altura, Dubai). Las siglas del bidón corresponden a “Annual Human Solid Waste”, que traducido sería “KK Humana Anual”. 

Faltarían por dibujar montones de bidones, envases y botellas para gases, repartidos en dos hileras: una sería la de las entradas biológicas y no biológicas anuales al sistema Humano y otra la de las salidas. Habría que hacer lo mismo para cada una de las especies o grupos de especies del Paraíso Digital, a fin de poder hacer un balance anual global de entradas y salidas por especies o grupos de especies. El humano tiene además todo el tinglado tecnológico, que no lo ingiere pero que es importante a nivel biosférico porque, además de servirnos, interfiere con el funcionamiento de una gran parte de los demás seres vivos. De momento dejo aparte ese asunto.

Cada especie obtiene todos los productos que están en su hilera de entrada de la hilera de salida de varias o muchas otras. Todo lo que nos nutre es reciclado porque no todas las especies, ni mucho menos, pueden aprovechar los flujos de materia sólida, líquida y gaseosa primaria que desprende el planeta. Por ejemplo, los humanos tenemos dificultad para asimilar directamente el hierro y por eso las anemias son frecuentes. Sin embargo, lo asimilamos bien cuando otros han ligado los átomos de hierro a grupos orgánicos (quelatos).

Si no hubiera vida sobre el planeta, los gases que exuda su interior producirían una atmósfera no apta para ser respirada por los mamíferos, y lo mismo ocurriría con las aguas. Es decir, la biosfera, a lo largo de millones de años, ha ido acondicionando los parámetros ambientales, haciendo posible la aparición de especies cada vez más sofisticadas, que necesitan unas condiciones ambientales más específicas. Esa labor de adaptación biosférica de gases y aguas es dinámica y se realiza constantemente, minuto a minuto. Si se interrumpe o va para atrás, repercutirá en las especies, o al menos en una parte ellas.

Las hileras de bidones, envases y botellas de gas, obviamente no tienen existencia real y son solo una forma de intentar visualizar los intercambios que realizamos entre especies a lo largo de todo el planeta. Todo lo que necesitamos y todo lo que desechamos, lo tomamos o lo volcamos al torrente sanguíneo común de la biosfera, en un soporte aéreo, acuoso o edáfico (suelos). El planeta proporciona la base de esa “sangre”, pero la biosfera la adecúa y transforma para el bien de sus socios. 

La biosfera cambia de sitio especies, aumenta y disminuye poblaciones, extingue y crea nuevas formas de vida para mantener el ambiente de la “sangre” dentro de los parámetros actuales, que son los adecuados para formas de vida superiores. El Humano, que es una de ellas, está interfiriendo ahora con esa labor, aunque desconocemos en qué grado, porque desconocemos la capacidad biosférica para manejar la situación.

Dado que los seres vivos, mirados por grupos, estamos fabricados con las mismas piezas básicas, da la impresión de que la biosfera debe ser un único ser, una entidad, o lo que a mí me parece más plausible, una cooperativa de seres vivos. Desde luego es una estructura funcional y tiene consciencia, al menos la suma de las consciencias de cada uno de los seres, o socios, que la integran. 

 

Un mundo de relaciones bioeconómicas

Mirando el funcionamiento de la biosfera, mi percepción es que se trata de un mundo de relaciones bio-económicas. El ambiente es un zoco donde se intercambia, compra, vende, se usurpa y roba. No hemos inventado nada. De hecho, lo hemos copiado tal cual, dejando en un segundo plano los elementos que nos hacen propiamente humanos, como la comprensión, la generosidad y la compasión.

En ese mundo bio-económico las cosas tienen un coste y un precio. Desde nuestro punto de vista parece que en la biosfera hay mucha duplicación, mucha falta de eficacia. Cada especie tiene un rol biosférico, la nuestra también, pero hay muchas especies parecidas. Es como si la biosfera tuviera siempre en marcha un “Fondo Por Si” (FPS) tal, o por si cual. En el corto espacio de tiempo de nuestra vida no lo percibimos, pero si viviésemos varios siglos nos sería obvio que el clima, por causas naturales, de vez en cuando varía sin pedir permiso. También, de vez en cuando, nos cae un pedrusco del cielo, un meteorito, y todo el mundo sabría que cuando a los volcanes les sienta mal la cena se ponen a vomitar. Si la biosfera no dispusiese de un fondo FPS lo pasaríamos muy mal.

La presencia de cosas y asuntos que son FPS nos ha dado la falsa impresión de que en la biosfera hay sobreabundancia de todo y que está a nuestra disposición, más aún cuando consideramos que somos los “reyes de la Creación”. Efectivamente está ahí para que los socios que lo necesiten puedan servirse de ello, pero es a cambio de que todo el mundo contribuya a su reposición. 

Nuestra economía hace como si no hubiera una economía biosférica que funciona en sus propios términos. Partimos de la base que todo lo que hay en la naturaleza es gratis, pero no lo es. Incluso la parte no biológica tampoco lo es porque al distorsionarla es altamente probable que estemos distorsionando alguna parte de la biosfera que está allí asentada o que tiene algo que ver con ella. 

Es evidente que nosotros, en tanto que especie biosférica, tenemos el mismo derecho que las demás a usar la parte biosférica y la parte planetaria (minas, canteras), pero el ser socios de la biosfera también implica obligaciones, de lo cual nadie quiere saber en la sociedad actual. Cada vez se oye menos hablar de la internalización de los costes ambientales, porque con los actuales procedimientos absorberían todos los beneficios que pudiéramos generar. Sin embargo, es de sentido común contribuir a que las aguas, los suelos y el aire no se descontrolen tanto que conduzcan a extinciones masivas, incluida la nuestra. 

Mientras éramos pocos y nuestros movimientos económicos eran reducidos, los FPS amortiguaban todo. Ahora la cosa es muy diferente, aunque no sabemos si nos estamos acercando peligrosamente al límite o no. Es decir, no sabemos cuál es el valor real de los costes y los precios que estamos manejando. No sabemos cómo funcionan los costes y precios biosféricos. Tampoco disponemos de un sistema de cambio para poder compararlos con los de nuestra economía. Flotamos en un limbo de ensoñación económica que tiene repercusiones muy reales.

Necesitamos números, no ideologías ni opiniones emocionales. Cuanto más tardemos, más nos acercaremos a situaciones de riesgo, si es que no estamos ya en ellas. No hay que dar pie a que cualquier día una comisión de especies llame a nuestra puerta y presente una factura que no podamos pagar. La biosfera no se anda con chiquitas y por menos de un quítame ese gen, te larga un expediente de extinción, en forma de bolsita rellena de una selección de virus variados.

Hasta hace pocos años, la gente de muchas culturas tenía una idea intuitiva de lo que acabo de decir. Dado que tampoco tenían datos, lo que hacía mucha gente era aplicar un mecanismo de prudencia, de sentido común, envuelto en mantos de creencias. No explotaban la totalidad de los recursos disponibles, respetando siempre una parte que no debían tocar, de acuerdo con la memoria lejana de amargas experiencias anteriores.

Huir del planeta

Esa prudencia se confunde ahora con ignorancia, y se ridiculiza, afanando ciegamente todo lo que está a la mano, aun sabiendo en el fondo que eso está mal. Hemos entrado en una fiebre consumista que no sabemos controlar. Ante esa realidad, los hay que, en vez de ponerse a una tarea difícil e incierta, dicen que “de perdidos al río”. Como alternativa, algunos plantean que lo mejor es prepararnos para emigrar y colonizar otros mundos, dejando éste, y a una parte de su población, a su propia suerte. “Vámonos a donde sea, a la Luna, a Marte o a Alfa Centauri (que son tres estrellas y mal será que en alguna de ellas no haya un planeta esperándonos con los brazos abiertos)”. No es de extrañar que una parte de los usuarios de los medios se interesen por las noticias de los exoplanetas con posibilidades de ser habitables.

Claro que esas opciones tienen sus pequeños inconvenientes. Por ejemplo, la de Alfa Centauri que está a 4,2 años luz. “Son pocos años luz, tampoco debe estar tan lejos”. Bueno, depende. Si usamos la tecnología actual, que permitió a la cápsula Voyager 1 abandonar el sistema solar, necesitaríamos unos 74.000 años para llegar. Si usáramos las últimas tecnologías, menos de 7.000 años. A todo esto, puede ocurrir que, dentro de 14.000 años, regrese a la Tierra una cápsula con seres de brazos y piernas cortitos, por la ingravidez, y grandes cabezas, con un mensaje que no entenderán los habitantes de ese momento y que los computadores de entonces traducirán como: “Nos han apedreado, y han dejado la nave totalmente abollada. ¡Qué brutos! Nos volvemos antes de que nos maten”.

Marte, que por lo menos tiene algo de atmósfera, nos ofrecerá unos primorosos cuchitriles para permanecer dentro permanentemente. Solo se podrá salir en algunos momentos enfundados en un traje especial. Una magnífica perspectiva de vida comparada con la de ver un atardecer tumbado en una hamaca entre dos palmeras de una playa tropical, saboreando un juguito. Somos biosféricos, hemos nacido aquí adaptados a este planeta, podemos ir a otros, de visita, pero nuestras proteínas, nuestro kilo y medio de bacterias que llevamos dentro, indican que somos Terra. Aquí tenemos mucho que hacer, por ejemplo, enmendar las actitudes y una parte de los estropicios que hemos hecho, y plantear nuevas y prometedoras formas de vivir. 

Tareas para un futuro inmediato

Ante todo, tenemos que conseguir que este planeta sea otra vez, al menos, SOSViable. Pero eso va a ser muy complicado y lleno de dificultades. De entrada, no se puede conseguir como muchos pretenden a base de decrecimiento. La altura que ha alcanzado la escultura actual del Humano se debe esencialmente a la contribución de su desarrollo tecnológico, aunque eso, a su vez, esté siendo fuente de todo tipo de desastres. 

Si queremos que el Humano retroceda a la era pre industrial, habría que recortar la población mundial a la décima parte y los que quedaran pasarían hambre y penalidades sin cuento hasta poder retomar un cierto equilibrio. Parece que hay gente que dice que no le importa y que está dispuesta a desaparecer en aras de la supervivencia de la biosfera. Que lo hagan si quieren y pueden, pero que no cuenten conmigo. Las personas que están en esa posición, o las que se auto asignan el papel de “cuidadores de la naturaleza”, creo que no han medido bien sus fuerzas porque la naturaleza ya se cuida a sí misma. Lo que hace falta es que apliquemos el sentido común y nos cuidemos a, y de, nosotros mismos, sin hacer imposible la vida de las demás especies.

Necesitamos la tecnología para que no se nos derrumbe la población mundial. Otra cosa es qué tipo de tecnología y cómo aplicarla. Estamos en una situación un tanto kafkiana en la que para resolver un problema creamos otro peor. Me explico. La potente industria que se había creado con motivo de la Segunda Guerra Mundial, estaba sobredimensionada para las necesidades que existían después del conflicto. Los automóviles y los electrodomésticos eran de muy buena calidad y duraban mucho, con lo cual el mercado no podía absorber la gran producción a precios competitivos, y sin ventas las fábricas no podían subsistir.

A algunos se les ocurrió una buena solución. Por una parte, convencer a los grandes fabricantes de que redujeran la calidad de sus productos, cosa que costó bastante trabajo porque formaba parte de su ética profesional. Por otra, convencer a la gente que consumir era patriótico porque mantenía en pie y desarrollaba la economía. Entre otras cosas, esa doble tendencia ha dado lugar al mundo de hoy, donde se produce una tecnología fabulosa que no puede quedar residente y estable para servir a la humanidad porque tiene que ser rápidamente sustituida por otra para mantener la competitividad de mercado y evitar la muerte económica.

Hemos adoptado una estrategia demencial e imposible de continuarla indefinidamente, que va acompañada de un coste energético cada vez mayor y mayor producción de residuos. A nivel humano, produce expectativas inalcanzables y por tanto, frustración inevitable. Y eso, a nivel mundial, tanto en los países de bajas economías, porque también sueñan con las expectativas, como en los de altas, porque el sistema, pese a todos los recursos que trasiega, no puede evitar la frustración. Ese proceso funciona a un nivel mucho más básico que el de las ideologías, y al mismo tiempo se nos ha enquistado por debajo de la piel.

Imagino que la salida de esta situación se hará a varios niveles. El principal es el choque de las sociedades humanas con la realidad del funcionamiento de la biosfera (cambio climático y otros). El siguiente es el cambio de actitudes individuales y colectivas que, aunque es un proceso que lleva generaciones, puede que se vea acelerado por el nivel anterior. El último nivel es el del avance de la propia tecnología con la incorporación progresiva de la racionalización en objetivos y procedimientos, desconectándolo del fuerte vínculo que tiene actualmente con los mercados especulativos. También imagino que para entonces estos habrán evolucionado por efecto de los cambios en los dos primeros niveles.

Según lo que vemos aproximarse, la perspectiva es que necesitaremos cada vez más energía, no menos, aunque podemos racionalizarla mucho no banalizando su uso. Por ejemplo, el 90 % de la población mundial parece que usa teléfonos smartphones con cámara. Todo el mundo hacemos fotos indiscriminadamente, la mayor parte de ellas perfectamente evitables, sin tener en cuenta que detrás de cada una de ellas hay un coste energético. Parecería ser el chocolate del loro, pero al multiplicarlo por la proporción de la población mundial que lo usa se ve que no lo es, y cada día hay más asuntos del mismo estilo.

Estaría muy bien tratar de disminuir las emisiones de CO2 y para eso están aparentemente los pactos y acuerdos internacionales, pero el hecho es que desde que se firmaron hace casi treinta años, las emisiones de CO2 no han parado de aumentar. Bajo las premisas actuales si no hay crecimiento económico, se produce un decrecimiento que da lugar a crisis de todo tipo, y para crecer hace falta tecnología y energía. Así que, mientras no cambiemos el chip de nuestros cerebros, cosa nada fácil, seguiremos incrementando el gasto energético. 

Si no queda otra más que crecer y crecer ¿hasta dónde y cuándo?, al menos que no incremente el cambio climático, así que toca más de nucleares y llegar lo antes posible a las energías de fusión. Evidentemente, habrá un aumento del riesgo, lo cual quizá nos fuerce a ser un poco más conscientes. No es la tecnología ni la organización social lo que tiene que cambiar, sino nuestras actitudes, que es lo que está en la base de la situación actual.

Herramientas para el cambio

Cada uno de nuestros cerebros son, unos más, otros menos, jaulas de grillos. Afortunadamente, nuestros pensamientos no se externalizan mucho, pero intentar poner orden en casa propia (la cabeza) ya requiere un cierto esfuerzo, así que ponerlo en la grillera del Humano es tarea imposible por el momento. Al menos podríamos ordenar y revisar lo que sabemos y hemos puesto por escrito —que es muchísimo, para tener una idea de dónde estamos y a dónde nos conviene ir.

Hace algunas décadas, si te interesaba un cierto campo de conocimiento, podías con cierto esfuerzo, mantenerte razonablemente al día. Hoy, tanto en el mundo técnico como en el científico o el social, esa es una tarea imposible. Nadie tiene tiempo suficiente para leer todo lo que se publica en su campo, ni cerebro suficiente para asimilarlo. El resultado colectivo es que estamos inundados de información que se genera a ritmos rapidísimos y, sin embargo, está ocurriendo una deriva importante hacia la ignorancia. Nuestra clásica manera cerebral de comprender es comparar, lo grande con lo pequeño, el pasado con el presente, etc., usando nuestra memoria, la cual, junto con la intuición, son los únicos procedimientos para guiar nuestras decisiones y enfocar el futuro. Esta herramienta extraordinaria resulta hoy insuficiente para beneficiarse de la información disponible.

Afortunadamente, los procedimientos de Inteligencia Artificial están avanzando y dentro de no mucho permitirán hacer síntesis e interpretaciones con mucha mayor rapidez que nuestros cerebros. Lo que por ahora vemos es solo un esbozo chapuza de sus posibilidades. Sus técnicas básicas hace tiempo que se vienen utilizando de forma habitual en muchos campos. Lo que ahora ha ocurrido es que han aparecido algoritmos que son capaces de poner cosas en forma de expresión escrita, oral, o gráfica, de forma bastante convincente. Otra cosa es la calidad del contenido, porque éste depende de qué información se ha aplicado para entrenar el mecanismo, y ahí queda aún un mundo por hacer.

Como siempre, la parte más superficial del invento es lo primero que llama la atención del público y ahora realizar búsquedas en internet usando IA se ha convertido en lo habitual, aunque para la gran mayoría de las búsquedas basta y sobra con los procedimientos anteriores, que consumían la décima parte de energía. Así que la IA ha producido un fuerte repunte del consumo energético, y más que va a venir. De un plumazo, en un instante histórico, nos hemos cargado todos los esfuerzos que se han venido haciendo en los últimos años para ahorrar energía y disminuir emisiones de gases contaminantes (si es que esos esfuerzos eran realmente honestos, lo cual no está claro). Pero es lo típico del funcionamiento humano: miramos los milímetros de lo que estamos midiendo, pero nos olvidamos de los kilómetros. Además, la IA parece magia de Harry Potter, y eso fascina, aunque sepamos que es falsa.

Así que la IA ha llegado para quedarse e incrustarse, aún en los hábitos de los que ahora están en contra de ella. La IA es una gran ayuda para poder usar la mente del Humano 2024 y será imprescindible para manejar la de los años venideros. Claro que, para que la IA pueda aprender aquello que necesitamos habrá que confesarle todo, hasta aquello que un día prometimos que no le contaríamos a nadie. Cuanto más alto sea el Humano, menos libertad individual tendremos. No hay otra. Para el individuo, el espacio de libertad real es interno, como siempre ha sido.

Hay que aclarar que la IA, comparándola con nuestro funcionamiento cerebral, es una herramienta muy útil dentro del campo que he venido a llamar funcionamiento tipo hemisferio izquierdo, porque ha sido diseñada desde ese campo. Ese es el campo del razonamiento, un terreno de juego que a los humanos se nos da muy bien (aunque no a todos por igual), pero a condición de que movamos muy poquitas piezas cada vez. En cuanto son más de un puñado se nos atascan las neuronas. Sin embargo a la IA no se le atascan, porque a diferencia de nosotros, puede disponer de memorias digitales enormes. Así que la IA es una ayuda magnífica.

Además, se están diseñando piezas nuevas para la IA y enseñándola a manejar asuntos que suelen ser tareas que aborda muy bien nuestro hemisferio derecho. Por tanto, es de esperar que en pocos años se disponga de una IA que abarque gran parte de las funciones de nuestro cerebro. Pero hay partes de nuestro sistema cerebral que no se sabe bien en qué consisten y hay quien duda que incluso residan en nuestro cerebro. Son cualidades realmente humanas que la IA no tiene y que nunca deberíamos dejar que tuviera, porque entonces sí que nos convertiríamos en esclavos auténticos.

La función propia del cerebro humano: aprender

De todas formas, hay miedo a perder la libertad cuando ya hace mucho que la perdimos. Eso fue cuando adoptamos el trabajo como sufrimiento y no como forma de interacción y realización personal. El asunto, como yo lo veo, es ser conscientes de lo que hacemos. Ese es el trabajo real y el campo infinito de la libertad personal. Eso se puede hacer igual con un oficio de friegaplatos, de desatascador de alcantarillas, de ministro, o de ejecutivo. Si a ciertos oficios le quitas eso que llaman glamour, lo que queda es un ser humano tratando de hacer las cosas lo mejor que sabe o puede; y ahí se aprende. Dicen que el objetivo del ser humano, como diferente de todos los demás seres biosféricos, es aprender, para lo cual está especialmente dotado.

Sin embargo, maldecimos el trabajo, lo identificamos como mecanismo de esclavitud, y tratamos de compensarlo con entretenimiento y disfrute: 2/3 de esclavitud, un poco de descanso y en cuanto podemos disfrute a tope, hasta donde llegue el dinero. Deseando llegar a la jubilación para liberarse de la esclavitud del trabajo (“Ahora, a disfrutar”, me dicen, y yo pregunto ¿cómo?, si ya no tengo apetito sexual, me canso, no puedo beber ni comer lo que quiero porque el cuerpo no lo admite y vivo a base de pastillas y médicos ¿dónde está el disfrute?). Me da la impresión de que la tónica de la sociedad actual es una manera estupenda de malgastar la existencia que te ofrecieron para poder aprender.

Algunas servidumbres innecesarias

Consecuencia de esa espantosa manera de entender el trabajo y de atarse uno mismo a cadenas antes de que nadie hable de ponértelas, es el tipo de ciudades fantasiosas, monótonas e invivibles que estamos creando. La inmensa mayoría de ellas parece que se inspiran en las metrópolis chinas, que han sido construidas contando con una población destinada al trabajo bajo el binomio de autoesclavitud/entretenimiento. Las urbes de hoy constan de unos cuantos edificios de arquitectura deslumbrante y todos los demás alienantes. Si la comunidad es rica, masas de chalés unifamiliares. Si no lo es tanto, bloques y bloques de edificios todos iguales y jardines de bajo o nulo mantenimiento.

Las ciudades actuales se convertirán en cepos desagradables en cuanto la situación económico-social presente dificultades. No generan la comida que necesitan, no hay centros de trabajo a los que poder acudir a pie, posiblemente tampoco haya centros educativos a distancia razonable. Todo está pensado para grandes consumos energéticos, para transportarse a algún sitio en cuanto se pisa la calle. No hay barrios, no hay vivencias humanas, no hay miniciudades relativamente autónomas con características que las haga especiales. Ya se cuenta con que la urbe es invivible y que hay que salir de estampida a respirar aire y libertad los fines de semana, habitualmente provocando grandes atascos que siguen tirando de las largas cadenas de la gente.

Nuestras mentes, nuestros cuerpos, son como maquinitas biotecnológicas. Funcionan por una mezcla de procesos eléctricos y químicos y, como cualquier aparato, nosotros también necesitamos que el voltaje de nuestras células y los equilibrios físico-químicos sean los adecuados para poder funcionar correctamente. Por no atender a las sutiles, y a veces no tan sutiles, peticiones de auxilio de nuestro cuerpo, es habitual, sobre todo en ambientes urbanos, que el nivel de intercambios gaseosos dentro de los pulmones no sea el adecuado, ni el de electrolitos y nutrientes. Con lo cual el cerebro no está “limpio”, ni puede razonar en condiciones.

Por otra parte, es habitual ingerir a lo largo del día muchas sustancias en proporciones que tampoco son las adecuadas, lo cual interviene también en el funcionamiento cerebral. No se considera que ni respiración ni ingestas tengan algo que ver con nosotros, con nuestras vidas, con nuestra forma de pensar. Pero la realidad es que la condicionan a la totalidad. Vamos habitualmente fuera de punto, rogando que alguien o algo nos eche una cadena al cuello. Eso sí, echamos la culpa a la vida, al gobierno, a la sociedad, a los malos de la película, sin pararnos a pensar (porque no estamos en condiciones de hacerlo) que algo debe tener que ver con nosotros y que, si atendemos primero a las peticiones del cuerpo y de la intuición, quizá mejore en algo nuestra situación.

Los temas ambientales no suelen ser causa sino una consecuencia de muchas cosas, y en los artículos anteriores he ido pasando revista a una parte de ellas. Creo que todos, ambientalistas y no ambientalistas, necesitamos cambiar muchas actitudes para que las cosas mejoren. De ahí que haya llamado a esta serie “Otro Ambiente”.

¿Misión biosférica?

Una última reflexión. La biosfera, en su conjunto, es un ente vivo que viaja por la galaxia cabalgando a lomos del planeta Tierra. Es de imaginar que cada una de las especies cumple un papel concreto, alguna función biosférica. Dada nuestra capacidad de comprender, de hacer y de enredar, da la impresión de que nuestra función biosférica natural sería hacer de cerebro, extendiendo las funciones de la IA a algo que fuese como una IAB (Inteligencia Artificial Biosférica). Para ello necesitaríamos aprender el oficio y ponernos al servicio de la biosfera, no al contrario. Es decir, en vez de “reyes de la creación” tendríamos que aceptar de buen grado convertirnos en “sirvientes”, que sería la adaptación al momento actual de un concepto muy ancestral. Lo que ocurre es que “servir” no es fácil en absoluto. Imagino que nuestra primera tarea sería aprender a agachar la cabeza y a enmendar nuestras actitudes, así como —si es posible, arreglar algunos de los destrozos que hemos hecho hasta ahora.

Con mis mejores deseos y simpatías para todos aquellos, aquellas y aquelles que estén o se incorporen ahora a la tarea y con mi mayor agradecimiento a todos los que nos precedieron. 


 

El articulista de hoy fue miembro de la delegación Española que participó en los tres primeros años del IPCC (el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas), también integró el Comité Directivo y en el Grupo de Respuestas Estratégicas. Actualmente realiza investigaciones sobre análisis automático de la circulación general atmosférica por medio de imágenes satelitales

 

Ambiente: Situación y retos es un espacio de El Nacional coordinado  por Pablo Kaplún Hirsz

Email: [email protected], www.movimientoser.wordpress.com 

 

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