Por Pablo Kaplún Hirsz
El 5 de junio es el Día Mundial del Ambiente. La noción de ambiente se asocia generalmente a lo rural pues allí hay más naturaleza que en el mundo urbano. Este año queremos dedicar unas líneas a un problema que asola a los dos países donde más leen esta columna: España y Venezuela.
Es sabido, es una tendencia mundial el hecho que el mundo rural hoy día se está despoblando y la gente tiende a vivir en grandes ciudades. Venezuela vive esta tendencia aproximadamente desde la muerte del dictador Juan Vicente Gómez en 1935, años también, poco más o menos, en que el petróleo se hizo definitivamente el motor de la economía del país y el café y el cacao pasaron completamente a un segundo plano. Sin embargo, en los años de democracia liberal vividos en el país entre 1958 y 1998, se invirtieron millones en procurar detener esta tendencia y todas esas políticas terminaron en el fracaso. Los barrios de cinturones de miseria fueron la norma que marcaron la pauta de a dónde iba a parar la población del país en su mayoría. Populismo y democracia jamás deberían haber sido manejados como sinónimos.
En España en años contemporáneos la tendencia fue más o menos igual. Si bien hoy no vemos ni en Madrid ni en Barcelona, grandes barrios de chabolas -dada la gran inversión de fondos europeos invertidos para la transformación de estas dos urbes- éstas si se vieron por décadas pues fueron dichas dos grandes ciudades el destino de millones de habitantes de los pueblos pequeños a donde fue a parar la población expulsada del campo por las pocas oportunidades que ofrecía la ruralidad a sus gentes. Algunos de los emigrantes se lanzaron a tierras lejanas, entre ellas Venezuela.
El país caribeño en años recientes sumó un problema adicional en temas migratorios; en un éxodo no conocido en país alguno que no estuviese en guerra, más de 6 millones de sus connacionales en tiempo récord terminaron en el exterior como resultado de unos pocos años de revolución política interna. Hay quienes piensan que esa gigantesca despoblación muestra el fracaso de dicha revolución, hay también quienes sostienen lo contrario: en realidad este no es ningún fracaso sino más bien el éxito de una política deliberada para despoblar a la nación de posibles opositores o debilitar a estos al máximo, cosa de lograr un control total de las riquezas de la República y la eternización en el poder de sus detentores de hoy en día por la vía de la desarticulación total del tejido social del país. Atribuir la oleada migratoria a la existencia de sanciones económicas resulta poco serio cuando ésta comenzó en masa en 2013 mientras que las aplicaciones de las restricciones a la economía venezolana se aplican desde 2017. Quizás solo pudieron entonces agudizar las condiciones, pero no son la causa inicial de la ola.
Muy recientemente, es Caracas la ciudad destino de una nueva ola migratoria interna, pues la nueva política económica del país solo logra crear un efecto de burbuja económica en la capital del país.
Hay varias naciones europeas donde la modernización no ha significado el nivel de despoblamiento del campo español. En Alemania, por ejemplo, existe todo un tramado urbano interno en una red armónica de ciudades intermedias y pequeñas; Berlín, si bien es la más grande ciudad del país, no supone un desequilibrio tan marcado con respecto a esas localidades intermedias. En España las ingentes cifras gastadas en programas anti despoblación han resultado un notorio fracaso, a no ser que se vea como éxito que unos pocos atrevidos hayan sabido disfrazar de ruralización el construir viviendas en zonas poco pobladas pero que nunca llegarían a utilizarse realmente, en una jugada que no era otra cosa que vender con hipotecas de dudosa calidad.
Lo dicho anteriormente no supone meter en un mismo saco a todos quienes han intentado atacar el problema de la despoblación española, evidentemente entre los muchos que han procurado esfuerzos hay gente muy seria y en algunas provincias que enfrentan el problema incluso se han involucrado en años recientes reconocidas universidades e instituciones que intentan atacar el tema con ópticas innovadoras. Entre ellas está el ofrecer a las poblaciones rurales no sólo fuentes de empleo sino también posibilidades de acceso a comodidades de la vida moderna en la plena ruralidad como lo es el acceso a Internet de calidad o la alta tecnificación de procesos agrícolas, promoción de servicios rotatorios de abastecimiento y fortalecimiento con funciones a ciudades intermedias como el funcionamiento de hospitales. En los nuevos esquemas, un nuevo concepto de turismo rural también tiene un importante papel que jugar. Y ya algo se ha venido logrando, ahora hay quienes emigran de la ciudad al campo. Impresionante es que prestigiosos profesionales y jóvenes emprendedores venezolanos aparecen involucrados en las nuevas políticas, quizás nuestros connacionales tienen mucho que decir sobre el tema: el saldo más doloroso de la emigración es el desarraigo, de ello muchos venezolanos hoy podemos dictar cátedra, algo que era impensable hasta hace pocos años para quienes tenemos esta nacionalidad como carta de presentación.