OPINIÓN

Desde el corazón de las tinieblas

por Jerónimo Alayón Jerónimo Alayón

La vida es imponderable. No se la puede medir o pesar. Tampoco es previsible. Está poblada de circunstancias que hacen de ella una masa informe y cambiante a cada instante. Justo en ello radica su belleza: en su inconsistencia. Hay, sin embargo, quien se empecina en darle forma y meterla en un molde… la cuadratura del círculo. Estas son las personas que con mayor frecuencia se agrian y agrisan, las que juegan a ponerle collar y bozal a la vida para sacarla a pasear por la tarde, justo antes del ocaso.

Vivir es otra cosa. Se parece más a estar tras el timón de un barco en altamar y en medio de grandes y embravecidas olas. Sentir la pasión de no saber si girar a babor o estribor ante la siguiente montaña de agua. Experimentar esa mezcla de temor y regocijo que proporciona saber que, poco o mucho, hemos arriesgado, todo lo cual implica que no se puede vivir desde el miedo a vivir.

Hay quienes toman decisiones cómodas. Se apoltronan frente a la TV de sus vidas y manipulan apaciblemente su control remoto. Un problema de la modernidad líquida es, paradójicamente, la comodidad. Otra prerrogativa de nuestra modernidad es la apariencia de riesgo, eso que se llama riesgo calculado, lo cual es un oxímoron. Si está calculado, ya no hay riesgo. No existe tal cosa como una aritmética del riesgo. Este implica incertidumbre y angustia. El riesgo es una condición existencialista y constituyente de la vida.

Volviendo a la comodidad, ¿cuántas decisiones se toman por miedo a sufrir? Por temor a padecer amando, ha surgido esa versión posmoderna y acolchada del amor que es el amarse a sí mismo. No está mal quererse, pero nadie sufrirá consintiéndose un poco. Amar a otra persona supone cierto grado de angustia, pero también implica tener conciencia existencial de su sentido en nosotros.

Asimismo, es común el miedo a comprometerse con los que sufren. De eso se encargará el 911. Con frecuencia se oye remarcar la diferencia entre intervenir y acompañar en cualquier situación de infortunio. El problema es que no suele hacerse ni una cosa ni la otra. Y quien acompaña acostumbra hacerlo en la tónica de distraer al afectado de su dolor, no en la de vivirlo con él.

No pocos sienten pánico de sumergirse en el caos del otro. Es preferible entregar una ayuda monetaria a una institución que sacar algo del propio tiempo para ayudar de un modo concreto y comprometido. Un informe de la ONU sobre el voluntariado en 2022 establecía que apenas 14,3 % de la población mundial participa en acciones de voluntariado informal. Un lamentable índice que dice mucho del talante de nuestra modernidad.

Vivir es sufrir. Quien lo niegue no ha vivido a fondo: es un surfista de la existencia. Vivir supone amar, entregarse, comprometerse, ser defraudado y defraudar, equivocarse (y no trivialmente), destrozar el barco creyendo que íbamos a coronar una heroica maniobra, recoger los restos del naufragio y seguir, detenerse y subir a bordo a quien ya no tiene timón ni velas, y todo esto no se puede hacer sin exprimir las entrañas.

Cuando se conversa con personas que han vivido así, se percibe en ellas una suerte de lejana serenidad. Son marinos experimentados. Hablan con el reposo que da, precisamente, haber vivido. No es un asunto de años, sino de riesgo en la entrega. Hay que decirlo: no hay aritmética del riesgo cuando uno se entrega a alguien, a una causa o un proyecto. Saber que se puede perder todo o mucho —incluso la vida— es la constatación de que se está viviendo a plenitud.

No suele considerarse así, pero aquello por lo cual se puede perder la vida es, a menudo, lo que más sentido le otorga a esta. No se habla aquí de perder la vida como sinónimo de morir, sino de todo aquello que podría suponer un desperdicio de tiempo. Pasarse veinticinco años enseñando en una universidad tercermundista quizá sea, para algunos, lo más parecido a perder la vida —en el sentido camusiano—. Para mí, no. Allí, en el «corazón de las tinieblas», he otorgado a mi vida parte de su sentido: aspirar a la excelencia desde mucho más abajo, y elevar a mis alumnos a ella.

@ JeronimoAlayon