Cuando recordar no pueda,
¿dónde mi recuerdo irá?
Una cosa es el recuerdo
y otra cosa recordar.
Antonio Machado
Al Pbro. Joel Matheus. A mi madre, in memoriam.
La noche del 16 de enero de 2016 mi madre cruzó —para luego regresar al cabo de dos semanas— el umbral de la demencia vascular. Un pequeño ACV, tan silencioso, fue su pasaje. Apenas un día antes estaba entre nosotros, lúcida. No se había mudado del todo al limbo, hasta que finalmente lo hizo durante ese medio mes. Nuestro día a día se volvió muy complejo. De un lado, las cosas sencillas: el conejo que daba saltos, la perra que hacía cabriolas, el café de media tarde. Del otro, lo lacerante: una galería de seres fantásticos que solo ella podía ver y que la atormentaban, el insomnio (de todos), los delirios, el olvido…
Hay dos fechas de defunción en la demencia vascular. Una sobreviene el último día de vida. Otra ocurre antes, el último día de cordura…Por tanto, hay dos duelos.Pero lo que me motiva a escribir este artículo no es la pérdida de facultades cognitivas de mi madre y el modo como, en aquel tiempo, los médicos lucharon contra ello. Hay algo más, y tiene que ver con el amor que ha perdido la asistencia de la memoria y de la abstracción racional. Mi madre ya no echaba en menos el amor ausente ni se resentía del pasado. Solo sentía el amor presente: un abrazo, la mano tomada, un regalo, una sorpresa, la galleta que le gustaba.
Surge, pues, una verdad de Perogrullo: la temporalidad del amor es el presente. No reparamos en ello porque al evocar podemos recordar que fuimos amados y sentirlo con tal fuerza como si fuera actual. Sin embargo, no se puede amar en pasado… solo rememorarlo. Otro tanto ocurre con el futuro y el afecto que soñamos entregar. No existe. Únicamente el presentismo del amor lo actualiza. Cuando perdemos las facultades de la memoria y la abstracción, toda entrega que no es presencial… no está más.
La capacidad que tenemos para reconocer que alguien nos ama a pesar de la distancia desaparece con la demencia senil. El amor en ausencia es una abstracción mental que deja de serlo cuando la mente ya no puede concebirla, puesto que aquel se alimenta de argumentos que se desarticulan en la persona que padece esta afección.
El amor solo es y existe en su presentismo. Lo demás es inasible. Es bueno saberlo para entender la importancia del momento actual. A veces me duelo de hablar con personas que me hacen sentir postergado ante el teléfono móvil, la tableta o el computador. Vivimos un absoluto desprecio por el tiempo presente como continente del ser real. Hemos devenido en entes virtuales, casi ficticios, y creemos que todo será recuperable desde una aplicación del smartphone. No cuestiono tales herramientas, que son fantásticas, sino nuestra descomunal torpeza para utilizarlas.
Creo que no exagero si digo que nunca antes se menospreció tanto el presentismo de la otredad. Desatendemos el encuentro contemporáneo con el otro paraocuparnos de la extemporaneidad de otros en nuestros dispositivos móviles. También nos hemos acostumbrado a deglutir las abultadas cifras de homicidios o de las monstruosas violaciones de los derechos civiles de poblaciones enteras sin que por ello se nos produzca ni el más leve espasmo esofágico.
Así pues, se trata de una vergonzosa cosificación de las personastras los guarismos de una fría estadística social. Si algo he aprendido leyendo sobre los campos de exterminio nazi es que los números no aman ni odian… y no mueren: el número de un reo muerto pasaba a estar en el brazo de otro vivo. Las cifras nunca darán cuenta exacta de la tragedia humana.
Cuando la demencia senil reclama a su pasajero, no resta tiempo para tanta abstracción sobre la vida y lo que podríamos hacer para restañarla. No es el momento, por consiguiente, del mundo, sino de ese limbo que toca a algunos. Más que mirada al exterior, la vesania es eterno ensimismamiento. En ella todo se hace intrascendente porque ya no hay conciencia de la sucesión temporal. Apenas queda nada del Chronos y del Kairós griegos, puesto que su temporalidad deviene aiónica, presentismo puro… como quizás sea la eternidad. Cabe, entonces, preguntarse: ¿vale la pena desperdiciar tanto presente mientras aún podemos atesorarlo en la memoria? Y cuando ya no podamos recordar… ¿qué recuerdo seremos para los demás? ¿Acaso el de alguien que solo miraba un aparato…?