Por Alfredo Portillo *
En la actualidad el mundo atraviesa por una crisis, a la que algunos le han dado el calificativo de sistémica, con implicaciones climáticas, ambientales y alimentarias, y cuyos impactos son sufridos en mayor medida por los países más vulnerables, aquellos que no tienen capacidad para reaccionar a los embates de altas precipitaciones, altas temperaturas, inundaciones, sequías, incendios, huracanes, o cualquier otro evento de carácter desastroso.
Dentro de toda esta ecuación, hay un aspecto que tiene implicaciones tanto desde el punto de vista de las causas, como de las consecuencias, y se trata de las actividades de producción de alimentos de origen vegetal y animal. El caso es que las actividades agrícolas y pecuarias en muchas ocasiones están asociadas a procesos de deforestación, contaminación del agua y del aire, emisión de gases de efecto invernadero y afectación de la salud humana, y por otra parte, la producción de alimentos de origen vegetal y animal se ve afectada precisamente por eventos desastrosos, como los antes mencionados.
Como se sabe, en la década de los cincuenta del siglo XX se dio inicio a lo que se conoce como la Revolución Verde, que implicó la incorporación de nuevos métodos y nuevas tecnologías en los procesos de producción agrícola, así como también el uso de plaguicidas o agrotóxicos, lo que ha redundado, por una parte, en el incremento sostenido de la producción de alimentos, pero por otra parte, en un manifiesto daño a los suelos, la biodiversidad, los ecosistemas y la salud de los trabajadores agrícolas, constituyendo el modelo de agricultura industrial.
En vista de lo anterior, en la década de los setenta del siglo XX comenzó a surgir un enfoque diferente de las actividades agrícolas y pecuarias, que apuntaba a considerar los espacios agrícolas como ecosistemas agrícolas, con el objetivo de revertir los daños que el modelo agroindustrial venía ocasionando. Es lo que se conoce en la actualidad como agroecología, cuya definición amplia implica verla como una disciplina científica, como una práctica agroproductiva y como un movimiento sociopolítico.
El uso creciente e indiscriminado de plaguicidas o agrotóxicos ha sido uno de los pilares del modelo de agricultura industrial. Estos incluyen insecticidas, fungicidas, herbicidas, acaricidas y defoliantes, entre otros. Debido a los daños colaterales que estos han ocasionado, tanto al ambiente como a la salud humana, se ha producido una reacción generalizada en diferentes países del mundo. Incluso, el 3 de diciembre de cada año aparece en el calendario como Día Internacional del No Uso de Agrotóxicos, para recodar a las víctimas de la tragedia de Bhopal (India), ocurrida en 1984, la cual fue provocada por un escape de sustancias químicas en una fábrica de agrotóxicos.
Como alternativa a los agrotóxicos, el modelo agroecológico plantea el uso de los llamados bioinsumos y abonos orgánicos, entendiendo que los primeros son productos derivados de microorganismos (bacterias, algas y hongos) y partes de plantas (hojas, flores, tallos y raíces), por lo que se habla de biofertilizantes, bioestimuladores y bioplaguicidas; mientras que los segundos son compuestos obtenidos a partir de la degradación de residuos de origen vegetal, animal y mineral, para ser incorporados al suelo.
En el punto en que se está, de este fin del primer cuarto del siglo XXI, se puede decir que existe una suerte de coexistencia entre el modelo de agricultura industrial y el modelo agroecológico, pero también existe una pugna entre ambos modelos, ya que al final de cuentas, todo tiene un contexto territorial, y el uso de bioinsumos y abonos orgánicos en un territorio especifico, significa el no uso de agrotóxicos en el mismo.
Si bien es cierto que el modelo agroindustrial y el uso de agrotóxicos siguen teniendo una presencia importante en todo el mundo, no es menos cierto que la agroecología y el uso alternativo de bioinsumos y abonos orgánicos se difunde cada vez más, y ya son innumerables los centros académicos, empresas de producción, organizaciones ambientalistas, productores agrícolas y personas de manera individual, los que están impulsando el modelo agroecológico, conquistando territorios y colocándoles la marca de “libre de agrotóxicos”. La carga ideológica y de militancia que está detrás del modelo agroecológico, le imprime una fuerza adicional, en tanto que se tiene claro cuál es el horizonte hacia donde se debe avanzar. Posiblemente, el único horizonte que queda.
*Alfredo Portillo es Profesor Titular en la Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela. Correo: alportillo12@gmail.com
Ambiente: Situación y retos es un espacio de El Nacional coordinado por Pablo Kaplún Hirsz.
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