Por Antonio Pou¹
Hace años, un amigo mío me pidió que definiera con una sola palabra mi opinión sobre un libro que acababa de publicar. El libro estaba bien escrito, el contenido era bueno, pero tenía aspectos que para mí resultaban incoherentes y contradictorios. Enjuiciar el libro, que era complejo, usando una sola palabra, me resultaba imposible porque requería ser analizado desde distintos puntos de vista. Mi amigo insistió en su demanda, ya de una forma un tanto impositiva, y yo solté la primera palabra que pasaba por mi mente. De momento se quedó estupefacto, rumió durante días mi juicio sumarísimo… y unilateralmente interrumpió la amistad. Así aprendí dos cosas: que simplificar lo complejo sale caro y que hay ocasiones en las que vale más salirse por la tangente.
Con el paso del tiempo, voy dándome cuenta de la complejidad de este planeta y de las piruetas que hace nuestro cerebro, compacto y limitado, para gestionar nuestra existencia. Si intentas averiguar cómo funcionan las cosas y te pones a experimentar y analizar todo con mucho detalle, descubres que hasta las cosas más simples son en realidad muy complejas. Somos nosotros los que las simplificamos, y mucho, para poder tomar decisiones, dado que somos incapaces de manejar la maraña de relaciones que, potencialmente, nuestro cerebro puede percibir, identificar e imaginar.
Somos expertos en simplificar. Simplificamos una y otra vez lo que ya habíamos simplificado, hasta dejar la realidad reducida a unos y ceros, a blanco y negro; ahí ya es más fácil decidir. Por supuesto, con cada simplificación perdemos una parte de la realidad de las cosas y con facilidad nos encontramos manejando asuntos que no tienen ni pies ni cabeza. Saber tomar decisiones equilibradas sobre asuntos reales es un arte que vamos aprendiendo en la vida a base del conocido método científico de “ensayo y horror”.
La sociedad funciona a base de estandarizar muchos de esos procedimientos de simplificación. De esa forma se nos evita la penosa tarea de tener que estar todo el rato pensando, discriminando y decidiendo. Eso nos permite ir mucho más deprisa, aunque no sepamos a dónde vamos. Asumimos implícitamente que la realidad es inmutable, que la podemos enlatar y poner etiquetas, pero vivimos en un universo muy dinámico en el que las cosas cambian rápidamente con el paso del tiempo, así que muchas latas de las que habitualmente usamos están roñosas e hinchadas.
No todo se puede meter en latas y al enlatar lo no enlatable estamos fabricando realidades, lo cual nos encanta. Algunas las fabricamos a nivel individual, aunque en el fondo solemos sospechar que pueden ser ficticias. Sin embargo, las colectivas, las sociales, como es mucha gente la que las comparte, las damos por verdaderas sin más reflexión. Por ello los sociólogos hablan de “la construcción social de la realidad”² (CSR).
Encontramos ejemplos de CSR por todos los lados. Precisamente en estos días (diciembre de 2023) se ha estado celebrando en Dubai la COP28, la 28ª conferencia de las partes del Convenio Marco sobre el Cambio Climático que se firmó en Río en 1992. Como es un asunto que nos atañe a todos, porque el clima no hace distingos ni sociales ni personales, creo que merece la pena dedicarle algunas observaciones y reflexiones que tienen que ver con los procesos de simplificación.
El asunto de la COP28 comenzó en 1988, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas encargó a dos de sus organismos, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), que organizasen un panel de expertos (el IPCC) para analizar el impacto de las actividades humanas en el clima. Mi país (España) envió a la primera reunión del IPCC a una delegación de dos expertos, siendo yo uno de ellos. Durante los tres primeros años del IPCC tuve el privilegio de ver muy de cerca su puesta en marcha, contemplar sus entresijos y participar en la redacción del Convenio Marco.
Desde hace muchas décadas, los científicos vienen tratando de desenmarañar los procesos naturales que hacen que, en cada lugar, el tiempo de cada estación sea parecido de unos años a otros. Como el clima es algo tan familiar, cuesta hacerse a la idea de su enorme complejidad. Algunas de las claves de esa complejidad tienen que ver con lo que pasa a nivel del suelo, otras con el interior terrestre, con lo que pasa en toda la atmósfera y con el espacio exterior, incluidos el Sol y la galaxia. Con gran probabilidad, el clima es el asunto de mayor trascendencia para la humanidad. Las civilizaciones, incluida la nuestra, vivimos colgados de su hilo.
El que podamos consultar en el teléfono móvil el tiempo que va a hacer dentro de unos días produce la falsa impresión que dominamos el asunto del clima. Por ahora las predicciones del tiempo son fiables a menos de una semana, pero a partir de ahí pierden rápidamente valor. Predecir el clima con años o décadas de antelación, es un ejercicio de fe, o de ruleta. Sin embargo, es imprescindible que lo intentemos y perfeccionemos, porque nos va todo en ello y porque depende, aunque solo en parte, de nuestra actividad sobre el planeta.
La mente científica se suele poner a investigar el clima creyendo que lo hace de forma objetiva, y se inquieta cuando ve a los políticos decidir sobre el futuro del clima de forma totalmente subjetiva e interesada. Es evidente que los políticos viven en una burbuja de la realidad, en una CSR, pero cuesta más darse cuenta de que, al vivir en sociedad, todos vivimos en CSRs, científicos incluidos, que se fabrican la suya propia.
Como lo he vivido, puedo imaginarme la secuencia de simplificaciones que abordan las COPs. Los gobiernos, movidos por el contexto nacional e internacional, preparan con mayor o menor cuidado sus estrategias. Hay que tener en cuenta que para los ciudadanos, influidos por los medios, el clima puede ser un tema crucial, pero para los gobiernos es un tema más del enorme paquete de cosas que manejan y tienen que discutir en foros como el de la ONU.
En principio, está lo que dicen los científicos, cosa que muchos políticos se creen a medias, porque algunos, no todos, conocen sus propias limitaciones y se imaginan las de los demás. Así que seleccionan lo que les conviene e ignoran el resto. Luego viene preservar intereses económicos y estratégicos, seleccionando los más esenciales, a los que se unen los propios de la política a corto plazo. Si el país tiene capacidad para ello, se tienen en cuenta además las estrategias generales a medio plazo.
Dependiendo de la importancia, o posibilidades, de cada gobierno, así son de numerosas sus delegaciones, desde una a varias decenas de personas. En las mesas solo aparecen unos pocas, pero los gobiernos influyentes necesitan a muchas personas para negociar aparte, bilateralmente, asuntos económicos y políticos y así conseguir (o comprar) los apoyos que necesitan.
Esa simplificación de la complejidad de los asuntos climáticos sufre una simplificación posterior al poner los países sobre la mesa sus propios intereses. Hay que tener en cuenta que los acuerdos en este tipo de foros de Naciones Unidas se alcanzan por consenso, y que son casi 200 países los que intervienen, lo cual es muy complicado y exige simplificar al máximo y disminuir al mínimo los asuntos a discutir.
Mientras los que presiden la mesa de cada país hacen uno tras otro sus discursos, muchas veces vacíos de contenido, otros delegados se reúnen en grupos de trabajo para redactar acuerdos que tendrán que ser aprobados en plenario. De nuevo, más simplificaciones, pero llenas de sutilezas. Todo el mundo intenta que en los textos puedan caber sus demandas o al menos que no haya impedimentos a las mismas. Satisfacer a 200 países parecería una tarea imposible, pero los poderosos forman bloques que reducen el número de temas a abordar y el tamaño de los grupos de redacción.
En esos grupos, cada frase, cada palabra, cada coma, tiene significado, aunque a veces solo uno de los redactores sepa cuál es. Se debate a fondo, incluso a cuchillo y conviene no perder la atención ni un instante (ausentarse para ir al servicio puede salir caro). Acordar la redacción de una sola frase, puede costar cinco horas de intenso debate y negociación ininterrumpida (doy fe de ello). Con frecuencia, la inclusión y exclusión forzada de asuntos en una frase puede dejarla casi incomprensible y a veces relega a un segundo plano el objeto de la conferencia, el cambio climático. Cuando los redactores no consiguen ponerse de acuerdo, se redactan varios textos alternativos, para que en el plenario los presidentes, ministros o representantes de cada gobierno debatan cuáles de ellos son los que figurarán en la conclusión final.
Hasta ahí ha sido la fase de simplificación, desde una preocupación con sus múltiples facetas sobre el cambio climático hasta un texto, restrictivo y enormemente simplificado del problema, pero de ámbito global, reconocido por Naciones Unidas. Claro que luego ese texto, que no es vinculante, tiene que ser reconocido por los gobiernos, aprobado por las instancias que suelen gobernar en la sombra, tiene que ser aprobado en sus parlamentos, transformado en normas y reglamentos y finalmente aceptado por la población que es la que tiene, generalmente a través del voto, el poder para aceptar o rechazar la mayor, cambiando al gobierno.
Existe un desconocimiento generalizado sobre los procedimientos por los que se adoptan las decisiones sobre el cambio climático. Las personas que se sientan en las mesas de redacción y negociación, salvo raras excepciones, no pueden salirse lo más mínimo de las normas que hayan recibido de sus gobiernos. Y estos, a su vez, salvo excepciones, no pueden salirse del marco que han impuesto sus electores, financiadores y socios internacionales.
De la gente a la gente, pasando por Naciones Unidas. Sin embargo, las representaciones mediáticas y políticas proporcionan una imagen poco ajustada de la realidad de estas conferencias. En la calle, la gente se manifiesta y pide a los gobiernos que hagan algo por el cambio climático, pero eso sí, que no toquen sus intereses. Sucede como en un chiste gráfico de El Roto, ese artista de la realidad, cuando representaba una manifestación con una pancarta que decía: “PETRÓLEO NO, GASOLINA SÍ”.
Las simplificaciones están por todos los lados, porque en la práctica resultan ser una buena herramienta, siempre que se aplique cuando realmente se requiere. Por supuesto, también se emplea en el mundo científico. De hecho, está en su propia esencia porque, en aras de una hipotética objetividad, restringe su funcionamiento cerebral a lo que da de sí el raciocinio, no aceptando la intromisión de otras formas de conocer en el humano, como la intuición. Mientras, la naturaleza nos ha dotado de múltiples sensores y formas de procesar la información, para maximizar el conocimiento de las cosas y para que podamos movernos por el planeta —y más allá, con la mayor probabilidad de supervivencia posible. Pero la ciencia, o al menos muchos científicos, creen que hay que pensar a pata coja y con una mano atada a la espalda. Curioso ¿no?
Debemos a los conocimientos científicos que hayan puesto los cimientos para construir conocimientos tecnológicos con los que construir el fabuloso mundo actual. Funcionan muy bien mientras estén dentro del universo conceptual que hemos creado sobre la realidad. La ciencia no funciona con tanta eficacia cuando tratamos con asuntos tan complejos como la maraña del clima, donde todavía es mucho lo que desconocemos. Así que, de nuevo, no le queda otro remedio al mundo científico más que simplificar y simplificar, dentro de las CSR que va creando, hasta que los problemas son abordables por los métodos disponibles. A medida que esos métodos avanzan, avanza el conocimiento, pasito a pasito, modificando también las CSR.
Y así, a ese paso tan lento, avanzan las COP. Han pasado 35 años desde que comenzó el IPCC y ha habido avances, notorios, pero a todas luces insuficientes. Quizá habrá que esperar a la COP63, otros 35 años después, para que haya avances realmente significativos. ¿Se esperará tanto el cambio climático?
Se cuenta de un extranjero que viajaba en un viejo tren de vapor por uno de esos países a los que todavía no había alcanzado la prisa del desarrollo. El tren, además de ir muy lento, se paraba cada poco por cualquier motivo. En una de las interminables paradas, el extranjero, exasperado, acostumbrado como estaba a la puntualidad de los trenes de su país, ya no pudo más. Se bajó del tren, caminó hasta la máquina y dijo al maquinista: “¿Es que no puede usted ir más deprisa?” a lo que el hombre le contestó: “Mire, yo sí, pero es que no me dejan abandonar el tren”.
Los avances puntuales que se hagan en el conocimiento del clima y en las acciones para mitigar los posibles efectos negativos del cambio climático, dan más o menos igual. El ritmo lo marcan las construcciones sociales de la realidad, las CSR. Necesitamos modificar la forma en que hacemos las simplificaciones conceptuales de las cosas y los asuntos, para hacerlas más flexibles, más adaptables, y más realistas.
No es posible mantener y hacer progresar nuestras sociedades, que son cada vez más complejas, sin que todos sus miembros se incorporen en alguna medida a las tareas de la gestión de lo comunal. Que conozcan de primera mano las dificultades que se presentan constantemente en la gestión, que conozcan y acepten las incertidumbres, y compartan las responsabilidades. A base de mucho esfuerzo colectivo, por fin se consiguió hace años elaborar en Naciones Unidas una carta de los derechos humanos, pero todavía no existe ninguna carta que haga referencia a las obligaciones humanas.
Está muy bien que soñemos con ir a visitar otros mundos, pero antes tendremos que hacer viable este, o se convertirá el mundo actual en una sesión de deslumbrantes fuegos artificiales que nos dejará arruinados durante muchas generaciones. La naturaleza funciona con límites y a la especie que no los respeta la saca del juego. Sin embargo, los humanos estamos convencidos que eso no va con nosotros, porque somos los reyes de la creación.
Un grupo privilegiado de humanos ha creído, y cree, que el desarrollo económico-tecnológico no tiene límites, y a los demás nos ha gustado la idea. Ignorando la realidad de las cosas, hemos hecho de esa creencia una atractiva y potente CSR que está arrastrando a toda la población mundial.
Por ahora parece que no pasa nada, y eso me recuerda a aquel que se tiró de un avión y se decía a sí mismo: “’¡Ponte un paracaídas, ponte un paracaídas!’ —me decían. ¡Qué tontería! ¡Ya llevo más de la mitad del camino recorrido y aquí estoy, tan a gusto, sin que me haya pasado nada!”. A lo mejor, lo que está pasando con el clima sea una indicación de que el suelo se acerca.
Da la impresión de que una buena parte de la humanidad ha entrado, o fervientemente desea entrar, en el sopor placentero de los comedores de loto, ese estado que refiere Homero en su Odisea (probablemente el loto del que habla sea el Diospyros lotus, el loto africano o palo santo). Como ellos, estamos olvidando a nuestros hijos y la responsabilidad de dejarles un mundo sano, para que puedan desarrollar su oportunidad de mejorar la especie. Como ellos, hemos olvidado cuál es nuestro hogar, la biosfera, y preferimos vivir en la ensoñación permanente.
De una manera u otra tendremos que despertar, lo cual no es fácil, pero sería mejor hacerlo antes de llegar al suelo. Los cambios que necesitamos efectuar son muchos y muy de fondo, además de muy complejos e inciertos. No me pidan que los defina con una palabra, ya perdí a un amigo, no quisiera perderlos a todos.
¹ Profesor Honorario del Departamento de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid. Como miembro de la delegación española participó en los tres primeros años del IPCC (el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas), en el Comité Directivo y en el Grupo de Respuestas Estratégicas. Actualmente realiza investigaciones sobre análisis automático de la circulación general atmosférica por medio de imágenes satelitales.
² Berger, P. L. and T. Luckmann (1966), The Social Construction of Reality: A Treatise in the Sociology of Knowledge. (Publicado en español por Amorrotur desde 1968 hasta la actualidad).
Ambiente: Situación y retos es un espacio de El Nacional coordinado por Pablo Kaplún Hirsz
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