En 1967, Paul Grice lee en la Universidad de Harvard una conferencia en la que, bajo el título de «Logic and Conversation», habla del principio de cooperación, una de cuyas máximas es la de la relevancia. Grice, sin embargo, no la desarrolló. Habrá que esperar hasta 1986 cuando el antropólogo francés Dan Sperber y la lingüista británica Deirdre Wilson formulen la teoría de la relevancia en Relevance: Communication and Cognition. Esta permite comprender, desde la pragmalingüística, la cuestión de la literalidad en los autistas.
Para quienes estén familiarizados con los usos y comportamientos de las personas autistas, no resultará ajeno el asunto de la literalidad, causa no pocas veces de episodios jocosos y otras tantas de malos entendidos no tan hilarantes. Hay en el autismo cierta incapacidad para comprender el lenguaje figurado: metáforas, ironías, dobles sentidos y juegos de palabras, en general. Ahora bien, una aproximación pragmalingüística al fenómeno de la literalidad autista puede arrojar luces sobre dichos procesos de interpretabilidad. Expliquemos algunos términos teóricos y sus correspondencias.
La teoría de la relevancia parte de las nociones de implicatura y presuposición propuestas por Grice. Si un hablante incumple intencionalmente una de las cuatro máximas planteadas por él (que podemos resumir así: 1. no dé más información de la debida, 2. no falsee, 3. sea relevante y 4. sea claro), se añade a la información literal (explicatura) otra suplementaria que se constituye en una implicatura, la cual puede ser convencional, si atañe exclusivamente a la dimensión semántica y lógica del enunciado, o no convencional cuando alude a la carga semántica en la interacción cooperativa de la comunicación.
La implicatura es, por tanto, un reto de interpretación. Si es convencional, casi siempre responde a la figura de la elipsis, es decir, algo que se suprime en el texto para que el receptor lo complete. Si no es convencional, recurre a los tropos, o sea, expresiones en sentido figurado, tales como la metáfora, la hipérbole, la ironía, etc. En todo caso, demanda del oyente un esfuerzo interpretativo que Grice denomina presuposición, en el que aquel infiere un significado a partir de la interacción entre el enunciado, el contexto y su interlocutor, para lo cual enunciador y enunciatario deben cooperar.
Sperber y Wilson llevan la teoría de Grice a otro grado. Al construir un mensaje, el hablante lo hace con una intención que el oyente debe inferir, en primera instancia, lo cual es tanto más exigente cuanto que se trate de una implicatura no convencional. En toda enunciación hay una intención informativa, que pertenece a la dimensión lógica (literal) y otra comunicativa, que corresponde a la contextualización del enunciado. La comunicación se logra cuando el enunciatario infiere ambas intenciones, lo que no sucede en el caso de los autistas y el lenguaje figurado, pues apenas hay inferencia de la intención informativa. En otras palabras, la literalidad del autismo es la interpretabilidad de solo las explicaturas.
La intención es el modo como el enunciador condiciona la relación enunciado-interpretación, en tanto que la inferencia es un proceso mental en el que el enunciatario interpreta las intenciones de su interlocutor para definir una respuesta, y se encuentra afectada por el contexto, que es el marco psicológico interno de la comunicación. Ahora bien, ante toda implicatura caben varias inferencias. Un oyente competente elegirá la de mayor relevancia según la manera en que infiera contextualmente la intención de aquel.
Así, por ejemplo, si A pregunta a B: «¿Vienes conmigo esta noche al cine?», y B responde: «Mañana cobro mi sueldo», dicha contestación divergente es una implicatura convencional porque no es la respuesta lógica y no se halla en sentido figurado, se la ha elidido. A tendrá que inferir la interpretación más relevante conforme a la intención intuida. Si B hubiese respondido: «Mi bolsillo está seco», habría empleado un tropo y se trataría de una implicatura no convencional. La explicatura, esto es, la réplica cuya literalidad y semántica coinciden directamente, podría haber sido: «No, ahora no tengo dinero».
La cuestión de la literalidad autista está vinculada a cierto déficit de la competencia comunicacional para interpretar implicaturas, especialmente no convencionales. El lenguaje figurado —y las implicaturas no convencionales lo son— constituye una subversión, generalmente estética, al lenguaje directo. Un hablante neurotípico competente entiende este juego de palabras y hace la inferencia de mayor relevancia contextualmente. En el autismo, la implicatura se lee como una explicatura, en su sentido literal, porque no se da el efecto contextual (espectro de posibles contextos aplicables a un enunciado).
Diera la impresión de que en el autismo resulta difícil contextualizar conversacionalmente un enunciado cuando este es una implicatura. Esta insuficiencia en el efecto contextual podría ser la causa de la literalidad al no conseguirse el espectro inferencial dentro del cual elegir la inferencia de mayor relevancia. En consecuencia, se interpreta una implicatura tal como si fuera una explicatura.
Si entendemos que un oyente neurotípico asertivo consigue interpretar la intención de su interlocutor, con una economía de recursos de procesamiento tal que le permita elegir la inferencia más relevante con el menor esfuerzo y conforme al sentido dialógico del intercambio comunicacional, comprenderemos también que la relevancia y la aserción son directamente proporcionales y, en consecuencia, el enunciatario autista experimentará un déficit de asertividad al reconocer que no siempre logra resolver las implicaturas no convencionales.
¿Qué alternativa queda al déficit de efecto contextual que se pudiera dar en el autismo? El principio de cooperación de Grice, para ambos interlocutores. Sus máximas son un antídoto magistral. Procederé a solo enunciar sus cuatro máximas y las nueve reglas que comprenden. Máxima de cantidad: 1) Haga su contribución tan informativa como se requiera, 2) No haga su contribución más informativa de lo requerido. Máxima de calidad: 1) No diga lo que crea que es falso, 2) No diga aquello sobre lo que no tiene pruebas. Máxima de relevancia: 1) Sea relevante. Máxima de modo: 1) Evite la oscuridad de expresión, 2) Evite la ambigüedad, 3) Sea breve, 4) Sea ordenado.
No obstante lo dicho, algunas personas autistas alcanzan a desarrollar con los años el efecto contextual y, con ello, aumentar el espectro inferencial y la interpretabilidad de las implicaturas no convencionales. Incluso consiguen no solo procesar ironías y dobles sentidos, sino que logran producirlas y llegan a ser capaces de escribir poesía de gran valor tropológico. Sorprendería conocer el catálogo de altos poetas que en vida fueron autistas. Desde la perspectiva de la pragmalingüística, el autismo resulta una condición fascinante que puede enseñarnos mucho sobre el significado en uso y los procesos cognitivos que hacen posible la comunicación.
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