Describir es destruir, sugerir es crear.
Robert Doisneau
A mi hija Katherina
Vilém Flusser, en un libro ya cargado de años y prestigio, decía que el fotógrafo es un cazador que se mueve por un bosque de objetos culturales y que el acto fotográfico es el ejercicio de una duda fenomenológica. Apenas un año después (1984), el filósofo estadounidense K. L. Walton hablaba acerca de la transparencia en el realismo fotográfico, si bien me parece más interesante mirar el evento fotográfico desde su teoría de la fantasía. Así pues, este breve ensayo sobre ontología del evento fotográfico será un revoltijo de ideas propias y otras prestadas… como casi toda la filosofía.
Quizás sea valioso comenzar por decir que la fotografía no es un objeto, sino un proceso. El evento fotográfico no se limita a la simple impresión —física o digital— de una imagen, puesto que supone conformar una cadena de acontecimientos imprevisibles. Personalmente me afilio a la idea de Badiou de separar el evento/acontecimiento del hecho. Este se cierra y concluye en sí mismo. El evento/acontecimiento, en cambio, irrumpe, se carga de significado y transforma la realidad. Es finalmente performativo. El hecho, por el contrario, es intrascendente.
Cuando el fotógrafo se mueve entre objetos culturales —Flusser dixit—, no siempre sabe a qué atenerse. Los entes en medio de los cuales experimenta su duda fenomenológica cambian de forma, tamaño, color, ubicación o perspectiva con el brevísimo paso del tiempo. La máxima heideggeriana de que «es notable que la verdad depende de una corriente de aire», por ejemplo, puede hacer literalmente la diferencia entre un fotograma y otro, de un momento al siguiente. Creer que la fotografía es el fotograma sería como pretender reducir una novela al libro. El carácter simbólico del evento que irrumpe y transforma la realidad implica un algo más que no está en el fotograma o en la novela. Por ello Sontag se referiría a la fotografía como un «signo de ausencia». Todo fotograma es, por tanto, indicioso, y la crítica fotográfica siempre debe ver más allá de sus bordes.
El evento fotográfico en cuanto que signo que irrumpe cuestiona la libertad del fotógrafo. Aquel es autónomo y tiene la facultad de cargarse de significado, siendo susceptible de ser leído desde una semántica de los eventos. El fotógrafo, sin embargo, no es apenas un registrador de imágenes ni el fotograma una simple imago mundi. Aquel ineludiblemente hace del hecho fotográfico un evento conceptual al crear una ficción con los elementos que ese bosque de objetos culturales le ofrece.
En este punto no estoy muy seguro de compartir el postulado waltiano de la transparencia (según el cual un fotograma transparenta literalmente la realidad), ni siquiera tratándose del realismo fotográfico, puesto que el fotógrafo, incluso en dicho caso, compone la imagen echando mano de eso que la teoría flusseriana llama vagamente «programa», una suerte de estructura en la que el fotógrafo se inserta durante el evento fotográfico, y que incluye desde las prestaciones técnicas del equipo hasta la concepción y estilo fotográficos del autor de la instantánea. En tal sentido, y salvo cuando los equipos son automatizados (como las cámaras viales), no hay fotografía ingenua ni involuntaria. Casi toda fotografía se halla en la intersección entre la razón y la voluntad.
De Walton me parece, sin embargo, atractiva en exceso la teoría de la fantasía aplicada a la fotografía, y quizás podamos hallar el punto de confluencia con Flusser y Badiou. La teoría de la fantasía se funda en la paradoja de la ficción, según la cual si bien nos conmovemos ante eventos que no existen, tales emociones son genuinas pero ficticias. Cuando miramos el fotograma de Kevin Carter en el que un famélico niño sudanés es observado por un buitre, es inevitable sentir pena e indignación. Son emociones legítimas pero ficcionales —cuasiemociones las llama Walton— porque esa imagen es apenas una traza simbólica de la realidad. En este sentido, solo Carter experimentó verdadera compasión y rabia, tantas que un año después se quitó la vida.
Por cierto que el contexto de esta fotografía es un claro ejemplo de lo que es en cuanto que evento: Carter esperó durante veinte minutos a que el buitre desplegara las alas para hacer una toma más dramática, pero nunca sucedió. Mientras, hizo varias fotos variando el encuadre y la perspectiva, así que se conformó con lo que el azar le daba. Finalmente —y sin poder ayudar a la niña por una prohibición expresa de las autoridades— espantó al ave de rapiña. Jamás pudo, no obstante, espantar de su alma la sombra de aquel acontecimiento. La trascendencia de un evento es performativa, queramos o no. Por otra parte, su fotograma en tanto que irrupción simbólica desencadenó una compleja red de paratextos correlativos de la imagen que llegaron a ser incluso contrarios entre sí y controversiales.
Ahora bien, esta paradoja de la ficción implica que la fotografía —en cuanto que arte representacional en el que su autor involucra su volición y racionalidad— es un símbolo que activa el mecanismo de la fantasía (del mismo modo que un peluche en un juego infantil) y genera ciertas «verdades ficticias» que funcionan por medio de leyes pertinentes en un mundo ficticio. En otras palabras, un fotograma dispara un proceso ficcional verosímil de la misma manera que una novela puede estimular determinadas fantasías verosímiles en el lector. Baste solo recordar cuántas páginas se han escrito acerca de la magdalena de Proust o sobre Le Baiser de l’Hôtel de Ville, de Robert Doisneau, y la identidad de los amantes que se besan en la foto.
Para Walton, la imaginación es a lo ficticio lo que la creencia a lo verdadero. La fotografía, en cuanto que objeto cultural cazado por el fotógrafo en medio de grandes dudas fenomenológicas —resueltas más por el azar que por una sistematicidad filosófica—, es el producto de una suma de acciones, un evento irruptor pero ficcional, cuya carga simbólica es performativa de la imaginación, activando en sus espectadores cuasiemociones que tendrán la facultad de recrear otro paisaje humano e interior. En términos taxativos, el mundo nunca será el mismo después de una fotografía…
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