OPINIÓN

Anne Dufourmantelle y la filosofía del riesgo

por Jerónimo Alayón Jerónimo Alayón

Es difícil unir las palabras filosofía y riesgo sin evocar a Anne Dufourmantelle, quien cumplirá el próximo 21 de julio cuatro años de fallecida. Su Elogio del riesgo (2011) es una obra esencial en la concepción filosófica de la modernidad. En él, la filósofa francesa se pregunta a propósito del riesgo: «¿Cómo es posible, estando vivo, pensarlo a partir de la vida y no de la muerte?». La respuesta a esta pregunta, que se puede considerar central en la filosofía de Dufourmantelle, está condicionada por la concepción del tiempo.

Unos años antes, en Sexo y filosofía (2003), la filósofa del riesgo ya hablaba sobre la ilusión de ser inmortal, y comenzaba recordando a Schopenhauer con aquello de que «preferimos la ilusión a todo lo demás», aunque esto nos haga vulnerables. Pues, como parte de dicha ilusión, «el sexo y la filosofía toman sobre sí el peso de nuestra finitud. El sexo responde a la muerte anulando el tiempo, la filosofía también. Ambos se sirven del deseo». En este sentido, la filosofía, lo mismo que el sexo, suspende el tiempo en una ilusión de inmortalidad y en aras del deseo.

Esta suspensión temporal hace del sexo, la filosofía y el riesgo categorías subsumidas a la vida, no a la muerte, puesto que esta es una suspensión definitiva del tiempo. Alguna vez Dufourmantelle dijo que «el encanto del riesgo radica en que está en la vida», puesto que la vida en sí misma es riesgo y solo se la puede arriesgar desde la vida. Esta perspectiva, afirmaría más tarde, permite sentirse vivo: «Vivir sin riesgos es realmente no estar viviendo».

Ahora bien, la vida, en la concepción de la autora, es un riesgo inconsiderado, esto es, un riesgo tan connatural a la existencia que no lo cuestionamos ni pensamos. Aquí radica precisamente el acierto de Dufourmantelle, en hacernos conscientes de ello y, por ende, hacernos sentir vivos no solo por estar en el mundo, sino por «estar vivos para nosotros mismos». Cuando tomamos conciencia de la belleza que significa arriesgar la vida, esto es, asumir el riesgo de vivir, estamos listos para asumir los otros riesgos de la vida, que son únicos e irrepetibles para cada uno.

Un ejemplo antonomástico, quizás, de la teoría del riesgo de Dufourmantelle sea la vida profesional de Ben Carson, un eminente neurocirujano estadounidense. En 1987 Carson sorprendió al mundo aventurándose con un método quirúrgico nunca antes experimentado: detener durante una hora el corazón de dos siameses de siete meses, que estaban unidos por la parte posterior de sus cráneos, para separarlos sin que murieran desangrados. Por primera vez la separación de siameses craneópagos se llevaba a buen término sin que alguno de ambos muriera. La cirugía duró 22 horas e involucró a 70 personas en quirófano.

Pero no fue este el único riesgo asumido por Carson. Dos años antes se había convertido en el primer cirujano que llevara a cabo con éxito una hemisferectomía, un procedimiento quirúrgico aplicado a pacientes convulsivos muy críticos, y que consiste en la extirpación o inhabilitación de uno de los hemisferios cerebrales. Carson también es reconocido por haberse atrevido a realizar la primera cirugía intrauterina, en aquella ocasión, a un feto con hidrocefalia.

Sin embargo, Dufourmantelle advertía siempre en sus conferencias y libros que el riesgo supone la posibilidad de perder algo, incluso la vida. Para la autora francesa, el riesgo es una respuesta ante la comodidad y la insolidaridad tan propias de la modernidad, y «otorga sentido a la existencia, aunque amenace con extinguirla». En algún sentido podríamos decir que el riesgo de unos es consecuencia de la desidia de otros, y rescata para aquellos una dignidad desconocida por estos.

En 2003 Carson tuvo la audacia de pretender la separación de dos siamesas iraníes, de 29 años, unidas por sus cráneos. Era la primera vez que se intentaba en adultos. La operación fue un desastre y las hermanas murieron desangradas. Fue un duro golpe para el neurocirujano de Detroit. Sin embargo, Dufourmantelle advierte en su Elogio que el riesgo necesita de algo más que lo hace trascender.

No se trata solo de una respuesta personal a la cómoda modernidad que vivimos. Uno arriesga porque ha entendido que «cuando tenemos que hacer frente a un peligro, hay una incitación muy fuerte a pasar a la acción, a sacrificarse» y, por consiguiente, al arriesgar alcanzamos «una intensidad que es en sí misma una manera de renacer», incluso si perdemos la vida.

Anne Dufourmantelle no solo escribió sobre el riesgo. Fue coherente con ello a lo largo de su vida. El 21 de julio de 2017 fue a una playa en Saint-Tropez, en la Costa Azul francesa. Allí vio cuando dos niños estaban ahogándose y se lanzó a salvarlos. Su inteligencia y determinación evitaron que los pequeños murieran arrastrados por las fuertes corrientes que anteceden a toda tormenta, pero su corazón falló. Un infarto como consecuencia del esfuerzo físico acabó con su vida cuando aún estaba en el agua. La filósofa del riesgo dio así su última y magistral lección.

@Jeronimo_Alayon