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Absurdo y belleza

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El absurdo reina y el amor nos salva de él. Albert Camus

Los griegos tenían, en términos generales, una concepción dual del tiempo. De una parte, Chronos (Χρόνος) regía el tiempo cuantitativo de la Φύσις, physis (‘naturaleza’), lineal y medible. De otra parte, Kairós (καιρός) regía el tiempo cualitativo de la ψυχή, psyché (‘alma humana’), no lineal e inmensurable. Había, sin embargo, en la mitología griega una tercera deidad, menos mencionada: Aión (Αἰών), conocida hoy como Eón, dios de la eternidad. Así pues, los griegos tenían una concepción multidimensional del tiempo que se me antoja maridable con lo que se podría llamar —para dar continuidad al pensamiento de Bauman— un existencialismo líquido.

En el libro undécimo de Las confesiones, san Agustín ratifica la concepción griega del tiempo cuando asegura que pasado y futuro no existen físicamente ni son mensurables, pero existen en tanto que intuiciones presentes del alma. En tal sentido, Agustín asume las clásicas particiones del tiempo como «presente de las cosas pasadas (memoria), presente de las cosas presentes (visión) y presente de las cosas futuras (expectación)». Así pues, en el alma se mide el tiempo, según afirma, de modo que estamos nuevamente ante el devenir de la physis y la intemporalidad de la psyché.

Si pasado y futuro no existen como magnitudes físicas, el presente es un perenne punto de fuga entre dos vacíos en el tiempo Chronos. De la nada venimos y hacia la nada vamos, podría decirse parafraseando el célebre verso gerbasiano. En esto radica el existencialismo líquido, en la conciencia de saberse permanente evanescencia, una continua generación de existencia entre dos inexistencias, un prodigio. Somos, segundo a segundo, un continuo chispazo de existencia entre dos oquedades y, sin embargo, todo cuanto emerge como presencia está condenado a morir. Thánatos rige el tiempo Chronos.

Lo que somos no solo va discurriendo a la inexistencia del pasado, sino que el recurrente instante presente de cada cual dejará de actualizarse un día. Todos entraremos al jardín de Thánatos. Así pues, si el mundo de la physis está subsumido al pulso tanático, ¿qué sentido tiene luchar si todo se consumirá en la nada? La vida y su caos son absurdos por antonomasia. Y hay momentos en los que sentimos el absurdo mordiendo nuestras carnes.

El hombre es y está solo con su conciencia existencial, pues sin importar cuánto se esfuerce en comprender el mundo y a quienes le rodean, jamás lo logrará. Su percepción y concepción de su entorno es única y, en consecuencia, inteligible para los demás en apenas una ínfima parte. Cada hombre es ineludiblemente un misterio inescrutable. Allí radica su soledad existencial.

Tiempo y espacio son indisolubles en la temporalidad Chronos. La evanescencia existencial no es solo la perenne fuga del tiempo, sino del espacio. El lugar que alguien se apropió durante un evento jamás volverá a ser ocupado ni del mismo modo ni por la misma persona. El devenir del río de Heráclito es el tropo de la angustia existencial. Cuando quedamos atrapados en la physis tanática, resulta muy difícil escapar del vacío existencial y del absurdo aparejado a él. Sin embargo y pese a ello, el hombre con conciencia existencial debe ser un ojo sin párpado, dispuesto a mirar lo que nadie más quiere ver, incluso a riesgo de que el abismo termine mirando dentro de él, como advertía Nietzsche.

El absurdo sobreviene cuando el pulso entre Thánatos y Eros se vacía de significado. Si Thánatos rige el tiempo Chronos de la physis, Eros gobierna el tiempo Kairós de la psyché, el tiempo que, como afirmaba Agustín de Hipona, se mide con el alma. En la temporalidad kairótica el pasado y el futuro existen como dimensiones del alma que se emancipa de la tiranía del espacio y el devenir. El río de Heráclito ahora fluye en múltiples sentidos, incluso circularmente. La vida es el perenne lance entre Thánatos y Eros, entre la muerte del ser en el tiempo y la muerte del tiempo en el ser, entre la temporalidad del reloj y la de la psique.

Eros nos salva del absurdo, como decía Camus, porque opone su pulso creador al pulso aniquilador de Thánatos. Cuando se da el salto al tiempo kairótico y sus posibilidades productivas, se reviste de sentido la conciencia existencial. Ante las cuestiones del absurdo, la soledad y el vacío existenciales, la pulsión erótica propende a un grado superior de productividad: la ποίησις, poiesis (‘creación, producción’).

En El banquete, Platón pone en boca de Diotima un hermoso diálogo en el que ella habla de la poiesis como una fuerza creadora y atemporal en la que Eros permite bajo su égida la perpetuación de la belleza —que es un modo de alcanzar la inmortalidad— en la prosecución del no-ser al ser. Aquel punto de fuga entre dos abismos que es el presente en el tiempo Chronos deviene, en el tiempo Kairós, en punto de fuga del ser entre dos momentos del no-ser.

Hay en la belleza, según afirmaba Heráclito, una armonía oculta y otra manifiesta, y aquella es superior a esta, y añadimos que lo es porque es la armonía del tiempo Kairós. La armonía del tiempo Chronos, por el contrario, es perecedera, tanática. Carece, por tanto, del significado necesario para llenar de sentido el absurdo de la cotidianidad.

¿Qué hacer para oponerse al pulso de Thánatos? La pésima lectura de la filosofía existencialista ha conducido a calificarla de pesimista. Tanto el optimismo como el pesimismo son alucinógenos que la conciencia existencial elude. Nada hay más riesgoso que la narcosis del optimismo —tan de moda en la ideología de la autoayuda— o la toxina del pesimismo. Ante el absurdo solo resta salvarse invocando la belleza, la rebelión de la poiesis, insurgir contra Thánatos. En cada creación artística la muerte es vencida, y aunque será ineludible cruzar un día al jardín de Thánatos, solo se habrá extinguido la parte perecedera de cada cual. En algún lugar del universo, un fulgor de armonía emergerá engendrado por Eros entre dos imposibilidades. El arte es, en última instancia, el triunfo del ser sobre el no-ser, la rúbrica del amor.

@JeronimoAlayon

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