Cuando fray Luis de León regresó a dictar la cátedra de Teología en la Universidad de Salamanca, tras casi cinco años de reclusión en las mazmorras de la Santa Inquisición —causada por las intrigas de su rival académico, el profesor León de Castro, y las del dominico Bartolomé de Medina—, dijo aquello de «Dicebamus hesterna die…» (decíamos ayer…).
La frase da mucho de qué hablar. A simple vista, pareciera que su autor simplemente intentaba ignorar el tiempo de presidio; al pronunciarla ante unos alumnos que esperaban con ansias aquella primera clase del 29 de enero o del 3 de marzo de 1577 (según cada versión), tenía evidentemente el sentido de zanjar el asunto inquisitorial, pero entrañaba aún más; hay elementos en ella que revelan su complejidad.
Si se estudia la producción lírica del monje agustino, es notable que en sus odas abunda el encabalgamiento, que consiste en el encadenamiento del final de un verso con el principio del que le sigue por excedencia sintáctica de la unidad métrica; por ejemplo, en la oda Elisa, ya el preciado, León hace uso de dicha figura poética (en negritas):
¿Qué tienes del pasado
tiempo sino dolor? ¿Cuál es el fruto
que tu labor te ha dado? […].
Según se puede echar de ver, el primer verso no termina en «pasado», sino que continúa en el segundo, en «tiempo»; y este, a su vez, sigue en el tercero. Hay, sin embargo, otras muestras de encabalgamiento leonino mucho más atrevidas porque en ellas, por ejemplo, una palabra se parte entre dos versos, como en la oda Qué descansada vida:
Y mientras miserable–
mente se están los otros abrasando
con sed insaciable […].
Ahora bien, ¿cuál es la relación entre el «decíamos ayer» de León y el encabalgamiento? Que el segundo, utilizado en una unidad estrófica como la lira, revela dos cosas: 1) una lucha premanierista entre la rigidez de la forma y la pasión del contenido, un modo de subvertir el rigor estructural; 2) que su autor era una persona de temperamento vehemente, con lo cual la frase salmantina adquiere otro relieve. Esteban Torre ha subrayado la «especial relevancia» de la que se invisten el verso encabalgante y el encabalgado, realce que es expresión de una personalidad también notable como la de León.
Se podría decir, sin temor a errar, que «Dicebamus hesterna die…» fue un encabalgamiento entre el ayer previo a la prisión y el hoy posterior a la misma; una sedición contra la estrechez de criterio que lo apartó por cuatro años y nueve meses de las aulas de clases; en suma, el modo de expresar, una vez más, su oposición a las pausas absurdas, las del verso y las de la vida.
En otro orden de ideas, está el asunto de la construcción gramatical de la frase: comienza con un verbo en pretérito imperfecto y en primera persona del plural. León no utilizó «dijimos» o «hemos dicho», sino que se valió de un tiempo verbal imperfectivo cuya característica es su indefinición temporal; con ella, lograba el encabalgamiento entre dos tiempos tajantemente separados por la prisión inquisitorial. Según Harald Weinrich, el pretérito imperfecto pertenece al mundo narrado, de modo que —aun tratándose de una lección académica y, por tanto, inherente al mundo comentado— León se mira a sí mismo como personaje de una narración que debe proseguir.
En cuanto a la persona gramatical, fray Luis de León no utiliza la primera de singular: «Decía ayer…», sino que emplea el plural de modestia: «Decíamos ayer…»; con el uso de esta fórmula, no solo incluye a sus alumnos: suma a todo el claustro universitario en un esfuerzo por restaurar el cuerpo académico tras su ausencia. Es muy probable que, también en este sentido, León procurara encabalgar las dos partes en que quedó dividido su salón de clases (él y sus alumnos) con la causa seguida en su contra y la de otros dos profesores.
Con lo dicho hasta aquí, se puede inferir no solo que León era un eximio representante del humanismo renacentista, sino un testigo del tránsito que ya anunciaba la proximidad del manierismo, razón que explicaría no solo la ya referida tensión entre forma y contenido en sus odas, sino el deseo de mantener la unidad en lo transicional.
Una de las maravillas del lenguaje es la atemporalidad de algunos textos. Aquella expresión, dicha en un aula de la Universidad de Salamanca en el último tercio del siglo XVI, se mantendrá vigente cada vez que la estrechez de criterio se imponga y sea superada por la inteligencia.
«Dicebamus hesterna die…» debe ser el modo de inaugurar la mañana que sigue a toda noche de opresión y oscurantismo. «Dicebamus hesterna die…» debe ser el modo de reconectar con lo que teníamos de eximios antes de que nos rompieran y pretendieran convencernos de nuestra inutilidad. «Dicebamus hesterna die…» debe ser la frase contra quienes pretendan infartar el tiempo y hacer una cesura en la vida de todos… un modo de zurcir la existencia.