El ejercicio de la profesión de periodista siempre ha estado vinculado a la búsqueda de la verdad, a la imperiosa necesidad de crear criterio en la opinión pública; de hecho, el símbolo que los representa son dos elipses yuxtapuestos, uno es la información y el otro la opinión pública, allí reside la verdad, allí subyace el discurso para la libertad de expresión, el único acto que nos hace humanos: pensar y crear palabras que articulan el lenguaje. Esas palabras son ladrillos y el cemento que los une es la confianza, base del contrato social. En ese acto complejo de crear discursos colectivos, de someter a escrutinio la verdad, como paradigma de pensamiento firme que embride el libertario acto de decir lo que se piensa, allí reside la tarea del periodista, quien con su fina pluma, elocuencia y prosa le hacen a la colectividad la tarea de construir cadenas de confianza, que reduzcan la incertidumbre, que hagan racional y tangible al pensamiento y que aporten a la libertad.
Ninguna forma de autoridad acepta el ejercicio periodístico, unos los atacan de manera soterrada, los minimizan, pero cuando el terror es política de Estado no existe ninguna esfera más perseguida que la del lenguaje libre, la del libre pensamiento y la libertad de expresar, es decir, se proscribe en un solo hálito de acción omnímoda la tarea del periodista.
En una sociedad como la nuestra destruida por la verdad única y oficial, asaltada por la posverdad y la neolengua, la pasión por decir la verdad, por escribirla o por hacerla útil se convierte en un acto ilícito, se convierte en delito una pulsión humana, de los humanos y para los humanos. En veinte años nuestro país ha visto cerrar medios, encarcelar, torturar, silenciar, abjurar, vilificar, calumniar y asaltar la dignidad humana y la honra a periodistas y a medios enteros.
Hace años una corporación monopólica, siendo esta forma de asociación prohibida en la República, dejó de suministrar papel periódico. Así vimos agonizar a El Carabobeño, un octogenario que fueron haciendo cada vez más pequeño hasta minimizarlo; lo propio El Nacional, las ventas de medios a nuevos propietarios con líneas editoriales cercanas a la tiranía. Hemos también presenciado cómo se hace baladí el ejercicio de una profesión compleja que tiene asociada la construcción acendrada de la redacción con apego a la morfosintaxis, al empleo correcto del hecho noticioso, a la comprensión global de un conjunto de saberes, una suerte de capacidad general de universalizar la búsqueda de la verdad, es decir, una profesión que demanda desarrollar la metacognición y más allá de la empatía la simpatía, para ponerse en los zapatos del otro y preguntar lo que se supone que preguntaría el ciudadano común, reflexionar lo que la gente quiere saber y hasta cómo la gente desea saber la verdad.
En fin, todo este proceso ha pretendido ser disuelto en el líquido concurso de las redes, a las cuales gracias a Dios el periodismo ha llegado para que abandonen la posmodernidad y la relatividad y hagan tangible y real lo que se dice; allí, en ese nuevo espacio, también han impuesto la impronta veritativa los amigos periodistas. En estos años sucios, los más sucios de nuestra historia, hemos contado con ustedes, nos han acompañado a llorar, a esperar, a soñar, a desear la libertad y nos han insuflado la necesidad de hacer de nuestros saberes también un lugar de común acuerdo… ese acto de entrega y docencia ad honorem se agradece y mucho.
Habrá quien diga que en este horror de país no hay nada por lo cual celebrar a los periodistas, pues yo opino todo lo contrario: son los periodistas las reservas éticas, de valor y de democracia de las que aún disponemos. Para uno como docente es un lujo escuchar y ser entrevistado por un ex estudiante de aquella odiada cátedra de Estadística en la universidad, es maravillosa la tertulia y la proxemia con la verdad.
Amigos periodistas, gracias por haberme enseñado tanto, gracias por sus consejos, gracias por el respeto a la academia, gracias por la valentía, gracias por la libertad para la palabra y la palabra para la libertad. Pronto, en medio de la sequía de verdad que impone el pensamiento rudo, único y arcaico, se disfrutará el petricor de un necesario baño de verdad y allí estarán ustedes, para escribir, transmitir y decirnos: Señores, Venezuela es libre, el tirano ya no está aquí, para escuchar con sentido las gloriosas notas del Himno Nacional, luego del anuncio y sus primeras invitadas, amigos periodistas, serán la libertad, la democracia y la muy golpeada pero digna Venezuela.
¡Feliz Día del Periodista!
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