Stefany Belandria nunca se sintió un ser especial. Al menos no lo suficiente como aquellos con la fortuna de haber caminado en la superficie de la luna, de descubrir osamentas de dinosaurios extintos, de salvar vidas a corazón abierto… o de, simplemente, subirse a un avión.
Siendo apenas una niña, le bastaban los balnearios del río Sarare, y el cielo índigo, despejado y rutilante de Guasdualito para sentirse feliz. Sin embargo, no dejaba de preguntarse cosas, de cuestionarse. «¿Esto es todo?», se repetía. Y al cumplir 15 años, viviendo en Barinas, encontraría esa respuesta luego de la última vez que un helicóptero militar se paseó por encima de su casa despertándole una curiosidad que iría escalando hasta convertirse en su presente: haberse convertido en una de las pilotas más jóvenes de Venezuela.
«¿Cómo es posible que aquel aparato mecánico no se caiga? me preguntaba las pocas veces que los veía sobrevolar por los aires. ¿Cómo se vuela?». Sin embargo, su interés no fue pilotearlo, sino subirse en uno para entender la lógica de su funcionamiento. Quería elevarse y ver lo que aquellas aeronaves veían desde arriba.
Mientras sus amiguitos del colegio, el San Juan Bautista de la Salle -a quien agradece inmensamente su educación-, hablaban de cómo serían los mejores médicos y científicos del mundo, ella se enfocaba en ser la mejor, pero entre las nubes de Venezuela.
Así pues, Sioluys y Rafael, sus padres, comenzaron a sospechar que su hija mayor sabría qué quería hacer por el resto de su vida. Agradecieron que, siendo apenas una adolescente, lo tuviera tan claro. No había confusiones, pero sí sacrificios.
Sueños de una pilota
En algún momento se imaginó siendo aeromoza o tripulante de cabina. Cumpliría su anhelo de volar. No obstante, desechó rápidamente la idea al entender que no habría un timón direccional que pudiese manejar.
Como en Venezuela tampoco es usual que una mujer esté a cargo de pilotear aviones, sobre todo a nivel comercial, se metió de lleno a investigar cómo podría convertirse en una. Estaba en quinta año de bachillerato, desarrollando su proyecto final de grado, y la fundación sin fines de lucro Aeroclub Valencia despejó sus dudas. Ya con 16, y pensando que podía iniciarse tomando cursos que le permitieran ir labrándose el camino hacia sus sueños, recibió un rotundo rechazo. Su edad, según la ley, no le permitiría estudiar para convertirse en pilota.
Su frustración no tardó en aparecer, pero se apalancó en sus padres, quienes viajaron a Caracas para solicitar un permiso especial para su hija a pesar de su juventud. Lo lograron, pero con condiciones: abstenerse de violar la normativa y no volar antes de obtener su licencia. A los 17 lo logró y con ese documento ya podría sobrevolar cielo venezolano.
En el ínterin obtendría su título de bachiller, estudiaba para mejorar su inglés –si no le resultaba ser piloto, escogería Idiomas como profesión– y comenzaba con el curso de aviación. Durante un año se dividió entre Barinas, donde estaba su vida, y Valencia, donde se situaba la academia.
«Mis hermanas, que son mi razón de vivir, y mis amigos, estaban en el lado opuesto de mis objetivos», señala Stefany, describiendo que sus festejos, caravana de graduación, el rayado de camisas, sus notas y su acto de grado fueron parte de esa lista sacrificios que justificó por su amor a volar. Además, tendría que enfrentarse muy pronto a otra decisión; una que le cambió su vida.
El inglés y la ayuda económica
«Irme no fue difícil», cuenta. «La academia en Valencia me ayudó a sacar la visa de estudiante, que es el estatus con el que me encuentro en Miami hoy día». Asegura que, en el tiempo en que estudió inglés en Venezuela, no sabía que se iría a Estados Unidos. «Lo aprendí porque cuando sacas tu licencia de piloto privado, te otorgan una competencia lingüística. Esto me permitiría viajar a cualquier parte del mundo; el inglés es el idioma principal y, a su vez, debía dominarlo si quería estudiar fuera de nuestras fronteras», recalca.
Actualmente, es piloto privado, graduada en Estados Unidos el 28 de agosto de 2023. ¿Es la piloto más más joven, de Venezuela y de Latinoamérica?. «Es algo que ni yo tengo claro, pero cuando se dio a conocer la noticia, una certificación oficial me daba ese título. Lo que sí puedo confirmar al 100% es que soy la más joven de mi país», subraya.
Al dejar el país en enero de este año, jamás imaginó que lo sería y que estaría optando por 5 licencias más en la academia de Miami Endeavour Flight Training: de instrumentos, comercial, CFI (Certified flight instructor o Instructor de vuelo certificado en español) y ATP de aerolíneas (Airline transport pilot o Piloto de transporte).
Con tantas metas por lograr en tan poco tiempo, es consciente de que su realidad es difícil debido a la exorbitante cantidad de dinero que ha tenido que invertir para estudiar. Ella no. Sus padres.
«Ellos corren con toda la responsabilidad. Me mandan todo el dinero que necesito desde Venezuela porque yo no puedo trabajar siendo menor de edad», describe. Sin querer entrar en detalles sobre cifras, hace énfasis en que lo caro de su profesión es un dolor de cabeza para ella. No puede negar que el peso que supone para sus padres costearla, es también el suyo. Y ella no puede hacer nada para ayudarlos, no por ahora.
«Siempre me dicen, Stefy, ayúdanos desde allá como puedas. Siempre apoyándome y diciéndome que no piense en abandonar la carrera, pero esperando poder cumplirles con cierto apoyo monetario», rescata. «La entrevista que me estás haciendo, de hecho, es un medio para poder lograrlo, así como las reseñas que se han publicado de mí recientemente». Dice que con la exposición que ha recibido podría ser posible una beca, aunque no en Miami.
«Desconocía que las academias de aviación daban estas ayudas, pero hace poco me comuniqué con un abogado y me dijo que sí, solo que en otros estados de Estados Unidos. Eso me obligaría a cesar funciones en donde estoy, pero si toca, toca», expresa. «Los recursos económicos de mis padres no son los mejores. Además, no soy sola, tengo 2 hermanas, y en función de ese agradecimiento, de todo lo que han hecho por mí, estoy buscando cómo ayudarlos», dice.
Pilota privada
Belandria tiene, exactamente, 12,5 horas volando sola. Es decir, acompañante en el avión. Esa suma, asegura, es increíble, a pesar que ha habido momentos en donde se ha quedado sin poder hacerlo porque pagar las horas de vuelo va por cuenta propia, no de la academia.
«Uno debería pagar las horas para alquilar un avión, que equivaldría a un monto de $190. A esa cifra, hay que añadirle la instrucción que puede rondar los 250 dólares», manifiesta. «Es una gran cantidad de dinero invertido en horas que, en total, son 74,4».
¿Qué diferencia la aviación privada de la comercial? Ante esta interrogante, de las más populares entre quienes no manejan el tema, dice que ser piloto privado es una licencia recreacional. «Nada tiene que ver con la tarea de manejarle por contrato un jet a alguien. Ese es otro tipo».
La licencia de piloto privado, continúa, brinda el privilegio de poder volar como PC (Pilot in comand o Piloto en comando) y llevar pasajeros. «No obstante, no se trabaja por compensación», aclara. «De ahí le sigue el oficio de piloto de instrumento, que otorga la capacidad de volar en cualquier condición atmosférica o meteorológica. Luego, la licencia de piloto comercial, que me permitiría trabajar recibiendo una compensación», agrega. Y es esa licencia la que le abriría todas las puertas que necesita para ser CFI.
“En el tiempo que llevo aprendiendo todo lo referente a volar, me di cuenta de que también quiero enseñar. Ser piloto instructor es algo que me fascina también”
En unos 5 años, y siendo joven aún, tiene el panorama claro: «El próximo año me estaría graduando con 18 años de piloto comercial, y con 250 horas de vuelo. Posteriormente, acumularía 1.500 horas en un lapso de 2 años para poder entrar en una aerolínea y ser ATP, piloto de aerolínea. Tendría 20 años. Colocaría mi currículo en todas las aerolíneas, esperando ser aceptada en alguna de mis dos favoritas: American Airlines o Latam. Finalmente, ya a los 25 años me vería trabajando de lleno en alguna y con mi sueño cumplido. Así lo manifesté y así ocurrirá», dice convencida.
¿Y Venezuela?
Otro de sus sueños es llevarse a su familia a Estados Unidos a pesar de la insistente negativa de sus padres. A sus hermanas, no obstante, no les disgustaría la idea. Destaca que buscará, en un futuro no muy lejano, sobrevolar Guasdualito en compañía de todos ellos, mientras analiza cómo hacer y qué protocolo seguir para habilitar de nuevo el aeropuerto de su ciudad, cerrado desde hace años.
Stefany Belandria, la adolescente que ostenta con orgullo un título que jamás imaginó, amante de la Nucita y la arepa con queso y mantequilla, de los atardeceres llaneros, que se devora las publicaciones detectivescas sobre accidentes aéreos, que extraña a sus amigos y la cercanía de sus vecinos, resumen estos dos últimos años de su vida diciendo que los sueños sí se cumplen. «Caminar en la luna, descubrir dinosaurios, salvar vidas y volar… Todos somos especiales si así lo creemos». La dedicación y la fe en uno también entra en la ecuación, acota. Así como las ganas incansables de aprender y ser la mejor versión de uno mismo.