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Un mes sin alcohol ayuda a dormir mejor y a perder peso

Richard de Visser, doctor y autor de la investigación, sostuvo que hay beneficios reales con solo intentar completar el desafío Dry january

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Comprometerse a permanecer en absoluta sobriedad durante todo un mes. Esa es la invitación que desde hace algunos años hace la organización británica Alcohol Concern con el fin de desincentivar el consumo de alcohol en la población.

Dry january (enero seco, en inglés) es el nombre con que se conoce a esta campaña con la que muchos ingleses dan inicio a cada nuevo año. Con el fin de conocer las repercusiones de esta medida, investigadores de la Universidad de Sussex decidieron seguir durante 6 meses a 800 personas que tomaron parte de este reto en enero de 2018.

Y los resultados ameritan un brindis, sin alcohol, por supuesto: 7 de cada 10 participantes (71%) vieron mejoras en el sueño, poco más de la mitad (57%) notó una mejor concentración; en un porcentaje similar (54%) mejoró la calidad de la piel y 3 de cada 5 (58%) perdieron peso.

Como si fuera poco, la investigación mostró que se redujo el consumo promedio de alcohol durante el resto del año -de 4.3 días a la semana a 3.3-, lo que trajo como consecuencia que 88% de los participantes ahorró dinero. De hecho, 80% dijo sentir más control de su consumo (por ejemplo, se emborrachaban con menos frecuencia) y 71% reconoció ya no necesitar un trago para divertirse.

«El simple hecho de tomarse un mes libre de alcohol ayuda a las personas a beber menos a largo plazo: a los seis meses ya reportan un día ‘seco’ adicional por semana», cuenta el doctor Richard de Visser, autor de la investigación.

«Curiosamente, estos cambios en el consumo de alcohol también se observaron, aunque en menor medida, en los participantes que no lograron mantener la abstinencia durante todo un mes. Esto demuestra que hay beneficios reales con solo intentar completar este desafío»,precisa, al tiempo que invita a todos los que consumen alcohol a sumarse a esta iniciativa.

«La iniciativa no se enfoca en personas con trastornos por consumo, por lo que no debiese ser tan difícil para el consumidor promedio aceptar el desafío. Es un cambio de conducta que no implica ningún riesgo, pero sí varios beneficios, según muestra este estudio», reconoce el doctor Carlos Ibáñez, jefe de la Unidad de Adicciones de la Clínica Psiquiátrica Universitaria de la Universidad de Chile.

Por ejemplo, solo en términos de la disminución de peso sería un aporte al cada vez más obeso promedio nacional chileno. Y al colombiano, claro.»Hay muchos estudios que muestran que la cantidad de calorías que consumen los chilenos por el total de venta de alcohol en el país es equivalente a la cantidad de calorías asociadas al consumo de bebidas azucaradas», dice la doctora Paula Margozzini, académica de la División de Salud Pública y Medicina Familiar de la Facultad de Medicina UC.

«La gente identifica muy bien que las bebidas azucaradas se asocian a obesidad, pero desconoce que el alcohol también (tiene ese efecto)». Una realidad que se asocia a otros mitos o creencias erróneas. «La mayoría cree que el daño por alcohol se asocia solo a adictos y accidentes de tránsito. Pero más de la mitad de las enfermedades y muertes por alcohol vienen de las enfermedades crónicas, como cardiovasculares y cáncer», precisa la especialista.

También es necesario enfatizar que no existe un consumo de alcohol recomendable, dice el doctor Ibáñez. «Hay un consumo de bajo riesgo -hasta una copa de trago, vino, cerveza o destilado suave, una vez al día-. Pero eso no significa que sea recomendable, como ha querido promover la industria».

Si bien iniciativas como el Dry january son simples y de bajo costo, «es una estrategia individual que beneficia a pocos individuos», opina la doctora Paula Margozzini. «La evidencia científica muestra que lo más costo-efectivo para que un país disminuya su consumo de alcohol y las consecuencias negativas asociadas es aumentar el precio, regular la publicidad y restringir su disponibilidad física (lugares de venta). Y cita el ejemplo de Islandia, que ha logrado reducir el consumo en la población, desde niños y adolescentes. Allí, una botella de destilado cuesta 84 euros en promedio.

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