The Man Who Sold The World, el tercer álbum de estudio de David Bowie, el que le llevó a sonoridades más oscuras para ahondar en temas como la religión o la guerra, vuelve este viernes al mercado tal y como su autor lo ideó, incluido el título que se le hurtó en el último minuto, «Metrobolist».
El nombre era un homenaje a la película Metropolis (1927) de Fritz Lang, que siempre despertó gran admiración en el llamado Duque Blanco hasta el punto de idear una gran gira sostenida por esa imaginería grandilocuente, pero Mercury Records lo cambió «in extremis» sin consultar a su autor.
Hubo otras decisiones sobre el disco que delatan el desencuentro de opiniones entre los distintos frentes implicados, por ejemplo la portada o las portadas, ya que se hicieron al menos dos versiones de la misma.
Para el mercado estadounidense se utilizó una ilustración de Mike Weller, con un cowboy» inspirado en la figura del actor John Wayne ante una clínica mental, el mismo lugar en el que había permanecido internado el medio hermano del músico.
Esta es la que acompañará la reedición del álbum, y no la más conocida, la que se hizo para el mercado británico y que terminó lanzándose en el resto del mundo, con Bowie fotografiado por Michael Fish con un extravagante vestido azul. Según comenta su web oficial, también en ese caso fue la discográfica la que dictó sentencia.
En aquellos primeros álbumes con Mercury, Bowie no era el Bowie resolutivo que pueda haber proyectado durante el resto de su carrera. «Era imposible que diese respuestas concretas», llegó a decir su inseparable Tony Visconti, productor del álbum.
En ese sentido, resultó determinante la incorporación a su banda del batería Mick Woodmansey y, sobre todo, del guitarrista Mick Ronson, quien jugó un papel fundamental no solo a las cuerdas, sino también en la dirección musical.
Fue, por ejemplo, quien se encargó de los arreglos, ideó melodías para el sintetizador e impulsó decisiones instrumentales, como el uso de un bajo Gibson (más cercano a la guitarra) o la inclusión de un dúo de flauta de pico, según relata Paul Trynka en la biografía David Bowie. Starman.
En ella se plantea la idea de que Bowie se sintiera indiferente o ajeno respecto a este álbum, pese a que para muchos fue su «primer gran disco, aunque imperfecto», especialmente por los paisajes sonoros ideados por el tándem Visconti-Ronson, capaces de subrayar las emociones de su intérprete.
Su toque está presente en temas como «She Shook Me Cold» o «Black Country Rock» e impregnó de alguna manera la energía más agresiva que Bowie imprimió en cortes en los que él llevó la batuta, como o «Saviour Machine» o «The Man Who Sold The World», la que terminó dando nombre al disco y que a su vez se inspiraba en el título del libro El hombre que vendió la luna de Robert A. Heinlein.
No fue lo único que la estrella británica despachó en este álbum, durante cuya grabación se deshizo de los servicios de su agente (e incluso valedor económico) hasta ese momento, Ken Pitt, por no resultar «suficientemente asertivo», y contrató en su lugar a Tony Defries.
No sería la única salida sonada del equipo, pues tras la finalización del álbum también abandonó el barco el propio Visconti, que no volvería a su lado hasta su primer álbum en directo, David Live (1974).
En su retorno al mercado, Metrobolist ha contado de nuevo con la suma atención de este productor, que ha remezclado todos los temas excepto «After All» (por considerarla perfecta como estaba). Tendrá una versión en vinilo negro de 180 gramos, así como en color dorado y en color blanco en ediciones limitadas.
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