La historia de un cuerpo, de un símbolo, de una persona que volvió de entre sus cenizas no una ni dos sino millones de veces: antes, después, al mismo tiempo, y según la mirada de quien contara su historia.
Santa Evita -la novela de Tomás Eloy Martínez- es la ficcionada realidad detrás de la construcción de una leyenda muerta y, entre otras cosas, también el compendio de un sinnúmero de voces que se arrogan haber sido parte en la creación de su mito (para algunos) o quimera (para otros).
En cambio Santa Evita -la serie que ya está disponible en Star+– se revela como otro peón en ese collage entre fantasía y realidad, aun cuando por sus cualidades intrínsecas pueda ser vista hacia el exterior como la biografía de Eva Perón que no es.
https://youtu.be/8ebGiExFS7M
Sin caer en comparaciones inconducentes, es inevitable recurrir una y otra vez a la novela de Tomás Eloy Martínez, porque la superproducción de siete capítulos se apoya constantemente en ella, no habiendo en esto deshonestidad ninguna, ya que desde su mismo título se enorgullece de hacerlo. Por ello, a la hora de sentarse a verla es importante tener claro que lo que se mostrará en pantalla no será ni la vida de Evita, ni el destino de su cuerpo, sino el imaginario periodístico y narrativo sobre el tema de un autor. Tanto así, que su preponderancia en el texto escrito hasta se condice en la serie con la aparición de un periodista inspirado en él, a cargo del actor Diego Velázquez.
Hay en Santa Evita, la serie, una simplificación de lo contado en la novela. Los intrincados vericuetos en los que el libro entra y sale, para describir una época sociopolítica de fanatismo en torno a la protagonista, quedan reducidos a diálogos y acciones de personajes determinados, como el coronel Carlos Moori Koenig (Ernesto Alterio), el ya mencionado periodista y su entorno, o incluso Evita (Natalia Oreiro). Tal vez teniendo en cuenta el alcance internacional, y por qué no generacional, de la propuesta es que se haya optado por alumbrar aspectos puntuales en la vida de Eva: su infancia, sus primeras armas como actriz, el encuentro con Perón en el Luna Park, sus últimos días; como también de su cadáver: el trabajo de conservación del doctor Pedro Ara (Francesc Orella, recordado en estas latitudes por ser el protagonista de Merlí y el presidente del Barcelona en Sueño bendito), el traslado del mismo luego del golpe del 55, el rumor sobre las diferentes copias que había de él… Incontables saltos temporales -cuyo uso y abuso se ha puesto incomprensiblemente de moda en los últimos años- dan cuenta de ello con el mismo rigor de la obra escrita en la que se basa.
Interpretar a un personaje que existió siempre es un riesgo, y si ese personaje es Eva Perón muchísimo más. Y sin embargo, caracterizaciones de Evita hubo en cantidad: de Nacha Guevara a Faye Dunaway, de Esther Goris a Madonna, de Flavia Palmiero a Christina Aguilera; Julieta Díaz, Laura Novoa, Christiane Krüger, Julieta Cardinali, Elena Roger, y siguen las firmas.
Sin parecerse a ninguna de ellas, Natalia Oreiro acepta el desafío y logra la mejor interpretación de su carrera. Su Evita, vulnerada por el cáncer, se mueve con dificultad, su mirada inexpresiva se hunde en la cuenca de sus ojos, y el cuerpo flaco se encorva a cada paso. Y sin embargo, en cada hilo de voz está la firmeza de la que fue, sus diálogos son breves pero contundentes. Y cuando la tiranía del flashback nos remite a sus comienzos aparece otra mujer dentro de la misma, alegre, decidida y con idéntica fortaleza. El trabajo de la actriz para encarnar las diferentes épocas de su personaje es sutil, una cuestión de matices que abrazan una misma esencia. Observación y composición en partes iguales, que colaboran en la construcción de una imagen a la que nunca se le falta el respeto.
A la par están Diego Velázquez y el español Francesc Orella, excelentes en sus roles, como así también un notable elenco secundario en el que se destacan Diego Cremonesi y Guillermo Arengo. Alterio, como Moori Koenig, afronta la complejidad de un hombre obsesionado por el cadáver de Eva, oscuro en esencia pero nunca caricaturesco. Darío Grandinetti, por su parte, compone a un Perón decorativo, correcto pero sin lucimiento.
Santa Evita no propone un debate ideológico: ni siquiera profundiza el ético o moral a pesar de tener con qué. Es la ficción de una ficción, con suficientes condimentos reales como para sorprender, intrigar y seducir a la audiencia más allá de cuánto se pueda conocer de la historia verdadera. Tal y como pasa con los mitos.
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