Lleva 20 años al frente del Festival del Cine Venezolano que tradicionalmente se realiza en Mérida y puede estar a cargo otros 20 más. No se imagina Karina Gómez Franco separada de una gestión a la que le ha dedicado parte de sus 59 años de vida y que este 2024 se prepara para celebrar la vigésima edición en la isla de Margarita. «Yo pudiera retirarme, claro. Hay un legado allí, una gestión que permitirá darle continuidad al festival. Pero no me imagino al festival sin mí», dice, mientras le da forma al que se llevará a cabo del 16 al 20 de junio.
La primera edición del Festival del Cine Venezolano tuvo lugar en la ciudad de Mérida entre el 5 y el 9 de julio de 2005. La película ganadora fue Manuela Sáenz, de Diego Rísquez. Desde entonces, el premio más importante se lo han llevado Secuestro express (Jonathan Jakubowicz, 2006), Postales de Leningrado (Mariana Rondón, 2007), El enemigo (Luis Alberto Lamata, 2008), Cheila, una casa pa’ Maíta (Eduardo Barberena, 2009), Taita Boves (Luis Alberto Lamata, 2010), El rumor de las piedras (Alejandro Bellame, 2011), Patas arriba (Alejandro García Wiedemann, 2012), Piedra, papel o tijera (Hernán Jabes, 2013), El regreso (Patricia Ortega, 2014), 3 Bellezas (Carlos Caridad Montero, 2015), El malquerido (Diego Rísquez, 2016), El Amparo (Robert Calzadilla, 2017), Hijos de la sal (Andrés y Luis Rodríguez, 2018), Historias pequeñas (Rafael Marziano Tinoco, 2019), Un destello interior (Andrés y Luis Rodríguez, 2020), Especial (Ignacio Márquez, 2021), Yo y las bestias (Nicolás Manzano, 2022) y Simón (Diego Vicentini, 2023).
El festival nació, recuerda Gómez Franco, como un lugar de encuentro generacional en torno al cine venezolano, un espacio de formación, de intercambio de ideas en un país donde el séptimo arte ha tenido buenas y no tan buenas épocas, pero que siempre ha sabido remontar la cuesta, dice. «Somos constantes y persistentes productores de cine en las condiciones más difíciles».
Por cuarta vez el encuentro cinematográfico más importante del país deja Mérida. La primera vez fue en 2019, cuando se celebró en Caracas por la crisis de servicios públicos en el interior del país; luego, en 2020, se realizó de manera virtual debido a la pandemia. En 2021 se hizo de nuevo en Caracas, en formato híbrido, virtual y presencial. Y este 2024 se traslada a la isla de Margarita porque Mérida no tiene buenas salas de cine y la gasolina y la crisis eléctrica no han dejado de ser un problema, como en todo el país. «Fue doloroso salir de Mérida, pero nos vamos de vacaciones un tiempo por Venezuela. Margarita está maravillosa, con unas salas magníficas, con una oferta gastronómica única y gerentes haciendo todo lo posible por sacar la isla adelante. Pero volveremos a Mérida. Sin duda».
El festival que ha tenido entre sus invitados a la directora argentina Lucrecia Martel, al actor español Tristán Ulloa, al crítico colombiano Juan Carlos Arciniegas, al crítico e historiador español Román Gubern, al director colombiano Luis Ospina, al productor y director mexicano Damián Alcázar y al director francés Nicolas Azalbert, programador del Festival de Cine de Biarritz y redactor de la prestigiosa revista Cahiers du Cinéma, este año le rendirá homenaje a la directora caraqueña Fina Torres, ganadora de la Cámara de Oro del Festival de Cine de Cannes en 1985 por Oriana.
«Yo soy más fuerte que el hambre. Me parece que el país y el cine nacional se merecen su festival. Uno no puede tirar la toalla», dice Gómez Franco, con su marcado acento colombiano y el foco puesto ya en próximas ediciones, consciente de que no son pocos los obstáculos por sortear.
—¿Del primer Festival del Cine Venezolano que organizó al que se celebrará en Margarita, cuál es el balance que hace?
—Una evolución constante de 20 años. Nada tiene que ver uno con otro por muchas razones. En aquel momento el norte del festival era hacer de él un medio cinematográfico. No había encuentros, no había espacios, los cineastas trabajaban solos, generaciones que no se conocían, no se involucraban. Caí en cuenta de que había que hacer un festival. Había nuevos productores y sonidistas, por ejemplo, que no eran los mismos de siempre. Había que darle la oportunidad a los cineastas nuevos y consagrados de encontrarse y ver el cine de otros directores. Hacer que la gente se involucrara y homenajear a quien lo merecía. En aquel momento la gente hacía sus películas y salía con las tablas en la cabeza; no era un orgullo, era un lastre. En el festival la gente se encontraba, hablaba; estudiantes y cineastas intercambiaban ideas. Y sigue pasando. Cuando nacimos pensamos hacerlo cada dos años. Pero yo, que soy una trabajadora compulsiva, comencé a pensar en el próximo cuando no había terminado el primero porque, además, armando la escaleta tenía más de 13 largos y entraron 9. Los directores se entusiasmaron, como hoy. No hemos parado desde entonces. Hace 20 años había 5 escuelas de cine en el país, hoy hay más de 32.
—¿Un logro del festival?
—Creería que sí. En el Festival del Cine Venezolano tenemos varios objetivos, uno de ellos, mover cultural, económica y turísticamente el estado donde trabajamos. Otro, fomentar la carrera y hacer que las universidades se profesionalicen. Y, por supuesto, convencer al venezolano de que vaya a las salas y compre boletos para ver películas nacionales. Lo hemos logrado. Y lo que más me entusiasma siempre es ver el intercambio entre estudiantes de varias universidades, las coproducciones que hacen esos chamos son increíbles. Si queríamos con el primer festival hacer un medio en sí mismo, se logró. El festival es un medio para encontrar talentos, para presentar trabajos, para crear redes. De eso se trata. Aunque debo reconocer que no hemos logrado que la gente venda sus proyectos. Es difícil. Hubo muchos años en los que se hizo bastante difícil traer personas del exterior al país. Se necesita, además, dinero y una infraestructura que no tenemos. Yo me enfoco en hacer una competencia y tengo que maximizar los recursos que tengo. Intentar que a todas las películas que se proyecten les vaya bien en taquilla.
—Ha hablado de los encuentros que se dan en el festival, de los jóvenes que se animan a hacer cine, de las escuelas de cine que han aumentado. La realidad es que muchos de esos jóvenes han emigrado o quieren emigrar por la crisis del sector.
—Y no está mal. Fíjate que cuando decidimos hacer el festival en pandemia nos llegaron muchos cortos para concurso. Y el criterio para escogerlos fue que hubiesen ido a festivales internacionales. Me decían en mi equipo que no. Que no debíamos ir por allí. Pero mi idea fue recuperar y mostrar el trabajo de esos muchachos que estaban haciendo cosas maravillosas en el exterior, dejando muy bien al país técnica y académicamente. En el festival hablamos del presente, además de los homenajes, por supuesto. Todo corto que haya participado en un festival de cine tiene cabida en el Festival de Cine Venezolano. Queremos ver el futuro de nuestro cine.
—20 años se dice fácil, pero en un país como la Venezuela de las últimas dos décadas lograr que un encuentro cultural como el festival se haya mantenido pareciera una proeza. ¿Cómo lo ha logrado?
—Yo soy más fuerte que el hambre. Me parece que el país y el cine nacional se merecen su festival. Uno no puede tirar la toalla. Cuando comenzamos la gente me decía «espera a ver qué pasa con Chávez». En el mercado publicitario las carteras estaban cerradas, nadie quería dar un centavo, mover dinero. Y conseguimos. Nunca lo suficiente, pero lo necesario para hacer algo bueno con lo que tenemos. Yo no creo en los malos tiempos, en la gente que me dice que no se puede. En pandemia nos reinventamos porque el empuje audiovisual es la muestra de un país en el que hay un grupo de gente que quiere hacer cosas. Y, en definitiva, un país sin cultura es un país sin norte.
—¿Y cómo ha logrado que el régimen no le haya metido la mano al festival, aunque tenga las intenciones de hacerlo?
—Mire, lo único que a uno le queda es la palabra, la honradez. Uno tiene que blindarse. En los festivales alrededor del mundo el gobierno no ejerce propiedad, tampoco interviene. La cultura nada tiene que ver con el Estado, con los regímenes aunque siempre quieren intervenir. Entonces, hay que escoger muy bien a la gente que trabaja con uno, que el jurado que escoges tenga el nivel cultural y un compromiso personal para poder elegir la mejor película del año sin presiones. Aunque siempre se escapa algo. Y no es sencillo. La realidad es que es doloroso, pero uno tiene que ser educado hasta el final de sus días. La dirección del festival mantiene que el sincretismo del jurado es absoluto. Es difícil porque siempre encuentran huecos por dónde meterse, pero uno aprende. Aunque nunca te imaginas por dónde vienen los tiros. Y tienes que mirar todos los escenarios. Pero mi propósito y el de mi equipo es hacer un festival honesto, transparente, en franca y buena lid. Lo reconozco. Siempre te encuentras con cosas muy turbias. Pero la honestidad no me agarra desprevenida.
—Por ejemplo, no le pesó poner a competir en 2023 una obra de Carlos Azpúrua, presidente del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía, que además es premiada por la prensa como Mejor Documental. ¿No es hacer muchas concesiones? ¿O para sobrevivir, sin duda, hay que hacer concesiones? También se le premió en 2022 por Sabino vive.
—No, uno nunca debería hacer concesiones. Esos casos que mencionas son los únicos episodios con ese tono que han pasado en el festival. Y no son concesiones. Todo el mundo tiene derechos. Y la última palabra la tiene el jurado. Allí no hay concesiones del festival. Hay que respetar lo que dicen. Cuando dicen que el festival es de un lado o del otro hay mucha falsedad. Es mentira. Alrededor de 7 largometrajes han sido producidos por la Villa del Cine. A mí lo que me interesa es la calidad, el buen cine. No quién lo haga, quién ponga el dinero, su posición política.
—Pero Azpúrua, uno de los grandes cineastas del país devenido en un operador político, como él mismo le declaró a El Nacional, hace proselitismo en la tarima del festival y, además, increpa a periodistas de medios críticos con el régimen.
—El festival es un festival. No controla lo que se dice en las ruedas de prensa. Lo que sí podemos asegurar es que intentamos que todo el mundo sea decente. Pero de allí en adelante hay libertad, el señor puede decir misa y el festival no se involucra. Yo paso de soslayo por las ruedas de prensa. Y entra tanta polarización hay gente que habla mal y otra que habla bien. De eso también se trata el festival.
—¿Cómo ha sido la colaboración gobierno/empresa privada en el festival?
—Muy difícil, pero como te digo, soy más fuerte que el hambre y consigo plata hasta debajo de las piedras. Hay aliados que tienen conmigo 10, 12 años, Telefónica entre ellos. Los perseguí durante 5 años. Porque me parece que era importante que estuvieran. La mentalidad de ese tipo de compañías me gusta. Tenía que convencerlos de que tenía un producto perfecto para ellos. Y así lo he hecho con muchas empresas. En pandemia fue cuesta arriba hacer el festival. Muy difícil. Casi imposible. Pero me alié con Tres Cinematografía, la productora de Marcel Rasquin, Joe Torres y Juan Antonio Díaz; productores en el exterior nos ayudaron económicamente. Y lo hicimos. El festival no podía dejar de hacerse. Fue vital el apoyo de Rodolfo Cova, de 20 productoras venezolanas. Fue una conjunción de gente increíble. Por ejemplo, Bolívar Films siempre ha estado allí; El Nacional me ha apoyado desde mis inicios, así como el CNAC, que sólo se ha retirado un año. Pasa que el festival es el más importante del país y estar fuera de él es terrible.
—¿En cuanto a número de patrocinantes, ha habido un cambio significativo? ¿Están las empresas dispuestas a apoyar la cultura en este momento? ¿Es significativo el aporte?
—No ha habido cambios, ha cambiado la manera de trabajar y de hacer las cosas. Todo el mundo intenta ayudar un poco. Es difícil, sin duda. Todo aumenta, el equipo crece. Yo manejo presupuestos muy cerrados. Hago lo que puedo con lo que tengo. Y bien. No paro. La gente cree que el festival es millonario. No. Tenemos unos aliados maravillosos, hacemos las cosas bien y con buen gusto. Mi meta este año es conseguir alrededor de 100 aliados entre apoyos, patrocinio y ayuda que no es económica. Por ejemplo, nunca he podido llegar a Polar. Y lo he intentado por todos lados, pero no hay manera. Supongo que el país es muy grande, hay otras necesidades, y el cine no es su prioridad, que es válido. Pero algunas de las marcas de la empresa me apoyan.
—La crisis de servicios básicos en el interior la obligó a trasladar el festival de Mérida a Caracas en 2019. ¿Fue una experiencia positiva?
—Para nada. Pero estaba convencida de que el Festival del Cine Venezolano tenía que seguir. La situación en Mérida era muy complicada en esos años. Además de los servicios estaba el tema de las guarimbas. Le hicimos un homenaje a Román Chalbaud y mucha gente se molestó por eso. Insisto, el festival no entiende de política y Román, merideño, se merece todos los homenajes independientemente de su postura. Hay que ser correctos. El año que lo hicimos en Caracas fue terrible. Todos los festivales del mundo ocurren en ciudades satélites a menos que seas Berlín. La gente se traslada para «festivalear». Y entonces llegas a Caracas, a la capital, donde todo el mundo trabaja y si puede, si tiene tiempo, va al cine. Así no funciona. Todo en Caracas tiene otra movida. Yo la adoro, pero no se puede hacer un festival allí. Quedé endeudada y con gente que me odiaba realmente. Pero todo pasa y se aprende.
—Y esa misma crisis, la de los servicios, la gasolina, la lleva a celebrar la edición 20 del festival en Margarita. ¿Por qué Margarita?
—Son 20 años, quiero hacer una celebración de 20 años del cine nacional en una isla que está hermosa. En Mérida la situación no es óptima; además, no hay buenas salas de cine. La película no se oye, se ve mal, se va la luz. ¿Sabes lo que es dedicar años a tu película para que no se proyecte bien? Trasladar el Festival del Cine Venezolano de Mérida me dio dolor, mucho. Pero volverá. Digamos que salimos de vacaciones por el país. En esta edición lo haremos en salas espectaculares, con la mejor tecnología.
—¿Y la crisis no pasa por Margarita?
—La crisis ya pasó por Margarita. Ahora lo que tiene es gerentes que quieren sacar la isla adelante, ponerla a valer. Las cámaras de comercio, de turismo; la gobernación y alcaldías trabajan duro y lo notas en cada esquina. En la isla la gente te dice «qué quieres, yo te lo consigo». La Universidad de Margarita, y su directora, Antonieta Oxford, han sido un apoyo inmenso. «Hagámoslo acá», me dijo de una. El apoyo de la gobernación y de Cinex ha sido grandísimo. Las salas son divinas. Además, me ha sorprendido la campaña Margarita sustentable. Los restaurantes consumen lo que se produce en la isla, quieren hacer del ají dulce una marca de origen. El potencial es inmenso. Asimismo, es más económico producir el festival allí y es menos costoso para los estudiantes que llegarán de todo el país entre el 16 y el 20 de junio. Hay una oferta gastronómica importante, posadas y hoteles bien cuidados.
—¿Influye que el gobierno regional no sea oficialista?
—A mí eso no me importa. Me importa la proactividad de la gente, el apoyo. Y aquí lo he encontrado. Esta gente está trabajando duro, sin miramientos. El problema no es de qué partido eres, sino la actitud que tienes sobre las cosas. Pongo el ejemplo, mi relación con la Villa de Cine es buena. Hacemos cultura con nuestras diferencias.
—¿De estos 20 años cuáles han sido los momentos más icónicos del festival?
—Yo adoro el festival que hago cada año. El momento en el que decido hacerlo y en el que lo cierro. Me siento muy orgullosa del cine venezolano, de los ganadores, de los estudiantes, de los invitados. Pero reconozco que el año que lo hicimos en pandemia me llenó de orgullo. Logramos lo que no pensamos que podíamos lograr, gente conectada desde 12 países. Fue una gran experiencia y un gran aprendizaje.
—¿Entre los jurados e invitados que ha tenido, a quiénes recuerda como los más importantes?
—A todo el mundo. Los jurados son gente bastante particular. He tenido más de 100 solamente en la categoría ficción. Pero hay muchos que he querido tener y no he podido porque siempre están trabajando en una película.
—¿Cuál es el criterio para escogerlos?
—Hay un poco de sensaciones, de intuición. En 20 años no he repetido jurado. Hago una preselección de 15 y de allí voy escogiendo con la ayuda de amigos, preguntando por aquí y por allá. Asesorándome bien. Yo he tenido en el festival a la argentina Lucía Martel. Luis Berlanga vino a dar una conferencia. Vino también Nicolas Azalbert, redactor de la revista Cahiers du cinema; el director colombiano Luis Ospina y el crítico e historiador español Román Gubern.
—¿Cómo será la edición 2024?
—Estamos armando en este momento. Entre largos de ficción y documentales ya tenemos como 22, que terminan siendo 10 y 8 en competencia. Entre ellos, La sombra del catire de Jorge Hernández Aldana, Muñequita linda de Román Chalbaud, Hambre de Joanna Cristina Nelson, que hace dos años ganó con un corto. En los documentales están Las casas muertas de Rosana Mateki y Ozzie, la historia de Oswaldo Cisneros Fajardo, de MaurizioLiberatoscioli. Me sorprende la cantidad de cortos. Recuerdo que la primera edición del Maratón Cine Átomo, en el que solo participan cortos, ganó Gerard Uzcátegui, hoy uno de los mejores fotógrafos de cine del país trabajando por el mundo. Esas historias me hacen muy feliz. Es ver la evolución del festival y de quienes han pasado por él.
—¿Ya tiene jurados definidos?
—Pocos. Pero Fina Torres va de jurado y también recibirá un homenaje. Diego Vicentini, el director de Simón, y Miguel Ángel Ferrer, director de La sombra del sol también pudieran estar entre los convocados.
—¿Dónde serán las proyecciones?
—Todas en Cinex Costa Azul, que tiene unas salas magníficas. El festival sucederá en el municipio Maneiro, que además tiene una oferta gastronómica muy buena. Yo espero tener 1.200 personas por día y llenar 30.000 butacas en los 4 días del festival.
—¿Habrá paquetes para asistir al festival; pasaje, alojamiento, entradas al cine?
—En la página web del festival la gente encontrará pronto información para armar sus propios paquetes.
—¿Qué actividades hay programadas más allá de las salas?
—Formación en las mañanas y películas en la tarde lunes, martes, miércoles y jueves. Ese día, 20 de junio, se celebrará la premiación y luego todo el mundo a casa. Tengo pensado hasta un concierto en la playa para despedir el Festival de Cine Venezolano.
—¿Podemos hablar de un buen momento del cine venezolano? ¿O cuál recuerda como el mejor momento del cine venezolano en los últimos 20 años?
—Con épocas mejores que otras, el cine venezolano siempre ha sido constante. Somos constantes y persistentes productores de cine en las condiciones más difíciles. Siempre hemos remontado crisis y en el festival se han presentado películas que luego tienen recorridos muy buenos internacionalmente.
—¿De las películas y de los directores premiados en estos 20 años cuáles han sido los más significativos?
—No es un secreto que el amor de mi vida es Diego Rísquez. Tengo debilidad por él, por su obra y haberlo tenido en el festival siempre fue un gusto. Jackson Gutiérrez es otro amor que me dejó y mantiene vivo el festival. Él me probó que era capaz de estudiar, hacer y llevar cine adelante con criterio. Es un superman. Hoy en día hace cine guerrilla y lo hace bien. ¿Que va a ganar festivales? No lo sé. Pero tiene criterio, productoras, hace plata y un cine muy particular. Y no dejo de mencionar a mis amigas Mariana Rondón (directora de Pelo malo), Marité Ugás (productora) y Marianela Maldonado (directora de Los niños de Las Brisas).
—A propósito de lo que está pasando en los premios Goya, a los que están postuladas películas de directores y directoras venezolanas, ¿sería bueno hacer la distinción entre cine venezolano y el cine hecho por venezolanos en la diáspora o cabe todo en un mismo saco?
—Yo meto todo en un mismo saco. Son cineastas venezolanos donde se paren. Yo he querido proyectar películas de cineastas venezolanos en el festival, como Mamacruz de Patricia Ortega, que está postulada al Goya, y no pude porque su distribuidor no quiso. Voy a traer este año Upon Entry, de Juan Sebastián Vásquez y Alejandro Rojas, que tiene tres postulaciones al Goya, entre ellas Mejor Dirección Novel, y también competirán en los Independent Spirits Awards. Jorge Hernández Aldana, por ejemplo, vino de México a Venezuela para hacer su película.
—¿Habrá otros 20 años del Festival de Cine Venezolano?
—Claro que sí, 20, 30 años más. El cine nacional no para. La cultura no para. Para cuando alguien no tiene el cerebro suficiente para pensar en la cultura del país. Y yo paso mucho tiempo pensando en eso. Y lo reconozco: soy una tremenda gerente cultural.
—¿Hay festival sin Karina Gómez?
—No he pensado en eso nunca. Yo pudiera retirarme, claro. Hay un legado allí, una gestión que permitirá darle continuidad al festival. Pero no me imagino al festival sin mí, aunque en algún momento tendrá que pasar. Y no tengo dudas, puedo estar otros 20 años más al frente. Es lo que quiero hacer.
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