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Cuatro personajes totalmente dispares dan vida a la historia de La chica del alquiler, dirigida por Carlos Caridad Montero.

Sebastián (Agustín Segnini) es un escritor muy sensible y obsesivo que quiere reconquistar a Lorena (Patricia Schwarzgruber) después de que lo abandonó en el altar, preocupada por pasar el resto de su vida con un hombre excesivamente controlador.

Despechado y hundido, decide irse a la isla donde iba a ser su luna de miel. Allí conoce a Valeria (Daniela Alvarado), la dueña de la casa que Sebastián y Lorena alquilaron para celebrar su matrimonio.

Sebastián y Valeria entablarán una particular amistad en la que él intentará liberarse de sus taras y ella le ayudará en el camino.

En contraparte, Lorena mostrará el lado tóxico de su personalidad y Tomás (Luis Olavarrieta), el mejor amigo de Sebastián, es presentado como el típico hombre machirulo que quiere conquistar a todas las mujeres.

Así, La chica del alquiler, producida por Ananás Producción y Somos Films, se presenta como una comedia ligera que aborda el tema del amor desde diferentes facetas, la obsesiva, la tóxica o la más honesta.

—¿Por qué quiso abordar el tema del amor en clave de humor?

La chica del alquiler es un proyecto que nace de Agustín Segnini, el productor. Él fue quien buscó el guionista, el que tenía la idea de la película y quien prácticamente desarrolló buena parte del proyecto, incluso tenía el reparto visto. A mí me llama la atención esto por varias razones. Yo he hecho algunas cosas por encargo, pero es primera vez que llego y veo el diseño de producción real, es decir, con unos actores reconocidos, con una intención de conseguir patrocinantes, con una intención de buscar locaciones atractivas. Eso me pareció interesante porque en Venezuela pocas veces se ven ese tipo de experiencias, pocas veces te llaman para un proyecto así. Lo otro es que yo siempre he desarrollado una línea de humor, tanto en mis escritos como en los cortos. 3 bellezas era una comedia para algunos, aunque a otros les parecía una película aterradora. Pero sí me interesaba en 3 bellezas retomar el humor negro de uno de mis cortos, ese no es un género fácil. Tiende a confundirse con el drama y a veces hasta con el drama cursi. Yo estaba siguiendo, por ejemplo, la serie Succession, que tiene mucho humor negro y me sorprende que hay gente que piensa que es una serie como Dallas. Desde que terminé 3 bellezas he pensado cómo sería irse por el camino del medio en Venezuela con una comedia. Ellos me presentaron esto y el guion me gustó, me gustó también el resto del proyecto. Te confieso que me cuesta mucho reírme cuando leo guiones de otros que me dicen que es una comedia. Porque estoy muy metido viendo la estructura de la historia. Con La chica del alquiler me descubrí sonriendo y en algún momento solté carcajadas. Entonces pensé que se podía hacer.

—En la película se muestra el amor en distintas facetas. Sebastián es el hombre obsesionado que lo da todo; Lorena, la mujer tóxica que ama por ego; Valeria, la mujer que se alejó de todo luego de un despecho, y Tomás, el machirulo que quiere acostarse con todas.

—Esa fue una de las primeras cosas que me llamó la atención del guion. También me llamó la atención que hayan buscado un casting que se parecía mucho a esos personajes, al menos físicamente. Agustín, por ejemplo, tuvo la idea de que Lorena fuera tóxica y un poco cliché. Con Valeria quería también que fuera algo cercano al cliché, la chica encantadora. Pero esas facetas del amor me llamaron la atención porque, por ejemplo, el personaje de Daniela (Alvarado) tiende a esperar a que salte la chispa, y eso solo se resuelve al final de la película. No es el típico cuento de chico encuentra chica, chico pierde chica, chico recupera chica, sino que la encuentra y de alguna manera la obvia durante casi todo el metraje. Eso me pareció interesante. Y, por supuesto, que todo sea retratado con un fondo de humor, que no llega a ser explosivo, o que no llega a desvirtuar tanto ese personaje (Valeria), me pareció una buena mezcla. A pesar de que la película está enclavada en un género, el guion ya tenía cosas que se salían un poco de ahí.

—¿Le pudo limitar de manera artística trabajar con un guion que no era suyo?

—Esa es otra de las cosas que me gustó del proyecto. Yo hice una película en 2021. Una película muy política, también por encargo, que todavía no se ha estrenado y cuyo guion reescribí. Bueno, yo sigo a una directora de actores que se llama Judith Weston. Ella en una de sus obras dice que una vez que uno se compromete con un guion, tiene que pensar que ese es el mejor guion del mundo, aunque no lo sea. Quise probar eso. Me comprometí con el guion sin tocarlo. Solamente engordé un chiste porque me parecía que tenía carne y no se estaba aprovechando del todo. De resto, me comprometí con el guion cien por ciento. La experiencia de rodar por encargo esta película me enseñó que puedes tener mucha libertad dentro de esos parámetros, sobre todo no tengo que encargarme de la producción, el estreno y de muchas cosas que recargan a los autores en Venezuela y que ralentizan sus carreras.

—Leo estas estadísticas: en España los divorcios aumentaron 13,2% en 2021; en México, el aumento fue de 57,26% en 2019 y en Estados Unidos el número de bodas cayó a 17%. Y sin embargo, historias como la de Sebastián y Valeria siguen llamando la atención.

—Porque el amor sigue siendo el gran motor de la humanidad. Eso es muy evidente. Fíjate que en mi película anterior, Hijos de la revolución, son 25 años de historia de Venezuela, pero esos 25 años de historia de Venezuela, de 1992 a 2017, están estructurados alrededor de una historia de amor. Yo quería explorar estos temas porque mi generación, al menos mi generación de cineastas, crecimos y nos acercamos al cine con mucho miedo a la telenovela, mucho miedo al final feliz, mucho miedo a muchos clichés que estaban en la telenovela. Yo quise probar en esto a pesar de que sabemos que, sobre todo en la pandemia, se dispararon los divorcios.

—¿Participó en la selección de locaciones?

—Ese sí fue un proceso que estaba cuando yo entré. El guion ya tenía la variedad de locaciones, pero toda la selección y búsqueda fue básicamente mía. Cuando hice 3 bellezas mi papá me hizo una crítica que al principio me dio risa. Me dijo: “Chico, pero ni un paisajito pusiste”. Y entonces pensé que en la próxima película tenía que mostrar exteriores, la ciudad, paisajes. Bajamos a Urama. Alguien de la producción mencionó un lugar muy chévere para filmar. Fuimos y efectivamente es una maravilla. Y ahora como tenemos drones podemos filmar mejor este tipo de locaciones.

—¿El casting venía de antes?

—Venía de antes. El proyecto, según me contaba Agustín, en principio iba a ser una obra de teatro. Ellos comenzaron a armar una obra de teatro y la tuvieron que suspender por la pandemia. Estaban a punto de estrenar cuando llegó la pandemia y suspendieron todo. Al final retomaron pero ya con la idea de hacer la película.

—El personaje queer, Anzuelo, es clave para las decisiones que toman Valeria y Sebastián, una suerte de consejera, pero también es presentada bajo el estereotipo de promiscua y que puede dar risa. ¿Por qué caracterizar a Anzuelo de esta manera en un momento en que las personas LGBTIQ+ luchan para ser tomadas en serio?

—Yo me preocupé muchísimo por ese tema, ya eso estaba incluido en el guion, sobre todo no quería presentarla como un personaje excepcional. Por eso limpié bastantes cosas que pudieran aparecer sobre eso, cuentos, chistes o improvisaciones que se hicieron en los ensayos y en el set. Estuve a punto de limpiar el tema de la promiscuidad, pero como solamente estaba en los diálogos como un efecto cómico, no quería que fuera tampoco un personaje demasiado serio para la comedia. Que no desentonara. No mostrarla, por ejemplo, promiscua, que el chiste se quedara allí solamente en lo que dice y no en lo que se ve. En la película Tangerine los personajes trans son mostrados bajo el estereotipo de la trans loca, gritona, odiosa, llevada a los extremos, pero no, yo quería a Anzuelo más sobria. Yo hablé con el guionista y sacamos el rechazo de Sebastián hacia ella, que no fuera un rechazo como estaba antes, entonces la acepta naturalmente.

—Es un debate central hoy día la inclusión en el cine. Una película como La Sirenita fue criticada por tener de protagonista a una actriz negra. ¿Cree que esto es una “inclusión forzada”, como la llaman sus críticos? ¿Afecta la inclusión el trabajo artístico?

—No. No lo veo como una inclusión forzada. Desde que estudio cine soy muy seguidor, por ejemplo, del cine afroamericano. Yo vengo de esa época del cine, cuando irrumpió este grupo de cineastas afroamericanos luchando por su inclusión. Además, estudié en un país donde hay muchísimo racismo; en Cuba el racismo es tremendo y se discrimina mucho a la población negra. Entre mis compañeros de la escuela había muchos africanos, mi compañero de cuarto era rastafari. Cuando surge todo este tema de la inclusión mi primera película, entre comillas de autor, 3 bellezas, también mira el tema de lo femenino y de la discriminación por la apariencia en Venezuela. A mí me parece necesario contextualizar una película como Lo que el viento se llevó, y mucho más una película como El nacimiento de una nación. Sí trato de tener cuidado de no coartar la libertad creativa. En ese sentido, no quería coartar la libertad de ver a Anzuelo también dentro de una comedia, creo que también es parte de la normalización de ese tema. Que puedes hacer un chiste no a costa o en contra, sino que te ríes con ella.

—¿Qué dificultades suponen ser un director que filma en Venezuela? ¿Qué encuentra cuando filma en una zona playera o en la ciudad?

—La primera dificultad es el movimiento. Ir a un sitio en el que quizás no será fácil encontrar gasolina o puedes quedarte sin electricidad por varias horas. Es difícil armar un catering en el interior, conseguir la comida. Claro, estos sitios turísticos tienen algunas ventajas con respecto, por ejemplo, a una ciudad como Maracaibo, donde no hay un movimiento turístico tan fuerte como el del litoral. En Maracaibo sería casi imposible filmar. Habría que filmar cosas muy particulares.

—¿Siente que, por el contexto en que nos encontramos, ha tenido que censurarse en algún momento?

—En Hijos de la revolución se planteó ese tema, si censurarnos o contar la historia como se tenía que contar. Nos fuimos por la calle del medio y la contamos. En el cine, la exhibición y la distribución no dependen del realizador. Incluso los festivales no dependen del realizador. Son fases independientes de la realización de la película. Ahora, lo que sí me he encontrado es que después es muy difícil ubicar estos productos, y no hablo solo de Venezuela sino a nivel internacional. En la pandemia creo que la humanidad se vio muy polarizada. En el caso de las películas muy políticas es inevitable que te encajen en uno u otro bando. Eso sí está afectando mucho la exhibición al menos con las películas directamente políticas. Por ejemplo, en Brasil se dio el caso de un documental que estuvo en un festival y por el hecho de contar la historia de Venezuela que todos conocemos, la crisis venezolana, era percibido como pro Bolsonaro. Es eso, ahora o estás de un lado o estás del otro.

—¿Qué opina del cine que están realizando los venezolanos hoy día, el de los que migraron y el de los que se quedaron?

—Me parece una maravilla, sobre todo porque muchos productos se están filmando sin prácticamente ayuda del Estado. Yo siento, y siempre lo sentí, incluso antes de que comenzara el proceso de la revolución, que pasar por ese filtro te condicionaba muchas veces. No solo políticamente, sino que te condicionaba a contar historias de un tipo, sin poder tocar un género como el horror. A partir de 2015, que comienza la crisis, uno ve que los cineastas están buscando otras opciones, otras fuentes de financiamiento y logran hacer otro tipo de cosas, mucho más libres.

—Algo que llama la atención de La chica del alquiler es que no hay mención de las dificultades o particularidades que suponen vivir en Venezuela, salvo el momento en que Tomás saca un billete de 100 dólares o cuando vemos a un hombre en la isla que tiene punto de venta en su casa.

—Lo primero es que Agustín y el guionista querían quitar un poco el tema político o atenuarlo para no causar rechazo. Yo estoy viniendo de una película muy política: muchas veces yo decía el título Hijos de la revolución y la reacción que despertaba enseguida era “estamos cansados del tema político”. Por otro lado, yo ya había tenido esta experiencia, ya la película se estaba empezando a mover en los mercados internacionales y vi cómo reaccionaba la gente, y pensé ‘bueno lo ideal sería no meterle de caña a ese tema’. También dejar que la gente se relaje un poco. En algunos momentos de todo este proceso el tema político se ha vuelto asfixiante para muchos. No poder hablar algunas cosas para no herir susceptibilidades, no pelearse con los amigos. Entonces, bueno, también la idea era que la gente se relajara en el cine. Puro entretenimiento, digamos.

—¿Va a seguir trabajando la comedia? ¿Siente que es un género en el que se desenvuelve bien?

—Con la comedia tengo como una relación amor-odio porque se me da muy fácil cuando escribo. A pesar de que el proceso de hacer 3 bellezas fue laborioso, creo que fue laborioso buscando el tono sin irse a los extremos. Siempre he querido hacer otras cosas, hacer encargos, escribir guiones, buscar otras alternativas. Lo siguiente que quisiera hacer es algo de género que no sea una comedia. Obviamente tendrá elementos de comedia, porque siempre tiene que haberla en alguna historia de terror. Ya después volveré a la comedia. Estamos planificando con el actor que hace de Anzuelo escribir juntos una comedia.


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