Desde el supuesto descubrimiento, hace más de tres décadas, de que la depresión tenía un origen químico (fundamentalmente una falta de producción de serotonina en el cerebro), se ha producido un boom de prescripciones de antidepresivos. Países como Estados Unidos se han vuelto «naciones Prozac» y los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina se han convertido en algunos de los medicamentos más rentables económicamente en la historia de la industria farmacéutica.
La campaña de estas sustancias de primera y segunda generación incluyó comerciales pasivo-agresivos que inundaron las ondas radioeléctricas en Estados Unidos. Difundieron la idea de que la depresión se debía a un desorden neuroquímico.
Sin embargo, después de treinta años de estos tratamientos, no se ha avanzado mucho en la «cura» de la depresión. Así, países como Estados Unidos o Gran Bretaña han reportado cifras cada vez más altas en cuanto al número de personas deprimidas, particularmente jóvenes. La explicación para esto es múltiple, pero el metanálisis más importante hasta la fecha puede iluminar un poco el asunto. El tratamiento preferido por los psiquiatras es poco efectivo porque parte de un error en la etimología de la depresión.
Antidepresivos no son la solución
La investigadora Joanna Moncrieff, del University College de Londres, explicó que «muchas personas han tomado antidepresivos porque han sido convencidos de que la depresión tiene una causa bioquímica. Sin embargo, la nueva investigación sugiere que esta creencia no está basada en evidencia». Moncrieff citó «una vasta cantidad de investigaciones» que muestran que «no hay evidencia concluyente de que la depresión es causada por anormalidades de la serotonina».
A la par, mientras que no hay evidencia sobre la causa bioquímica de la depresión, la evidencia sobre los efectos secundarios de los antidepresivos sí es abundante. La misma investigadora señala que «miles de personas sufren de efectos colaterales por los antidepresivos, incluyendo severos efectos por abstinencia». Entre estos, el más conocido y recurrente es la pérdida del deseo sexual y sus funciones asociadas. Asimismo, los autores de este estudio sugieren que existe la posibilidad de que, de hecho, los antidepresivos promuevan a la larga una baja producción de serotonina.
En un estudio publicado en la revista Molecular Psychiatry se analizaron los casos de miles de personas. No se encontró diferencia en los niveles de serotonina en la sangre entre personas diagnosticadas y personas sanas. Incluso se observó que, en cientos de individuos, bajar los niveles de serotonina artificialmente no condujo a un estado de depresión.
La evidencia apunta más bien a que ciertos eventos en la vida, aquellos que son muy estresantes, se correlacionan con la depresión. El sentido común ofrece mayor claridad para un tratamiento que la ciencia psiquiátrica.
Datos y evidencias sobre los antidepresivos
Según lo descrito en el portal Pijama Surf, el hecho de que no exista evidencia para concluir que la anormalidad de serotonina en el cerebro no es la causa de esta enfermedad, no significa que los antidepresivos no puedan funcionar y, de hecho, en algunos casos funcionan. Puede ser que tengan efectos placebo, que sean cofactores de otros aspectos en un tratamiento o que funcionen simplemente al «apagar» las emociones. Por lo mismo, no se recomienda cortarlos de tajo sin la asistencia de un médico. No obstante, el hecho de que sirvan en algunos casos no implica que la depresión tenga una causa bioquímica o que los antidepresivos sean el mejor tratamiento.
El escritor Justin Garson, autor del libro Madness: A philosophical exploration (Oxford, 2022), ha hecho una serie de comentarios al respecto que merecen rescatarse. Según Garson, decir que la depresión es provocada por falta de serotonina es como «decir que un dolor en la columna vertebral es por falta de cortisona». Es un reduccionismo absurdo, propio del materialismo rampante, pensar que «la depresión se debe a la falta de un químico». O, podríamos decir ahora, con la reciente aprobación de sustancias psicodélicas: «la depresión es una falta de psilocibina en el cerebro» (pues el cerebro produce naturalmente sustancias análogas a la psilocibina). Pero esto es obviamente absurdo. Más razonable sería decir que «la depresión es una falta de significado y conexión en la vida» (pero esto no tiene sentido para el reduccionismo materialista).
Más importante aún es que aunque una condición no sea causada por un déficit químico, no significa que una sustancia no pueda ayudar. Por ejemplo, el ibuprofeno puede servir para aliviar un dolor de cabeza, sin que la falta de este sea el origen del dolor.
En este contexto, en diversos países anglosajones un 85% de las personas creen que la depresión es solo un desbalance químico del cerebro; en algunos casos las puede estar alejando de encontrar una solución.
Conclusiones
La profesora Coleen Aldous argumenta que esta percepción no es casual: el llamado «Big Pharma» es responsable de esta creencia. Las compañías farmacéuticas, señala, han contribuido a promover la idea de que la depresión tiene como causa un desbalance químico. Todo esto, a pesar que nunca existió evidencia contundente al respecto.
Otras reacciones dentro de la comunidad científica han sido más cautas, no sin confirmar lo mismo. Por ejemplo, el Dr. Phil Cowen de la Universidad de Oxford notó que: «Ningún profesional de la salud actualmente sostendría el punto de vista de que una condición compleja como la depresión se origina de la deficiencia de un único neurotransmisor». Muchos psiquiatras defienden ahora la teoría biopsicosocial de la depresión. Además, apuntan que Moncrieff no es la primera en refutar la teoría bioquímica.
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