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“En España si no eres morena te dicen: ‘Tú no pareces latinoamericana, eres como nosotras’; hay una diferenciación, incluso cuando te halagan”

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«¿De dónde eres, de Bolivia? No, de México. Ah, órale, cuate, órale, güey. ¿De dónde eres, colombiana? No, de México. Ah, el chavo del ocho; ah, sí, los tacos; ah sí, el picante. ¿De dónde eres?, me preguntó una vez la dependienta de la tienda del museo Reina Sofía, cuando por fin le hicimos caso a mi mamá y bajamos al centro: Soy del barrio del Pilar, le contesté. Y se quedó descolocada y me sentí victoriosa. Soy de donde vivo, pensé».

Este episodio lo vive ella, la protagonista de “Ceniza en la Boca”, la última y aclamada novela de Brenda Navarro, (Ciudad de México, 1982), autora hispanomexicana radicada Madrid.

Ella no tiene nombre, a diferencia de su hermano, Diego, que incluso tiene apellido, es decir, un padre conocido, no como ella que no sabe quién fue su papá.

Ella cuenta la historia de una madre sola que emigra a España a cambiar su vida, de unos abuelos mexicanos que se quedan a cargo de sus nietos y de una hermana mayor que debe cuidar de su hermano.

Cuando finalmente los hijos se reúnen con la madre en Madrid, ella, pese a todas las dificultades, se agarra a la pulsión de vivir, pero Diego escoge lo contrario y lo sabemos al inicio de la historia:

«Así: pum. No, así: pooom. No, así: crag. No, así: drag, dragut. No, así: paaam, clap, crash, bruuum, brooom, gruuum, grrr, grooo… Y un eco. No, no hay un sonido que describa el ruido que se escuchó. Un cuerpo estrellándose contra el suelo».

“No lo vi yo. Ni lo vio mi mamá. Las dos estábamos lejos. Mi mamá más lejos que yo, porque mi mamá ya estaba lejos de nosotros desde antes de que Diego se suicidara».

Brenda Navarro es una de las voces del Hay Festival Querétaro, que se realiza en esa ciudad mexicana del 7 al 10 de septiembre.


«Si en México nos podían decir que éramos pobres, y lo éramos, al menos estábamos acompañados; pero en Madrid nos miraban como pobres y además como apestados. Ajenos a ellos. No son de aquí, son panchitos». ¿Quiénes son los panchitos?

Son justo los latinoamericanos. No sé bien de dónde salió, pero alguna vez escuché en un noticiero a unos chicos diciendo venimos a esta playa porque aquí no vienen los panchitos.

Le pregunté a mi pareja y me tuvo que explicar.

Y como anécdota, en uno de los encuentros de lectura en Madrid, en el barrio obrero de Vallecas, una profesora me dijo, «hasta que leí tu libro no me di cuenta del daño que podía causar decirle panchito a una persona migrante, y ahora que lo escucho, no la uso más».

Pero imagínate todo el tiempo en que no le pareció algo despectivo.

Dejan México huyendo de la violencia, pero «en España nos esperaba otro tipo de violencia, una menos aparatosa pero igual de cruel…»¿A qué se refiere ella?

Mi migración ha sido privilegiada, pero una habla con latinoamericanos y escucha sus problemas, la reagrupación familiar, papeles no regularizados, todo lo que no viví, y me parece injusto, porque estoy convencida de que las personas migrantes están sosteniendo a este país en los espacios en los que nadie quiere trabajar.

En Estados Unidos primero fueron los mexicanos, luego llegaron los centroamericanos, y van escalando socialmente, y en España está sucediendo lo mismo.

No es que los andaluces o los gallegos dejen de ser pobres, pero se dan la oportunidad de no hacer trabajos que las personas migrantes tienen que aceptar, porque si no, no comen.

Aquí, en Estados Unidos, en Chile, en Colombia, es horrible que haya personas de primera, segunda y tercera categoría.

Como mexicana entendía el proceso migratorio, pero no esa crueldad como la entendí viviendo fuera de mi país.

SEXTO PISO EDITORIAL | La novela se publicó en 2022

«Desde que llegamos a España estábamos como amputados», dice ella, «te da saudade, te enfermas un poco y te mueres un poco». ¿Todo inmigrante está amputado?

Cuando llegas a otro espacio y te enfrentas a cómo te perciben es cuando te quitan algo. Crees que vienes completo y de pronto te dicen que no eres de aquí, por mucho que te sientas parte.

Te van cortando pequeñas cosas que creías bien cimentadas y luego tú te las vas cortando en el proceso de adaptación, incluso a la comida, a las temperaturas, los olores.

La primera vez que cociné en Barcelona se me quemó la carne porque se hace a fuego distinto.

Más que cortar un miembro es como cuando vas cortándote el cabello para que crezca mejor.

Y a veces creo que esa amputación metafórica no es mala, porque la fantasía es que renacemos cada cierto tiempo.

Tenemos ciclos y las personas migrantes son más conscientes, las no migrantes no se dan cuenta con la misma facilidad.

NOELIA OLBÉS | Navarro fundó «Enjambre Literario», un proyecto que pretende allanarle el camino a las voces femeninas en América Latina

¿De dónde se es cuando se migra?

En México no podría decir soy española porque traicionaría a la patria, pero hay una posición no solo política, sino de cómo te vives en el mundo, de decir también soy española.

No solo porque mi DNI (Documento Nacional de Identidad) lo dice, sino porque estoy generando cultura aquí, tengo dos hijas, estoy dentro del entramado social, político.

¿Cómo no voy a decir que soy española si hay veces que se me antoja más un pollo al chilindrón que un pozole mexicano?

Cuando una va por el mundo, dice ya ni soy mexicana ni soy española o soy todo, y podemos ser todo.

Acabo de ir a Chile y me vine con palabras, con frases, con experiencias y quiero formar parte de esa conciencia.

Una tiene que sumar, no restar, ir sumando con el paso de su vida.

En tu novela hay mujeres mexicanas, colombianas, bolivianas, cubanas, ¿cómo son vistas las latinoamericanas en España?

Si no eres morena, te dicen, bueno, pero tú no pareces latinoamericana, eres como nosotras; hay una diferenciación, incluso cuando te halagan.

Cuando eres, digamos, no blanco, literalmente te pueden ofender diciéndote panchitos, o qué se yo.

También hay hombres que quieren relacionarse con mujeres latinoamericanas sexualmente, porque somos más fogosas, pero que no quieren algo serio porque no.

Son estereotipos de la conquista, de que somos mujeres que despertamos los demonios y los deseos sexuales y somos como muy malvadas.

Afortunadamente, España y Europa están llenas de otras formas de vivir y los discursos de odio están siendo cuestionados.

Nosotros estamos tomando, no nuestro lugar, sino el lugar que habitamos, te apropias de él porque estás pagando impuestos y hay un montón de cosas que ofrecemos.

Hablas de las latinoamericanas que migran a trabajar, dejan a los hijos, y son explotadas en trabajos donde se dedican a «limpiar culos de viejos y de niños» ¿Por qué muestras esta realidad?

En la idea tradicional de la familia como base del Estado, no es solamente que las mujeres pongan el cuerpo, sino que ponen los cuidados y los afectos, y vemos cómo éstos se pervierten.

Cuando no puedes hacerte de comer ni lavar tu ropa, pagas a la lavandería, al restaurante, le pones un valor económico; pero cuando lo hace una mujer dentro del espacio privado, termina por hacerse muy barato o gratis.

Y se nos dice que hay que hacerlo por amor y ahí entra la complicación. ¿Qué es el amor?, ¿qué son los afectos?, ¿cómo nos podemos relacionar si hay una jerarquización económica?

En el caso de la migración, he notado que, al menos en Madrid, las mujeres quieren tener hijos, pero no quieren cuidarlos porque saben que por 500 euros al mes pueden conseguir a una migrante interna que hace esos trabajos, incluso de afecto y los hijos terminan queriendo a esa persona, hasta que un día dejan de verla porque ya no se le paga.

¿Y qué haces tú con ese amor?, ¿con el amor que tus hijos le dieron a esa mujer? ¿Qué hace esa mujer con el amor que dio y termina quedándose sin nada?

Me parece uno de los problemas más crueles.

La madre es descrita por su hija como una mujer flacucha, chaparra, «fea de la voz, fea del sentido del humor, todo feo» y además ausente. ¿Por qué esa carga negativa?

En “Casas vacías” (su novela anterior), hablé mucho de maternidades y me di cuenta de que necesitaba la versión de las hijas y probablemente de las abuelas.

Quería una hija enojada porque todas las hijas en un momento nos enojamos con nuestras madres y creemos que son horrorosas, pero ella termina diciendo, bueno, tal vez mi mamá tiene un montón de cosas que contar y no he hecho las preguntas adecuadas.

Es una madre que con todo lo horrible que le ha pasado, ha sido autónoma y eso lo reivindico.

Decide salir de la violencia de su familia en México, trabajar un montón, llevarse a sus hijos.

A las madres, generalmente, se les echa la culpa de todo, incluso de las acciones de sus hijos, hay como una misoginia a la hora de la crianza, en la que los padres todavía son los buenos, porque son más permisivos, porque no sé qué. Y las madres tenemos que ser las que ponemos límites.

Me parecía bueno mostrar que, aunque una madre decida lo correcto, los hijos son autónomos, como en el caso de Diego.

Es una mujer que puede decir, yo lo decidí y muchas madres todavía no podemos decir eso. Un día todas diremos ay, sí, mira, yo lo decidí, salió como pudo y ya no se puede hacer más.

NOELIA OLBÉS | «Todas las hijas en un momento nos enojamos con nuestras madres y creemos que son horrorosas»

¿Por qué se mata Diego?

Leí en un periódico de Madrid que un chico de 14 o 15 años se arrojó del 5.º piso y me pregunté qué hace que un chico se arroje y su muerte sea pública.

¿Qué nos están diciendo que no pueden expresar? No solo que hay una enfermedad mental, sino un contexto político, económico, la falta de sanidad pública, hay un entramado social… Eso viene de mi formación sociológica.

El primer libro que leí en la carrera fue “El suicidio de Emile Durkheim”: todo tiene que ver con lo social, con la comunidad.

No sabría decir por qué se suicida Diego, no es el cuestionamiento, sino qué hacemos cuando hay un suicidio y qué pudimos o no haber hecho.

Hay patrones de conducta y no estamos poniendo atención.

Pero como soy positiva, creo que las nuevas generaciones lo van a hacer de otra manera. Lo veo en las mujeres, mis hijas tienen un discurso que ojalá hubiera tenido a los 16 años.

Ellas son más prácticas, más conscientes psicológicamente, tienen otra forma de habitar el mundo.

A lo mejor nosotros creemos que no es la forma correcta, pero prefiero que se equivoquen, porque nosotros ya nos equivocamos, y nos seguiremos equivocando; a eso vinimos, a esta vida, a equivocarnos. Es una cosa de ensayo y error, ¿no?

“Ceniza en la boca” es un acto literal que ella nos revela: “No sé por qué me comía a mi hermano, pero me calmaba. Tener sus cenizas, tan finitas, casi imperceptibles en mi lengua, me daba paz.” ¿Qué simbolizas con ese gesto?

Ese momento lo fue pidiendo la personaja.

Yo estaba narrando y pensé bueno, ¿y si hace esto? Dije sí, lo puede hacer.

Pensé que era una buena metáfora del duelo, muy necesario e importante, y que el duelo siempre viene por la digestión, los miedos nos llevan a la digestión; lo tenemos que procesar, que digerir para enfrentarlo de forma distinta.

Cuando ella tiene estas cenizas en la boca, lo que está diciendo es acepté que mi hermano está muerto y tengo que digerirlo poco a poco.

Aquí empieza el proceso de duelo y la posible sanación.

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