Para Xi Jinping, la pandemia de coronavirus ha dejado un mensaje claro: Occidente «está en el ocaso» mientras China «se levanta como sol naciente».
Y es que desde mediados de 2020, la forma en que Pekín manejó la pandemia demuestra, para el liderazgo chino, que su sistema de gobierno es superior a las democracias occidentales.
Mientras países como Estados Unidos o regiones enteras, como Europa, padecen los embates del virus y vuelven a dictar confinamientos, China se ha convertido en uno de los pocos países que ha logrado retomar ciertas dosis de normalidad, incluidos restaurantes, conciertos y vacaciones.
No fue solo la primera economía que comenzó a funcionar tras los embates del virus, sino que también fue la única de las grandes del mundo que creció en el tercer cuarto de 2020 (5%) y, según mayoría de los pronósticos, logrará superar a la de Estados Unidos años antes de lo previsto.
Tras una frenética carrera, se convirtió en el segundo país, después de Rusia, en tener una vacuna lista contra el coronavirus, un producto que ha comenzado a exportar a numerosas naciones, muchas de ellas en América Latina, incluso antes de vacunar a su propia población.
«Mediante el uso de medidas draconianas, Xi Jinping pudo controlar la pandemia. El relativo éxito de China en comparación con Estados Unidos ha sido presentado en China como evidencia de la superioridad del sistema chino sobre los sistemas democráticos de Occidente», dice a BBC Mundo Bonnie Glaser, directora del Proyecto de Poder Chino del Centro de Estudios Internacionales y Estratégico (CSIS).
Y detrás del éxito, según Glaser y otros expertos consultados por BBC Mundo, está la figura de Xi, el único líder chino en la historia reciente que ha vuelto a rodearse del aura mítica que en el país todavía conceden a Mao Zedong, el fundador del Partido Comunista y de la República Popular.
«Si bien el proceso en el que Xi fue concentrando el poder se inició antes de la pandemia, no cabe dudas que este año de coronavirus le ha servido para consolidarlo en una forma que, sin la pandemia, le hubiera sido más complicado», dice a BBC Mundo Susan Shirk, presidenta del Centro de China en el siglo XXI de la Escuela de Política y Estrategia Global de Universidad de California en San Diego.
Pero ¿cómo se dio este proceso y por qué Xi tiene más poder que nunca?
Del fracaso inicial a la victoria
La celebración virtual de la Asamblea de Partido Comunista a inicios de marzo fue el primer gran espacio en el que el gobierno chino celebró públicamente su éxito sobre la pandemia un año después.
Según reportó el diario Global Times, la página en inglés del Partido, los delegados reconocieron públicamente la guía de Xi, sin la que, según la publicación, el país no hubiera logrado «superar a Occidente» en su combate contra el virus.
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De acuerdo con el diario South China Morning Post, el propio presidente chino destacó la superioridad de su país en el control de una pandemia que primero fue detectada en su pais.
Y lo hizo asegurando que ahora los jóvenes chinos pueden «mantenerse erguidos y sentirse orgullosos» cuando vayan al extranjero, «a diferencia de lo que ocurría en el pasado».
De acuerdo con Ryan Hass, experto en China del Brookings Institute, un think tank con sede en Washington, desde hace meses Pekín han tratado de cambiar la narrativa en torno al coronavirus en una «historia de éxito» firmada por Xi.
«El liderazgo chino ha tratado de convertir su manejo del covid-19 en una historia de éxito, incluido el contrastarlo con el desempeño de Estados Unidos y otras democracias occidentales en respuesta a la pandemia», dice a BBC Mundo.
Jeremy Paltiel, experto en temas chinos de la Universidad de Carleton, en Canadá, coincide en que el control de la pandemia ha servido para que Pekín desarrolle una eficaz campaña de propaganda nacionalista, que busca reforzar el apoyo al liderazgo de Xi y al Partido.
«El contraste con los principales países occidentales, especialmente Estados Unidos, señalado diariamente en los medios chinos, tranquiliza al público chino y convence a muchos de que su sistema de gobierno es superior al de Occidente», dice a BBC Mundo.
«Y el empeoramiento de las relaciones con Occidente y el sentimiento anti-chino provocado por la pandemia alienta a los chinos a unirse a su gobierno y al Partido Comunista», agrega.
Un mal primer paso
El éxito con el control de la pandemia, sin embargo, no comenzó con un buen primer paso para China.
Numerosas denuncias apuntaron a que el gobierno encubrió los primeros brotes y censuró a médicos y periodistas que intentaron alertar el mundo de lo que estaba sucediendo en Wuhan.
«Con el inicio del covid-19 hubo una especie de rebelión online cuando en Wuhan se descubrió que el gobierno estaba ocultado lo que sucedía, lo cual mostró la censura y el sistema de supresión de la información, que dejaba a la gente muy vulnerable», indica Shirk.
La experta recuerda que en esos momentos Xi y el Partido se volvieron muy impopulares en China: el presidente le dejó inicialmente el trabajo de controlar el virus al premier y desapareció de la vista pública por un par de semanas.
«Xi no parecía estar a cargo. Pero una vez que volvió a aparecer fue para tomar la situación bajo su mando e instituyó este sistema muy efectivo de control total. Y fue muy efectivo», señala.
Pekín utilizó uno de los modelos más draconianos que se han utilizado para controlar la pandemia en el mundo y, pese a las críticas que recibió por vulnerar derechos individuales y civiles, logró lo que muy pocos países de Occidente han logrado.
«Después de las torpezas y encubrimientos iniciales, las acciones decisivas de China con confinamientos, pruebas, rastreo y cuarentenas controlaron la propagación de la epidemia y dieron como resultado una tasa de mortalidad notablemente baja y una rápida reanudación de la actividad económica», opina Paltiel.
De acuerdo con el experto, el retorno a la normalidad y el hecho de que la economía china echara a andar sus motores mucho antes que la mayoría de los países de Occidente sirvió también para consolidar la estrategia y la forma de dirección del gobierno: al final, detrás de todo, estaba Xi.
«El impresionante repunte económico de China entre los únicos países importantes que registraron un crecimiento positivo y un notable auge de las exportaciones confirma una visión positiva de la política y el arte de gobernar el país de Xi», dice.
Un cambio de juego
Pero Shirk asegura que no termina ahí: la pandemia, en su criterio, consolidó también la continuidad de Xi frente al Partido, principalmente con vistas al XX Congreso en 2022, en el que, según la mayoría de los pronósticos, repetirá por un tercer mandato.
Desde los tiempos de Mao y Deng Xiaoping, ningún líder chino había permanecido en el poder más de 10 años, pero todo indica que las cosas cambiarán otra vez, luego de que Xi eliminara hace un par de años las barreras que habrían impedido su reelección.
«Desde que tomó el poder, Xi ha ido creando las bases para esto, desde tomar el control de la mayoría de las agencias del Estado, el control del Ejército y la policía hasta las purgas contra sus oponentes», dice Shirk.
«Sin embargo, de no haber habido la pandemia, estos años de tránsito al Congreso del Partido hubieran sido muy difíciles para él», considera.
La experta señala que cuando se hicieron estos cambios en 2018 se generaron tensiones en algunos sectores del Partido y la decisión fue muy impopular entre la clase media y en las grandes ciudades.
«Hay un sector importante dentro del país que no está muy feliz con la idea de que China regrese a este sistema que no es visto como muy moderno. También porque sus dos predecesores establecieron este precedente de rotación regular del poder que ahora Xi al parecer no seguirá», indica.
Según explica Paltiel, el coronavirus supuso también un cambio de juego para Xi: muchas políticas que eran cuestionadas dentro de China comenzaron a parecer «justificadas» dentro del contexto de la pandemia.
Es el caso, por ejemplo, del «uso generalizado de tecnologías de vigilancia».
«El hecho de que estas tecnologías sirvan también para prevenir y rastrear la propagación de la enfermedad ayuda a legitimar su uso y a promover la aquiescencia al estado de vigilancia en nombre de la seguridad y la salud públicas», dice.
Shirk opina que tampoco fue casual que Pekín haya aprovechado el contexto del coronavirus para tomar una decisión «arriesgada»: imponer una nueva «ley de seguridad» en Hong Kong que supuso el fin del modelo «un país, dos sistemas» que había prevalecido desde 1997.
En esa fecha Reino Unido transfirió el poder del territorio a Pekín, bajo el acuerdo de que el gobierno chino respetaría al menos por 50 años la autonomía y una serie de normas democráticas en Hong Kong que no son comunes en el resto de China continental.
Sin embargo, tras una serie de protestas masivas, el gobierno de Xi impuso una ley que fue ampliamente criticada por la comunidad internacional por las formas en las que restringe el derecho a la protesta y la libertad de expresión en Hong Kong y toma poder efectivo sobre el territorio.
«Aunque las protestas fueron el desencadenante, es difícil negar que el contexto de la pandemia fue favorable para que Xi se atreviera a dar este paso, que de no ser por el coronavirus, probablemente hubiera causado una reacción internacional más enérgica. En julio de 2020, los países del mundo estaban demasiado ocupados en lidiar con sus propios problemas por el virus», dice Shirk.
La diplomacia de las vacunas
Pero el éxito de China en el combate del coronavirus no logró limpiar del todo la imagen del país a nivel internacional.
Según un estudio del Pew Research Center de octubre pasado, las opiniones negativas sobre China se multiplicaron durante 2020 entre las principales economías desarrolladas.
«La imagen pública de China se ha desplomado en muchas partes del mundo desarrollado durante el año pasado. El mensaje que el liderazgo chino ha estado presentando a su propia población ha sido más aceptado en casa que en muchos lugares en el extranjero», opina Hass.
De acuerdo con el experto, detrás de esto estuvieron una serie de factores, que van desde el mal manejo inicial del virus y su ocultamiento hasta las políticas «agresivas» de Xi hacia Hong Kong, sus amenazas a Taiwán y las frecuentes denuncias de violaciones de derechos humanos contra los musulmanes de origen uigur en Xianjiang.
Pero según Shirk, la pandemia le dio también al mandatario chino la posibilidad de intentar cambiar la imagen de China y aumentar su «influencia global», una idea que se ha consolidado durante su gobierno a través de numerosos proyectos de infraestructura dentro del proyecto conocido como Nueva Ruta de la Seda.
En un inicio, los planes no salieron muy bien: China comenzó a donar mascarillas y equipos de protección a varios países, pero la baja calidad de los productos provocó un rechazo y la condena de varias agencias de salud.
«Sin embargo, luego vendría otro producto que marcó un cambio de juego: las vacunas», dice Shirk.
China estuvo entre los primeros países en patentar una contra el covid-19 y aunque su efectividad no está en los niveles de las que han producido Moderna o Pfizer se volvió una alternativa para muchos países que no han podido acceder a las dosis de otras farmacéuticas.
«El desorden y el proteccionismo en torno al suministro de vacunas por parte de los principales países occidentales, incluidos EE.UU. y la Unión Europea, sirvió para dar una impresión favorable de China en los países en desarrollo», opina Paltiel.
«La generosidad de China (y la voluntad de compartir sus vacunas incluso antes de que su propia población haya sido sustancialmente vacunada) tanto a nivel bilateral como multilateral a través de la OMS les ha hecho mejorar notablemente su imagen a nivel internacional», señala.
Es, al decir de Susan Shirk, otra de las formas en las que el coronavirus «cambió definitivamente las cosas para Xi Jinping».
«Estaba en una situación que podría haberlo hecho muy vulnerable al inicio de la pandemia y ahora es un líder más fuerte, tal vez solo comparado con Mao. Diría que la pandemia facilitó su paso a un tercer término casi sin obstáculos«, afirma.
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