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Fidelio, más allá de la esperanza

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Fidelio es la única ópera que compuso Ludwig van Beethoven. Con el título de Fidelio o el amor conyugal, op. 72, el genio alemán la estrenó sin mucho éxito a finales de 1805 en Viena; luego la revisó en dos ocasiones (1806 y 1814), recibiendo la aclamación final del público. Es una obra de transición que supuso grandes sacrificios para su autor, pues ya acusaba los estragos de su sordera. En Fidelio, hallamos a Beethoven ocupado en los temas de la libertad, la justicia y el amor. El compositor concibió la pieza operística en un marco épico que dificulta la ejecución vocal de los papeles principales.

La trama se desarrolla en una cárcel de Sevilla, hacia finales del siglo XVIII; allí, por razones personales, don Pizarro retiene injustamente a Florestán, quien ha sido dado por muerto y cuya humanidad va mermando por la escasez de alimentos. Su esposa, Leonor, se hace pasar por Fidelio (un mozuelo al servicio del carcelero Rocco) con el fin de liberar a su amado.

El primer acto de la ópera comienza en el hogar de Rocco. Su hija Marzelline canta feliz porque está enamorada de Fidelio, el nuevo ayudante de su padre. Leonor, de lo dicho por el carcelero, sospecha que en las mazmorras del sótano se halla su esposo; así pues, pide ir allí diciendo: «Por una gran recompensa, el amor es capaz de sufrir grandes tormentos». Marzelline malinterpreta la frase como dirigida a ella y cree sentirse correspondida por Fidelio.

Al cabo, llega el fiero don Pizarro; conmina al carcelero a que asesine a Florestán antes de la venida del ministro don Fernando, quien supervisará la prisión; pero el celador se niega, por lo que el gobernador decide matarlo por sí mismo; pide, entonces, que se anuncie la llegada del insigne visitante con una trompeta a fin de acometer el siniestro plan sin errores. También ordena que se le avise cuando la tumba esté cavada con el fin de bajar a las mazmorras a perpetrar el crimen.

Fidelio comprende que debe actuar con celeridad y entona un monólogo que es una contemplación magistral de la maldad y la bondad humanas: «Veo brillar un arcoíris que reposa luminoso sobre nubes oscuras. Brilla tan pacífico que refleja viejos tiempos y apacigua mi sangre enardecida. Ven, esperanza, no dejes languidecer la última estrella. Por lejana que esté, el amor la alcanzará».

Luego va donde Rocco y lo convence de que deje a los reos salir al patio a tomar aire fresco; ya fuera de sus celdas, los presos cantan ¡Oh, qué alegría!, un himno a la libertad olvidado hoy; mientras tanto, Leonor busca sin éxito a su esposo entre los presidiarios. El acto I finaliza cuando el carcelero le cuenta a Fidelio que ha conseguido permiso del gobernador para que baje a las mazmorras a cambio de que se case con su hija. El precio será muy alto: cavar, con ayuda del celador, la tumba del amado.

Al inicio del segundo acto, Florestán, casi exánime, clama a Dios mientras cree ver un ángel que, con la forma de Leonor, viene a liberarlo; luego se desmaya. Rocco y Fidelio bajan a cavar el sepulcro y lo encuentran caído sobre el suelo. Ya concluida la sepultura, el reo despierta y Leonor se turba al verlo; le da pan y vino, pero aquel no la reconoce.

El celador da aviso a don Pizarro, quien se presenta y pide a Fidelio que se retire, pero este se oculta. Cuando el gobernador se dispone a apuñalar a Florestán, Leonor se interpone revelando su identidad y apuntando con una pistola a Pizarro, sorprendiendo a todos; en ese momento, suena triunfal la trompeta que anuncia la llegada del ministro don Fernando, y los esposos cantan su salvación: «El amor y el coraje, juntos, nos salvarán».

Los prisioneros son conducidos al patio de la cárcel y allí se encuentran con sus esposas, madres y hermanas (Fidelio es un himno a la mujer como baluarte de la libertad, la justicia y el amor). Don Fernando se apersona, anuncia el fin de la tiranía y libera a los reos, no sin sorprenderse de hallar vivo a Florestán, «el noble que luchó por la verdad». Rocco habla del complot del gobernador y de la audacia de Leonor, ante el desconcierto de Marzelline.

Pizarro es encarcelado y la conclusión de la escena no puede ser más alegórica: el ministro entrega a Leonor las llaves para que desate las cadenas que aún retienen a su esposo: «Solo a ti, noble dama, corresponde liberarlo definitivamente». El final de la ópera es una alabanza al amor, la justicia y la libertad; pero, en la perspectiva de Beethoven, aquel es el soporte de las otras dos. Solo a aquellos que sean capaces de amar con coraje les estará reservada la trompeta liberadora de Fidelio.

Hagamos ahora algunas anotaciones sobre la obra. ¿Por qué Fidelio no da inicio en el calabozo donde está Florestán o en el patio de la prisión, sino que comienza en una casa de familia, la del carcelero Rocco?

El patio es un espacio público y, como tal, fomenta la ostentación del poder; allí es donde Pizarro humilla a los presos y el ministro don Fernando ordena apresarlo y liberar a los convictos. El calabozo y la casa de Rocco, por el contrario, son escenarios privados, si bien de signos contrarios; la privacidad de la mazmorra implica el despojo de la libertad, la justicia y el amor, en tanto que el hogar del carcelero es baluarte de ellos. En rigor, este era el único ambiente desde el cual Leonor podía alzar su heroísmo.

La secuencia espacial lleva a la heroína desde la morada del celador a la celda del amado: una auténtica catábasis porque desciende al Hades donde yace Florestán «casi muerto» para cavar la sepultura de este. Cuando su esposo despierta, Leonor le da de comer pan y vino, dos alimentos nada habituales para un prisionero; pero cuya simbología bíblica anticipa el toque redentor de la trompeta, sonido que en el Apocalipsis anuncia el fin de los tiempos, el juicio final y la resurrección, lo mismo que en Fidelio.

Los personajes no pueden tener más carga simbólica. En primer lugar, la protagonista alude evidentemente a Leonor de Aquitania, reina de Francia en el s. XII, célebre por su fuerte personalidad, su cultura y por fomentar la poesía trovadoresca y la literatura artúrica. El personaje que ella imposta, Fidelio, es un símbolo de fidelidad, coraje y sacrificio. Florestán es un nombre francés muy poco común que proviene, a su vez, de Florentius, y este del latín florens, esto es, floreciente. Pizarro podría estar inspirado en el conquistador de Perú, Francisco Pizarro, quien ordenó con crueldad la dominación del Imperio Inca, amén del arresto y asesinato de Atahualpa, a pesar de que el aborigen había comprado su propia libertad. En algún sentido, Rocco y Marzelline simbolizan el pasado y el futuro, entre los que Fidelio invoca permanentemente la esperanza.

La obra cierra con una fuerte carga alegórica: Leonor, que se ha visto forzada a la humillación de hacerse pasar por hombre a fin de encontrar a su esposo, es honrada al recibir las llaves para que libere a su cónyuge, ensalzando con ello el sitial que el romanticismo le reservó a la mujer: ser baluarte de virtudes.

Fidelio no solo es una gran ópera, sino que parte de un extraordinario libreto, el de Jean-Nicolas Bouilly. En la escena VI del primer acto, Leonor interpreta un corto monólogo, y en algún momento dice: «Dios me ha dado fuerzas más allá de mis esperanzas». Eso exactamente son la Léonore, de Bouilly, y el Fidelio, de Beethoven: un himno al coraje cuando este se sobrepone a la esperanza anémica.

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