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El héroe órfico (parte II)

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Terminamos el texto pasado hablando de catábasis y anábasis, entendiendo por la primera el descenso al inframundo y por la segunda el ascenso a la luz. Orfeo ha bajado vivo al Reino de los Muertos y se ha asistido con un arma peculiar: su lira. El combate que libra en el Hades es de orden espiritual, por consiguiente, su catábasis no es cognitiva, como la nekyia (viaje al Hades) de Odiseo (canto XI de la Odisea), sino heroica, como la de Heracles, quien viajó al Hades para capturar al can Cerbero (la última de las tareas impuestas por Euristeo a Heracles).

Lo primero que está implícito en el mito de Orfeo y Eurídice es que debió vencer su propio miedo a las profundidades del Hades, confesado por él, según Ovidio: «Por estos lugares yo, llenos de temor». El héroe órfico se enfrenta a todo por amor, incluso a sí mismo. Esto explica su popularidad desde la Edad Media hasta el siglo XIX. Con la posmodernidad, Orfeo fue desplazado por Sísifo —poco no le debemos en esto a Camus—.

Una vez que Orfeo obtiene el permiso de Hades y Perséfone para resucitar a su esposa, y advertido —como Lot— de no volver la mirada, inicia el ascenso junto a su amada «por los mudos silencios un sendero, / arduo, oscuro, de bruma opaca, denso», según Ovidio. Así asciende Eurídice guiada por su esposo del Reino de los Muertos al mundo de los vivos, y cruza de regreso a este por la laguna Estigia. La anábasis de Orfeo es un ascenso a la luz liberadora de sus propias limitaciones, pero la anábasis de Eurídice es una resurrección.

Hay, sin embargo, un elemento, el error trágico: Orfeo, víctima de una locura momentánea, se gira a mirar a Eurídice cuando esta aún está saliendo del Reino de las Sombras. Las palabras de la amada no pudieron ser más desgarradoras. Nos las cuenta Virgilio: «¿Qué delirio, Orfeo mío —exclamó—; qué delirio me ha perdido, infeliz, y te ha perdido a ti? Ya por segunda vez me arrastran al abismo los crueles hados; ya el sueño de la muerte cubre mis llorosos ojos. ¡Adiós, adiós!, las profundas tinieblas que me rodean me arrastran consigo, mientras que, ya no tuya, ¡ay!, tiendo en vano hacia ti las débiles palmas».

Aquí el mito nos ofrece un elemento esencial: nadie vuelve del Hades intacto. La catábasis supone una metamorfosis, un cambio. Orfeo es hijo de Apolo (opuesto por antonomasia a Dioniso, el dios del vino y las bacanales), pero en un rapto nada apolíneo —Virgilio habla de «súbito frenesí»— voltea a mirar a su Eurídice. A esto quizá se refería Nietzsche con aquello de que «cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti». La locura de Orfeo es el precio que ha debido pagar por bajar al inframundo. El héroe órfico, desde esta perspectiva, es un héroe trágico que debe completar su misión en otro orden distinto de aquel donde inicio el viaje órfico.

Una vez perdida Eurídice, Orfeo intentó por siete días consecutivos convencer a Caronte de que lo cruzara al lado oscuro de la Estigia —según Ovidio, pues según Virgilio, fueron siete meses—, pero el barquero se negó. Entonces Orfeo se fue a vivir a los montes Ródope y Hemo donde llevó una vida austera y casta. Allí pasaba los días tocando su lira y cantando lamentos por su esposa. Él sabía que su lira tenía la propiedad de atraer y domesticar a las fieras, pero también sabía que atraería a las mujeres de los cícones: las bacantes tracias. Enardecidas por el desprecio de Orfeo, le dieron muerte. Su cabeza, junto a la lira, fue arrojada al Hebro. Cuenta Virgilio que « todavía su voz, helada su lengua, iba clamando con desfallecido aliento: “¡Oh Eurídice, oh mísera Eurídice!”».

En este punto tenemos otro aspecto esencial del mito. Podría decirse que Orfeo no es un héroe porque fracasó en su proyecto de rescatar a Eurídice. Si afirmáramos esto, no habríamos entendido nada del mito órfico ni habríamos comprendido la sociedad griega de la que este surge.

En el próximo artículo realizaremos un análisis más a fondo del mito órfico y la consideración de su protagonista como héroe. Por lo pronto, solo adelantaremos que Orfeo, que no consigue reunirse con su amada en el mundo de los vivos, finalmente lo hace en el inframundo, honrando sus propias palabras ante Hades y Perséfone: «Y si los hados niegan la venia por mi esposa, decidido he / que no querré volver tampoco yo. De la muerte de los dos gozaos».

@Jeronimo_Alayon

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