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Entrevista a Gioconda Cunto de San Blas

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Por NELSON RIVERA

En 2017, la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales cumplió 100 años. Tres años después ¿podría esbozarnos un panorama del estado de la ciencia hoy en Venezuela?

—Como todo en el país, ha habido una regresión en lo logrado entre 1958 y 1998, particularmente los primeros 25 años. La creación de instituciones científicas, el reforzamiento en infraestructura y formación de personal altamente capacitado, permitieron que en Venezuela se hiciera investigación de calidad, entre las mejores de América Latina, a pesar de que la contribución presupuestaria del Estado siempre estuvo lejos de 2% del PIB recomendado por la Unesco como el mínimo para garantizar un desarrollo razonable en ciencia, tecnología e innovación (CTI). A principios de este siglo el gobierno tuvo algunos aciertos, como la creación del Ministerio de CTI, que permitió darle mayor visibilidad al sector dentro del gabinete ejecutivo, y la Ley Orgánica de CTI (Locti), con la cual los investigadores científicos pudimos tener acceso a fondos externos a través de convenios con empresas y el estado para investigaciones específicas de interés mutuo. Lamentablemente, el mismo régimen se encargó de acabar con esas posibilidades de progreso. Su declarado desprecio por el conocimiento obtenido a partir de una ciencia rigurosa ha conducido a favorecer una pseudociencia generada a partir de la ignorancia. Ejemplos recientes han sido el entusiasta respaldo del Ejecutivo a un brebaje para la “cura” del covid-19, patrocinado por un “científico” de difuso origen y el declarado desdén por el desarrollo de modelos bioestadísticos que ayuden a las autoridades en las decisiones a tomar sobre el confinamiento por coronavirus, como se está haciendo en otros países.

De 2008 hasta hoy, el número de publicaciones y patentes (medidas internacionales de productividad científica) ha caído notoriamente. Entre 30 y 60% del personal científico de alto nivel, dependiendo de las instituciones, han abandonado sus cargos, casi todos por éxodo hacia otros países donde ahora desarrollan exitosas carreras. Los ridículos sueldos, los presupuestos irrisorios para investigación y el acoso contra quienes manifestaban su inconformidad crearon ese milagro al revés. La Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Acfiman) ha alertado pública y repetidamente sobre este estado de cosas, sin que el Ejecutivo se haya hecho eco de nuestros reclamos.

¿Hay alguna institución del Estado, alguna iniciativa de orden científico que haya logrado mantenerse o avanzar en los últimos 20 años? Por ejemplo, ¿qué está pasando en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC)?

—En sus últimos años de vida, mi esposo —también investigador en el IVIC— solía decir que nosotros habíamos vivido la etapa de oro de la institución. Yo acompaño esa afirmación. Una profunda crisis presupuestaria y de valores ha hecho que muchos miembros del personal científico se hayan ido del país en busca de un mejor destino para sí y sus familias. Los laboratorios carecen de reactivos cruciales para su funcionamiento pleno, algunos se sostienen con lo poco que queda de años anteriores. Hacer estudios in silico, esto es, análisis en bases de datos publicados por investigadores alrededor del mundo, se ha convertido en una forma de subsistencia académica para los heroicos científicos del IVIC. Ejemplos recientes son dos trabajos publicados hace pocas semanas por el equipo que lideran Flor Pujol y Héctor Rangel en el laboratorio de Virología Molecular del IVIC, en los que toman secuencias del coronavirus causante del covid-19, depositadas en bancos de genes, para rastrear proteínas específicas que pudieran estar involucradas en los mecanismos de virulencia o de acción por agentes antivirales.

La Biblioteca Marcel Roche, otrora orgullo del IVIC, era desde 1996 Biblioteca Regional de Ciencia y Tecnología para América Latina y el Caribe, declarada así por la Unesco en razón de la actualización permanente de su vastísima colección bibliográfica especializada. Hoy languidece por falta de presupuesto para renovar sus suscripciones, convirtiéndose en una biblioteca del pasado, menoscabada en el servicio a sus destinatarios naturales, los científicos y tecnólogos del país y la región.

En los últimos años, en el planeta se está produciendo un vasto boom de las ciencias. Hay una expansión incalculable de nuevos conocimientos en ámbitos que van del cuerpo humano hasta la astrofísica, de la invención de medicamentos y tecnologías para la salud hasta la creación de nuevos materiales. Mi sensación es que, en líneas generales, nuestro país permanece completamente ajeno y rezagado a estas nuevas realidades. ¿Es correcta mi percepción? ¿Cuáles podrían ser las consecuencias de este fenómeno?

—Comparto su percepción. Este siglo, no en balde llamado el siglo del conocimiento, es vertiginoso en materia de descubrimientos científicos y aplicaciones en tecnología e innovación. La inteligencia artificial, los desarrollos en energías no contaminantes, la biosfera comunicacional, la ingeniería genética, la biotecnología, las ciencias de los materiales y mucho más han creado un ambiente global del cual Venezuela como país permanece ajeno. Tomemos como un ejemplo de muchos el área agropecuaria, con tantas carencias, muchas de ellas provocadas intencionalmente por el régimen para devastarla. Por ley, se prohíbe cualquier aplicación de herramientas biotecnológicas al mejoramiento de especies para el consumo humano, mientras otros países tradicionalmente conservadores en el tema ya se están abriendo paso al consumo de productos transgénicos debidamente evaluados. En pleno siglo XXI, el régimen impulsa el cultivo en conucos, en un infeliz retorno al siglo XVI.

Cuando este período lastimoso acabe, los venezolanos tendremos que trabajar duramente en el diseño y aplicación de políticas públicas de emergencia para saltar los 60 años de atraso que ahora tenemos en educación, salud, productividad, economía, CTI. Parafraseando la mil veces citada expresión de Mariano Picón Salas (“Venezuela entró en el siglo XX con 35 años de retraso”), los venezolanos de hoy tendremos que decir que Venezuela entró al siglo XXI con esos 60 años de atraso, acumulados en estos cuatro lustros de desbarajuste “revolucionario”, a lo cual debe sumarse el progreso acelerado que está ocurriendo fuera de nuestras fronteras. Como decía la Reina Roja a Alicia en el famoso cuento de Lewis Carroll, habrá que correr el doble para quedarse en el mismo sitio. De no hacerlo, nos quedaremos atrás irremediablemente. Y eso es un fracaso monumental, habida cuenta de que aun en medio de dificultades no siempre superadas, en la segunda mitad del siglo XX el país había ido creciendo paulatinamente en su desarrollo humano y social.

Le pido que nos hable de la situación de las universidades en las áreas científicas. ¿Cuál es el estado de la matrícula? ¿Se mantienen los docentes actualizados? ¿Las universidades han incorporado carreras científicas en su oferta en los últimos años?

—Lo que he dicho sobre el IVIC aplica a las universidades. Bajos salarios, presupuestos lastimosos, ataques a la autonomía universitaria, persecución a la libertad de cátedra, expresión y pensamiento han traído como consecuencia la renuncia de gran parte del personal docente y de investigación altamente calificado. En dos de las más prestigiosas universidades venezolanas, UCV y USB, se menciona una deserción que ronda entre 50 y 60%. Los que quedan, igual a los del IVIC y otras universidades e instituciones científicas, son héroes tratando de cumplir sus obligaciones en medio de carencias y fatigas. En diversos postgrados hay materias declaradas inactivas por falta de docentes para dictarlas o de alumnos para recibirlas. Los jóvenes apenas graduados ansían mayoritariamente irse del país y buscar fortuna en horizontes más amables para el desarrollo de sus nacientes carreras.

En términos culturales, ¿goza el científico y la ciencia de verdadero aprecio por parte de la sociedad venezolana y de sus instituciones? ¿Tiene fundamento mi percepción de que hay un tenue reconocimiento teórico, pero que, en la práctica, hay una marginación de carácter histórico?

—Los latinoamericanos somos herederos de una tradición cultural hispana que siempre privilegió las carreras humanísticas. Las ciencias, hasta época reciente, fueron vistas como algo exótico del cual podría prescindirse, aunque la gente haya ido incorporando gozosamente las aplicaciones tecnológicas en su día a día, sin inferir la relación entre ambas. Un ataque reciente a la Acfiman por parte de representantes del régimen ha puesto de manifiesto el respaldo creciente que la CTI tiene en la ciudadanía. No obstante, el porcentaje de estudiantes que se enrola en las facultades de ciencias del país apenas llega a poco más de 1% de los solicitantes a ingreso en el sistema universitario. En la población en general hay un cierto desconocimiento de la existencia de esas carreras. El enfoque históricamente privilegiado por los padres es que sus retoños estudien medicina, ingeniería, comunicación social o derecho y, más recientemente, computación o informática, porque las ven como carreras socialmente reconocidas. Explicarles para qué sirven las carreras científicas, por qué son importantes y por qué quieren estudiarlas es una conversación frecuente de esos jóvenes con sus padres. Es también obligación nuestra divulgar la ciencia para que la sociedad comprenda su decisiva importancia en el mundo actual. Es decir, hacer de la CTI un segmento obligatorio de la cultura general del ciudadano del siglo XXI.

¿Qué oportunidades tiene nuestro país en el ámbito científico? ¿Cuál debería ser la lógica de un plan de incentivo a la ciencia en Venezuela? ¿Cómo deben afrontar los países pobres como Venezuela las inmensas ventajas que nos llevan decenas de países que disponen de enormes presupuestos y una sólida estructura de universidades y centros de investigación?

—Lo primero que me llama la atención en su pregunta es el reconocimiento, con el cual concuerdo, de que Venezuela es un país pobre, ahora más pobre que nunca. Esta realidad es rara vez enfrentada por los venezolanos, que preferimos seguir soñando con la fantasía de que somos un país rico. Para hacer un país próspero debemos construir la única riqueza capaz de hacer crecer sistemáticamente a los pueblos: su riqueza humana, una ciudadanía culta, estudiosa, responsable, hacer de la gente el principal activo de la nación. Eso no cae del cielo, hay que trabajarlo duramente y de manera continuada, sin pausa, como lo han hecho otros países. Con tanta destrucción institucional a nuestro alrededor requerimos crear esa riqueza humana a tono con el siglo XXI, a partir de un sistema educativo sólido desde sus raíces —educar es una función de largo plazo, planificada, sin improvisaciones—, que haga posible en una o dos generaciones esa ciudadanía culta a la que nos hemos referido, un sistema exigente tanto para el estudiante como para el docente, que no esté sujeto a avatares políticos, un proyecto inspirado en los de países escandinavos, Japón, el sureste asiático, por mencionar algunos, un plan que signifique un compromiso democrático de país, por encima de parcialidades políticas y temporales.

Eso habrá que hacerlo cuando haya un cambio político que permita la apertura al progreso en democracia, a la vez que un saneamiento económico que a mediano y largo plazo restablezca el equilibrio financiero y fiscal. No será fácil ni inmediato. En la diáspora hemos perdido el bono demográfico, ese período irrepetible en el devenir de un país, durante el cual la población económicamente activa (entre 15 y 64 años) supera en cantidad a las personas económicamente dependientes (niños y adultos mayores), dando al país su período de mayor capacidad de generación de riqueza. Cuando el país pueda enrumbarse en una ruta de progreso, aquí estaremos los científicos y tecnólogos que hemos permanecido en el país, dispuestos a aportar desde la CTI para la construcción de ese nuevo país inserto en el siglo XXI. Queremos contar también con los científicos exiliados. Sería ilusorio pensar que regresarán en masa cuando las condiciones cambien. Muchos de ellos han echado raíces en sus países de adopción y no volverán para asentarse en su país de origen. Sin embargo, su aporte será fundamental para contribuir con sus conocimientos actualizados, a través de cursos aquí o a distancia y pasantías estudiantiles en sus laboratorios foráneos, a elevar el nivel científico y tecnológico de Venezuela.

¿Siente que, producto de la pandemia, hay un apogeo de la ciencia y de la figura del científico?

—Sumergirse en el mundo científico supone responder a principios claramente establecidos en el ethos de la profesión. El conocimiento científico como tal es neutro, es el ser humano quien le da sentido moral al usarlo para beneficio de la humanidad o, por el contrario, para su perjuicio. Ejemplos sobran. Uno a tono con el tiempo que vivimos (el confinamiento como medida preventiva contra el contagio por el virus SARS-Cov-2, causante del covid-19) muestra el papel protagónico de la ciencia y los científicos en este proceso en pleno desarrollo, a la vez que revela el pulso entre estos, los políticos, los economistas y la población en general para lograr un equilibrio en las decisiones a tomar. Debido a los avances de la ciencia se han implementado medidas que, de no tomarse, nos llevarían a un escenario similar al de la gripe española hace cien años, cuando murieron unos 50 millones de personas por causa de aquella infección viral. Quienes antes fruncían el ceño ante una solicitud de fondos para investigación científica, hoy están dispuestos a conceder subvenciones antes negadas pretendiendo, además, que la solución a la falta de vacunas o medicamentos para tratar el covid-19 se produzca en semanas con el fin de rescatar la economía, afectada seriamente por el confinamiento, sin asumir que una cosa es hacer ciencia y otra muy distinta, milagros.

No deja de ser preocupante que quienes presionan a los investigadores para producir una vacuna o un medicamento en tiempo perentorio lo hacen sin darse cuenta del peligro que supone poner a disposición masiva sustancias que no han sido sujetas previamente a los estrictos y laboriosos controles experimentales exigidos hasta ahora mundialmente para dar el visto bueno a su uso general en la población, controles que consumen varios años de pruebas. Así las cosas, nos enfrentamos a un dilema: o seguimos, como hasta ahora, el riguroso Código de Nuremberg y la Declaración de Helsinski para regular experimentos en humanos o, por el contrario, relajamos parcialmente tales parámetros, en razón de la emergencia sanitaria actual y en aras de una respuesta rápida, con la esperanza de frenar el avance del coronavirus de marras, apostando a ciegas a la inexistencia de daños colaterales en su aplicación. Ojalá la prudencia impere.

Mientras tanto, hay quienes ven en los avances de la CTI una manera de aumentar el control social a límites inaceptables para cualquier democracia. La pandemia del covid-19 también podría estar sirviendo para tales fines. Con el expreso propósito de saber la ubicación de quienes han sido contagiados, seguirles el rastro, saber con quién se reúnen para localizar a nuevos contagiados y controlar la propagación del virus, tanto el gobierno chino, de indiscutible cariz totalitario, como el surcoreano, que reivindica su tradición democrática, han impuesto controles cibernéticos a la población a partir de sus teléfonos celulares, tarjetas de crédito y sistemas masivos de reconocimiento facial, por vía de sofisticadas tecnologías e inteligencia artificial. El gobierno surcoreano asegura que solo lo hace en relación con los problemas de control de la pandemia, mientras que del otro podríamos pensar lo peor. En todo caso, la tentación totalitaria estará presente para cualquier gobierno con capacidad de llevar adelante tal control poblacional, sin que los sujetos de la acción ni siquiera estén conscientes de estar vigilados. Es un tema que deberá preocupar no solo a los científicos sino a todo aquel que sienta invadida su privacidad con estas técnicas, que considere violados sus derechos humanos a la libertad, vengan del gobierno que vengan. A todos los efectos, estamos frente a la posibilidad real de vivir una distopía al estilo de 1984 o Un mundo feliz. De súbito, el coronavirus nos ha puesto frente a un experimento social en escala planetaria, cuyas consecuencias apenas comenzamos a atisbar en este mundo globalizado de hoy.


Notas

1. https://acfiman.org/2020/03/28/comunicado-de-la-academia-de-ciencias-fisicas-matematicas-y-naturales-y-la-academia-nacional-de-medicinas-obre-el-virus-causante-de-la-covid-19-y-tratamientos-caseros-27-de-marzo-de-2020/

2. Requena, J. y Caputo, C. 2016. Interciencia 41: 444-453.

3. https://acfiman.org/2020/05/08/estado-actual-de-la-epidemia-de-la-covid-19-en-venezuela-y-sus-posibles-trayectorias-bajo-varios-escenarios/

4. Ortega, J. T. y col. 2020. EXCLI J. 19: 400-409.

5. Ortega, J. T. y col. 2020. EXCLI J. 19: 410-417.

6. Cunto de San Blas, G. 2017. Pensar la transición: hablan los científicos. Abediciones, Universidad Católica Andrés Bello.

7. Hariri, Y. 2020. The world after coronavirus. https://www.ft.com/content/19d90308-6858-11ea-a3c9-1fe6fedcca75

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