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Por MARÍA ELENA RAMOS

Clara Sujo tuvo una larga e intensa vida, marcada desde muy temprano por su curiosidad y su creciente pasión por el arte. Entre el año 1952, en que llega al país, y el año 1983, cuando se traslada a Nueva York, hizo de Caracas junto a su familia —su esposo Abi, sus tres hijos, su cuñada la actriz Juana Sujo—, un lugar de elección. Vivió en la Venezuela de la dictadura en los cincuenta y fue testigo en los sesenta y los setenta de un creciente afán de modernidad apoyado en las nuevas libertades democráticas, la riqueza petrolera, el desarrollo urbano de Caracas y en un deseo de universalidad cultural y artística que auguraba una brillante participación venezolana en el ámbito internacional.

En Buenos Aires, Clara fue alumna de Jorge Romero Brest. En Caracas, ese vínculo con uno de los maestros mayores de la crítica latinoamericana la hacía especial de entrada, y esa llave abrió sus primeras puertas. Compartió sus conocimientos con jóvenes intelectuales y creadores, en actividades docentes en la Escuela de Arte y en sus indagaciones sobre artistas internacionales cuya obra divulgaría a partir de 1968 en su galería Estudio Actual. Con su agudeza de visión hizo foco especial en el arte latinoamericano, uno de sus ejes como galerista, que ya había sido razón de dedicación en los cincuenta como asesora de adquisiciones para la Colección Latinoamericana del Museo de Bellas Artes. Después iría ampliando sus intereses al continente todo, en el concepto más incluyente de “arte de las Américas”.

Clara fue uno de esos personajes que, desde disciplinas diversas de la cultura internacional, llegaron a la Venezuela de mediados del siglo XX, espacio en que coexistían los llamados de las vanguardias modernas y las tradiciones de la cultura nacional. Personajes que, como Gego, Gerd Leufert, Nedo, José Maria Cruxent, Luisa Richter, Cornelis Zitman o Marta Traba desde una posición más crítica mucho aportaron a nuestro país, y vieron también sus vidas transformadas y crecidas en contacto con esta tierra, el nivel y dinamismo de su creatividad artística, el talante liberal de sus gentes y la cálida acogida al extranjero que venía a hacer vida en el país.

 

Con su aporte individual a instituciones esenciales como el MBA, la Escuela de Arte Cristóbal Rojas, el Instituto de Diseño Neumann, y con la posterior creación de esa valiosa plataforma privada que significó Estudio Actual, Clara Sujo participó directamente, durante más de tres décadas en el estímulo al conocimiento de las artes visuales y en la agudización de la mirada de los públicos en formación. Después, en su Galería CDS en Nueva York, continuó —desde los ochenta y hasta el nuevo siglo— facilitando la comunicación artística de Venezuela y América Latina con el mundo.

Hoy, cuando Clara ha partido, doy testimonio de respeto y agradecimiento por su legado.

En lo personal valoro especialmente mis vínculos con dos de sus hijos: Jeannine, antropóloga, con quien compartí inolvidables momentos en los inicios de la Galería de Arte Nacional, y Glenn, artista, a quien me une una afectuosa amistad de muchos años.

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