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Consecuencias socioeconómicas de la cuarentena epidemiológica por COVID-19

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Por Dr. Geógrafo Antonio De Lisio, profesor titular de la UCV

Las medidas de cuarentena, de confinamiento social máximo, que por recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud muchos países han implementado, si bien seguramente ha incidido a bajar el número de contagios y decesos, ha causado  la virulenta emergencia de la pobreza  en el mundo. Incluso en los países del norte se han tenido que tomar decisiones para garantizar acceso universal, seguro y constante de agua y energía indispensables para el aseo personal y público preventivo, suspendiendo el cobro de las facturas de estos servicios.

Igualmente, en estas naciones se han implementado programas de emergencia  para atender a la creciente población sin medios para la compra alimento. Así, el  Hambre Cero, uno de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 ONU, no es un alcance exclusivo para el Sur Global. Es un problema muy latente en las sociedades opulentas, de consumo suntuario, pero que arrastran el peso  de las  desigualdades internas.

Se ha llegado a niveles de precarización del trabajo y de debilidad de los sectores económicos menos intensivos en capital, que los gobiernos para reducir las consecuencias sociales y económicas del aislamiento, han venido otorgando  ayudas especiales directas  los  trabajadores y sus familias y la asignación de recursos mínimos  a fondo perdido para evitar el cierre de pequeñas y medianas empresas intensivas en trabajo. La intervención del Estado en la economía regresó durante la pandemia, incluso a solicitud de los neoliberales.

Sin embargo, la urgencia asistencial tiene unos límites de acción, hay problemas que han aflorado por el confinamiento prolongado que no se pueden enfrentar con más recursos extraordinarios de la coyuntura. Así aparecen los rezagos y las brechas sociales en acceso a la innovación como las telemáticas, que han dificultado la cobertura nacional y universal  de las medidas contingentes como la educación a distancia, la multiplicación del teletrabajo, teleconferencias, telemedicina y otros. Estas modalidades de contacto remoto más o menos consensuadas no minimizan el descontento y el rechazo, obligadamente contenido, a las prohibiciones y limitaciones a la calle, a la vida al aire libre, a las relaciones afectivas más allá del núcleo familiar, en fin, a las restricciones a las libertades ciudadanas que de manera policiaca se han impuesto en la mayoría de los países, despertando el Leviatán subyacente de los gobernantes.

La salida del hogar en el mejor de los casos en un perímetro de unos metros alrededor de la vivienda ha sido una ficción en la mayoría de las ciudades donde el espacio público, “verde” o “gris”, está casi ausente. Las cada vez más reducidas viviendas no han garantizado el aislamiento en el hogar de los contagiados no hospitalizados y propicia el ostracismo de los mayores en los geriátricos, que en muchos países se han convertido en focos locales  importantes de propagación de COVID 19. La pandemia igualmente ha mostrado la necesidad a un ordenamiento territorial en la que lo urbano y lo rural se imbriquen  propiciando circuitos de producción-consumo que garantice la seguridad alimentaria local.

Finalmente, la atención de la pandemia, a pesar de ser un problema planetario, hasta el momento ha propiciado las posiciones nacionalistas más conservadoras. Estas son un obstáculo a la cooperación internacional necesaria para derrotar finalmente a la pandemia en el mundo, mediante un fármaco específico  o  una vacuna contra  COVID-19, que se buscan en  los centros de investigación primados  mundiales. El acceso universal  a estos medicamentos y a la inmunización, exige deslastrarse  del darwinismo  social-nacional hoy tan beligerante.

Foto Edwin Hooper

 

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