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Venezuela: la sostenibilidad ambiental como clave para salir de la catástrofe

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Por Antonio De Lisio. Doctor y geógrafo. Profesor titular de la UCV

Venezuela se ubica entre el exclusivo grupo de los 10 países de mayor megabiodiversidad del mundo. Igualmente, es uno los 25 con mayor disponibilidad de agua dulce per cápita, solo considerando los recursos hídricos superficiales. Más de la mitad del territorio nacional tiene cubierta boscosa; alrededor de 35% está bajo las distintas figuras de Áreas Naturales Protegidas, cubriendo las distintas regiones de la geografía nacional.

Esta combinación de agua, bosques, biodiversidad, conservación, se convierten en los activos fundamentales para asumir el reto del desarrollo sostenible que se impone como modelo en un planeta signado por el cambio climático, la degradación de la diversidad biológica  y los otros  cambios globales planetarios de los grandes ciclos bio-geoquímicos.

En el siglo XXI los recursos naturales renovables asumen un papel central en el mundo. La preponderancia de los recursos no renovables van quedando como parte de la civilización fósil, en la que los hidrocarburos y minerales del subsuelo eran explotados sin considerar, cuando no menospreciar, los graves impactos ambientales de su extracción: deforestación, degradación de los suelos, contaminación del aire y el agua…y un interminable etcétera

En Venezuela, atrapados en declinante modelo rentista que nos condena al siglo XX, los pasivos ambientales de las actividades extractivas han venido creciendo especialmente en los últimos años con la minería en las áreas de gran fragilidad ecológica en los estados Amazonas y Bolívar. Destaca el caso del megaproyecto del Arco Minero del Orinoco, que afecta alrededor de 112.000 km2 –superficie equivalente al tamaño de Honduras o Nicaragua– por las disrupciones sociales y ambientales, muchas de ellas ya irreversibles. Ese extractivismo minero del sur, no nos queda dudas, es el más grave despropósito socioambiental latinoamericano, al afectar extensos territorios predominantemente boscosos, surcados por caudalosos ríos, suelos con preocupantes niveles de meteorización y habitados por pueblos originarios. Sin embargo, la terrofagia extractivista no tiene límite y también está generando sus secuelas negativas en el norte del país, donde los parques nacionales muestran los signos de la devastación minera. En el dominio andino, incluso la depredación minera está poniendo en peligro las áreas de producción agrícola, gravitando por lo tanto en la emergencia humanitaria compleja que vive el país, que como sabemos tiene en la alimentación uno de sus más graves flagelos.

En términos generales se puede afirmar que en esta catástrofe social y económica que vivimos tiene un papel clave, hasta ahora poco destacado, la total falla del Estado en el cumplimiento de sus obligaciones constitucionales para propiciar el ordenamiento sostenible y garantizar los derechos ambientales. Este es uno de los grandes retos a afrontar en cualquier plan serio de rescate para lograr la cada vez más necesaria Venezuela Sostenible: el país donde calidad de vida y prosperidad de la gente van de la mano de la economía a favor de, y no contra, la naturaleza.

Una luz de esperanza

Finalizado el artículo, cabe destacar que existe alguna esperanza en que las palabras de Antonio De Lisio sean verdaderamente tomadas en cuenta. Informa Alejandro Álvarez al coordinador de esta columna (Pablo Kaplún) que un grupo de muchachos muy jóvenes, desafiando el estado de angustia generalizada que existe en la Venezuela actual, se unió a la Huelga Mundial Juvenil del pasado 27 de septiembre, destinada a sensibilizar sobre la urgencia de actuar frente al cambio climático, y pintó un mural en la entrada de las Tres Gracias de la UCV, exigiendo varias cosas, pero principalmente mayores libertades y frenar el Proyecto del Arco Minero del Orinoco.

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