Por ELIZABETH ROJAS
«… el héroe es el símbolo de esa divina imagen creadora y redentora que está escondida dentro de todos nosotros y solo espera ser reconocida y restituida a la vida»
«…la llamada levanta siempre el velo que cubre un misterio de transfiguración; un rito, un momento, un paso espiritual que cuando se completa es el equivalente de una muerte y de un renacimiento»
Joseph Campbell
Cuando en 1999 Matrix (The Matrix), dirigida por los hermanos Lawrence y Andy Wachowsky –hoy Lana y Lilly, después de haber completado sus respectivos procesos de reasignación de sexo– es estrenado, el planeta estaba en las vísperas de un nuevo siglo. Las profecías desempolvadas alimentaban temores ancestrales; la vida, organizada alrededor de la tecnología informática, podría sufrir un descalabro y el miedo finisecular creaba la atmósfera perfecta para replantearse las preguntas fundamentales: ¿qué es lo real?, ¿existe el destino?, ¿somos libres? Y es lo que sus directoras hacen en el ambicioso guión de su segundo largometraje, que ganaría cuatro premios Oscar por sus logros formales –edición, efectos especiales, sonidos y efectos de sonido–, que recaudaría 463 millones de dólares, pero, sobre todo, que se convertiría en un film de culto dentro del género de ciencia-ficción.
El día en que Thomas Anderson (Keanu Reeves) –programador informático de día y hacker informático nocturno, bajo el nombre de Neo– empieza a dudar de la veracidad de su vida, inicia su propio viaje heroico. Lo que exacerba sus dudas previas es la frase que aparece en la pantalla de su computador “Matrix te posee”, luego –para continuar su ya iniciado viaje–, comienza a ser perseguido por unos implacables agentes de seguridad –que en realidad son programas diseñados para proteger la realidad virtual–, y Morfeo (Lawrence Fishburne), líder de un grupo de rebeldes, le revela que lo que Neo asume como su vida es solo una simulación computarizada, que no vive en la época que cree –sino en 2199– y que la humanidad, sin saberlo, está siendo esclavizada por las máquinas, que ellos mismos crearon. Ahora, esa inteligencia artificial –a lo Frankenstein– en rebelión, usa a los seres humanos como pilas orgánicas, en venganza por haberles sido negado el acceso a la energía solar cuando sus creadores se percataron de la verdadera amenaza que representaban. Neo es de los pocos que despierta de su largo sueño, mientras sus congéneres continúan creyendo que viven vidas normales.
Además de las referencias filosóficas –el mito de la caverna de Platón, la hipótesis del genio maligno de Descartes, o Jean Baudrillard y el concepto de hiperrealidad–, para introducir el tema central sobre el cuestionamiento de lo real y la verdad, Matrix es, sobre todo, otra versión, en clave de ciencia ficción, del mito del héroe, encarnado por Neo, su protagonista. Joseph Campbell recorrió la vasta geografía psíquica del planeta para constatar que en todas las tradiciones existe el mismo mito: un hombre se separa de su vida ordinaria –después de escuchar un llamado–, recibe la ayuda de un Mentor; sufre una serie de pruebas y amenazas, que son su iniciación a otra vida –la de héroe–; regresa, después de haber experimentado la muerte/transformación de su vida y personalidad anteriores, a entregar a su gente sus conocimientos sobre la renovación de la vida, o a salvarlos. Se trata, pues, de una travesía de tres etapas: separación, iniciación y retorno.
Las hermanas Wachowsky concibieron un guion en el que están todos los elementos del viaje heroico: el peligro que amenaza la vida; el héroe que lleva tiempo sintiendo que algo falta, y que recibe el llamado –junto a sus dudas de ser digno de realizar la ardua tarea de liberar a la raza humana y a las duras pruebas que deberá enfrentar al asumir tal hazaña–; el mentor, Morfeo –quien, además de conocer la verdadera realidad, está convencido de que Neo es el elegido-; el Oráculo que profetiza parte de lo que ocurrirá; los aliados –por ejemplo, Trinity (Carrie-Anne Moss), que es, además, el heraldo que guía a Neo hasta Morfeo–.
Un diálogo que refleja nítidamente el rol de Morfeo, despejando las dudas de Neo y preparándolo para el viaje, es el siguiente:
—Supongo que ahora te sentirás un poco como Alicia cayendo por la madriguera del conejo– Morfeo
—Es posible– Neo
—Puedo verlo en tus ojos. Tienes la mirada de un hombre que acepta lo que ve porque espera despertarse. Irónicamente no dista tanto de la realidad. ¿Crees en el destino, Neo?- Morfeo
—No– Neo
—¿Por qué no?- Morfeo
—No me gusta la idea de no ser yo el que controle mi vida– Neo
—Se exactamente a lo que te refieres– Morfeo
—Te explicaré por qué estás aquí. Estás aquí porque sabes algo, aunque lo que sabes no lo puedes explicar, pero lo percibes. Ha sido así durante toda tu vida. Algo no funciona en el mundo, no sabes lo que es, pero ahí está como una astilla clavada en tu mente y te está enloqueciendo. Esa sensación te ha traído hasta mí. ¿Sabes de lo que te estoy hablando?- Morfeo
—De Matrix- Neo
A continuación, Morfeo propicia el rito de iniciación: le ofrece dos píldoras, una azul y una roja, y Neo deberá escoger si olvidar todo lo que ahora sabe –si toma la azul–, o renunciar a su vida como la conoció –o eso creía– hasta ese instante, adentrase en la madriguera del conejo y conocer la verdad –si toma la roja–. Neo, claro, se lanza por el hoyo de la madriguera. Ha elegido. Ha iniciado el proceso de muerte de lo que era. Ha asumido su destino. Ahora lo esperan los peligros del oscuro camino que ha de emprender, como advierten los Upanishads:
«El agudo filo de una navaja, difícil de atravesar,
Un difícil camino es éste… ¡lo dicen los poetas!»
La vida humana se había detenido, una realidad virtual la había sustituido; las máquinas pretendían mantener su poderío eternamente mediante este perfecto engaño, pero no contaban con esa peculiaridad de la especie, el héroe, aquél que se convierte en algo mayor a sí mismo y devuelve el fluir, un nuevo fluir, a la vida. Muchos héroes reales han confesado que mientras duraba su hazaña se sentían invencibles, como si ellos y su misión fueran uno. Lo individual adquiere una dimensión cósmica. En la última escena de la película Neo mira a la cámara y esboza una tenue sonrisa justo antes de emprender el vuelo –ascender– para hacer lo que hace El Elegido. Y nosotros, haríamos bien en recordar la exhortación de Nietzsche: «Vive como si el día hubiera llegado».
En Matrix la banda sonora cargada de tecno y metal; el homenaje al anime; las artes marciales –Keanu Reeves y los demás actores pasaron meses entrenando arduamente con Yuen Woo Ping, renombrado coreógrafo de artes marciales y director de cine chino, para las alucinantes escenas de combate–; la estética cyber punk (a lo Blade Runner, Ridley Scott. 1982) y el uso impecable, aunque no inédito, del bullet time –o ralentización del tiempo– en la inolvidable escena de Neo contorsionándose para evadir las balas, además de las referencias literarias y los planteamientos filosóficos y mitológicos, son algunos de los elementos que marcaron un antes y un después en la industria cinematográfica hollywoodense.
En el año 1999 Hollywood lanza al mundo Matrix. Sus directoras nunca se imaginaron la revolución que su propuesta, a pesar de ser más ambiciosa que profunda, causaría. En el año 1999 Venezuela estrena una novedad política: la elección como presidente de la República de Hugo Chávez, el militar que 10 años antes había intentado hacerse del poder mediante un golpe de estado. Los venezolanos no anticipábamos los estragos que la propuesta roja traería. En 2019 Matrix cumple veinte años de su estreno, el chavismo también. El entusiasmo por Matrix sigue vigente.
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