¿Qué es el mundo? Es una pregunta complicada. Se suele tener la impresión de que aquel es uno solo y que todos lo conocemos por igual, pero hay tantos mundos como percepciones e interpretaciones tengamos de lo que conozcamos.
Una de las imágenes más crueles del atentado a la redacción del semanario Charlie Hebdo, en aquel triste Paris de 2015, es la de un terrorista aproximándose a un policía que yace herido sobre la acera del boulevard Richard Lenoir para ejecutarlo. Quizás el significado de mayor relevancia en la fotografía (extraída de un video) sea el de la barbarie: en la Ciudad de la Luz, cuna de genios del arte y la ciencia, un hombre asesina a otro de la manera más vil y cobarde, decapitando de un sablazo todo lo que la filosofía personalista hubiera escrito en las últimas décadas sobre la dignidad humana. De algún modo, todos fuimos disminuidos en nuestra condición humana aquel siete de enero…
Esa fotografía deja mucho que pensar porque nos permite discutir sobre el mundo, lo que percibimos e interpretamos de él… incluidos sus absurdos. Aquel agente policial era Ahmed Merabet, ciudadano francés de ascendencia y religión musulmanas. No había modo de que su asesino lo supiera, pero en esa mueca del destino quedó burlado su ejecutor: el takbir —grito de «Alá es el más grande» con el que perpetraron su crimen— terminó sirviendo para violar la vida de un hermano en la fe en nombre de su propio credo. Los terroristas, al cabo, son todo lo ridículos que pueda tolerar su miopía existencial.
También hay una seudoestética de la muerte en la fotografía de la que hablamos. La imagen sugiere a un hombre vestido de negro y enmascarado que dispara a la víctima yacente mientras pasa a su lado. Sabemos por el video que trota, pero esa información no es posible obtenerla de la instantánea. Su vestuario pareciera significar pericia y entrenamiento para matar. La máscara aumenta la semántica de terror. El agente tiene los brazos alzados y está de espaldas a su asesino. Parte de la foto es un símbolo de cobardía y miseria humana, ataviada de signos siniestros para aumentar su propia vergüenza.
Mirando la foto en su día, recuerdo que noté en ella algo que cautivó mi atención una vez superado el impacto del significado central: el hecho simbólico de que aquello había sucedido en una parada de bus, el lugar desde el cual partimos a otro destino. ¡Tantas resonancias literarias en ello! No pude evitar pensar en Caronte y su barca a la orilla del Aqueronte. ¿Ahmed habrá tenido también a un Virgilio que lo guiase o habrá perecido en la selva oscura, topado de bruces contra el león de la soberbia fundamentalista?
Allí estaba Ahmed Merabet, tirado sobre la acera, herido, con un gesto de indefensión, aún vivo, instantes antes de morir asesinado. Los diccionarios coinciden en definir una acera como un lugar de tránsito, pero Ahmed está caído, sobre ella y… sobre sí. Ya no habrá para él más tránsito que hacia la eternidad, la espiritual y la del honor. Pareciera que fuese el perdedor de la escena, pero ha triunfado sobre la estupidez barbárica de los terroristas.
Todo esto que hemos analizado flota en un océano interpretativo sobre aquella imagen, y aún más. Apenas son algunas intuiciones. Habrá tantos Ahmed como personas mirando su última fotografía. Hasta podríamos imaginar a los fundamentalistas deshaciéndose en elogios al compañero asesino. Siempre estará disponible una alternativa miserable y repugnante para quien quiera apropiársela…
El mundo es la suma infinita de sus intuiciones, actuales y potenciales. Si miro y volteo a mirar de nuevo, ya no es el mismo. Tendremos, sin embargo, siempre la posibilidad de elegir uno cada vez. ¿Cuál escogeremos? La canción Miracles que la banda británica Coldplay hizo pública tres semanas antes de la masacre de Charlie Hebdo parecía ya una alerta al respecto: «Sometimes in your eyes, I see the beauty in the world». Entre otras posibilidades, podremos optar también por la belleza. Valdría recordar, al respecto, la advertencia sartreana sobre la libertad sin excusas. Ser libre supone dejar a un lado los cobardes pretextos deterministas y afrontar con honestidad y responsabilidad la existencia.
Así pues, el mundo es un constructo simbólico que actualizamos a cada instante, siempre renovado y siempre reiniciándose en su potencia, con lo cual es válido decir que somos responsables de la construcción simbólica que elijamos. A fin de cuentas, todo es lenguaje y, por tanto, símbolo. De nosotros depende la gramática por la que optemos para codificar eso que está afuera.
Este enfoque supone el problema de la reflectancia del yo en el mundo, así que si nos volvemos a preguntar qué es aquel, diremos que el reflejo de la propia interioridad, con lo cual sería imposible que haya dos mundos idénticos… ni siquiera para un mismo observador en dos momentos diversos. Esto hace que importe más el momento que el tiempo. Nos preocupamos por lo que vamos a hacer mañana, pero en este momento estamos aquí, por consiguiente, ¿qué vamos a hacer?
¿Qué sentido tiene el mundo sin la otredad? Todo símbolo se gesta en un yo enunciador y se desarrolla en un tú enunciatario. Ambos se necesitan para completar el sentido. Si digo: «La azul mejilla del tiempo», he propuesto un juego de significados que es estéril hasta tanto se haga fecundo en el otro y se resuelva en innumerables resonancias sígnicas. La interioridad construye su reflejo en el prójimo dejándose redibujar, a un mismo tiempo, por la imagen devuelta. No hay modo de mirarse al espejo sin ser modificados por este.
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