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Maestro de sí y de su generación. Fragmento

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Por GREGORY ZAMBRANO

Rojas tuvo desde siempre predilección por comunicar sus hallazgos, compartía sus preguntas y daba prolijamente a sus más cercanos condiscípulos el reto de la enseñanza. Ya lo decía muy claramente en un texto de 1891:

“La enseñanza es una de las conquistas del progreso. ¿Por qué no aspirar a ella? Contribuyamos por una vez más, con nuevos granos de arena y con buena voluntad, al monumento que levante a la historia patria la juventud del porvenir”.

Es una manera de expresar la conciencia de su presente y es también un guiño al futuro. Lo paradójico es que el legado de Rojas pareciera circunscribirse al entorno de su tiempo. Luego de su muerte, ocurrida en 1894, su herencia intelectual pareció oscurecerse con su ausencia. En parte, su presencia tenía que ver con la utilidad de su trabajo en la respetuosa valoración de sus contemporáneos; luego el silencio de la muerte cayó también sobre sus papeles.

Quizás se perdió de vista un proyecto de publicación conjuntiva y sistemática, que propusiera una sintaxis para leer su obra toda en la variedad de temas y formas de expresión. Sin embargo, hay que subrayar el hecho de que aún muy parcialmente, su obra sigue siendo una referencia obligada a la hora de fijar las pautas fundacionales de la cultura, la historia y la ciencia en Venezuela.

Rojas, con humildad no reclama para sí la primacía de todo cuanto pueda significar la recuperación de una memoria histórica, que de no ser por su esfuerzo se hubiese perdido definitivamente; lo que llama leyenda y que más precisamente quiso llamar “literatura de la historia de Venezuela”, conforma lo más extenso de su producción y sistemáticamente, el tema de sus mayores recurrencias. Consciente del valor de lo histórico como formador de la herencia de los pueblos, exige para la Historia su condición de ciencia de la verdad:

“Es necesario despojar a nuestra historia de los mitos con que hasta hoy la han hermoseado los pasados cronistas, restablecer la verdad de los sucesos, y fijar el verdadero punto de partida de los futuros historiadores de Venezuela. Reconstruyamos la historia: no, que esto sería excesiva presunción de nuestra parte: tratemos de despejar las incógnitas marcando rumbo seguro a los que nos sucedan. En materias históricas, más que en ninguna otra, todo aquello que no esté apoyado en documentos auténticos y narraciones fieles debe despreciarse como una cantidad negativa, y toda aseveración que no haya sido inspirada por la verdad, basada en el estudio y la crítica, es de ningún valor”.

Su perspectiva histórica mucho se había nutrido de la escuela positivista. Su asimilación de los elementos científicos y más aún la filigrana de sus postulados aparece frecuentemente interpolada con sus reflexiones sobre las orientaciones que debían sustentar a la disciplina histórica.

Los años de su formación intelectual coinciden con los de la construcción de la nación venezolana. La continuidad de las guerras, desde la de Independencia (1810-1830) hasta la Federal (1859-1863), y las constantes escaramuzas que propendían al control del poder, dieron durante la mayor parte del siglo XIX una gran inestabilidad política. El caudillismo, con sus diversos tintes y objetivos, fue dando un perfil a la nación que se vería un poco más delineada hacia el último tercio del siglo XIX. Gobiernos como los sucesivos de Antonio Guzmán Blanco (1829-1899) fueron aportando algunas de las bases de la modernización de las ciudades, sobre todo de la capital y una incipiente transformación urbana que coincide con la institucionalización de la cultura. Caracas, la ciudad capital se rehace; se construyen nuevas redes simbólicas que son captadas por el discurso periodístico y literario de manera inmediata. También la ciudad se consolida en el recuento histórico, que toma distancia y promueve el contraste entre los hechos y sus escenarios dentro de un clima que se muestra a todas luces como “modernizador”.

Como un testigo excepcional de las propuestas “modernizadoras” que fueron implantadas en Venezuela, Rojas vivió de cerca la creación de las Academias. La de Ciencias Sociales y Bellas Letras, que había sido fundada en 1869, dio paso a la de la Lengua en 1883. Luego sería la de la Historia (1888), la conversión de la Universidad de Caracas a Universidad Central de Venezuela, la creación de la Biblioteca Nacional, y cuando parecía que el poder político era omnímodo, él logró sellar su compromiso no con las coyunturas políticas que parecían desdibujarse casi siempre, sino con el saber, con la investigación, sus documentos y “cacharros”. Así, en los breves remansos de la pacificación, se hizo propicio el cultivo de las artes y las letras. Su fe cristiana, su liberalismo, el romanticismo que se dilataba en su ocaso, y al mismo tiempo una probada confianza en la ciencia y el progreso, fueron los ingredientes de tan avasalladora personalidad sin cuyo concurso Venezuela no tendría la fisonomía histórica que hoy podemos leer como herencia.

Su perspectiva de historiador lo pone en el camino de comprender los procesos de la manera más exhaustiva posible. La mayor parte de sus monografías son pioneras en ese sentido de organizar por primera vez la información, ofrecer la documentación que sustenta la explicación histórica, lo cual le otorga en el sentido historiográfico su impronta fundacional. De una manera novedosa establece un modelo de propuesta bibliográfica que combina, en un mismo volumen, el conjunto de recreaciones históricas, cargadas de sus elementos creativos, plenas de su propio estilo literario y las hace acompañar con los documentos que le sirvieron de base. Los Orígenes venezolanos están asentados sobre esas investigaciones y sobre el acervo documental que le sirvió de hipotexto. En ellas se encuentra el germen de las que habrían de sucederse, tratando de dar explicación científica a los hechos del pasado y, sobre todo, aportando sustentación documental para comprender e interpretar su presente. La Venezuela que ausculta se ha reconstruido ante sus ojos a partir de los vestigios de una espacialidad y una temporalidad que corresponden a una sociedad ya desaparecida.

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