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María Magdalena Ziegler D.: Arístides Rojas y la actividad de coleccionar

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FUNDACIÓN JOHN BOULTON

FJB – Al momento en que Arístides Rojas reúne su colección de objetos, cómo era el ambiente de la época para este tipo de actividades, cuán desarrollada estaba la actividad. ¿Cuáles eran los lugares en que se realizaba?

MMZ – Es importante considerar primero que hay al menos dos impulsos que nos llevan a coleccionar: el conservacionista y el de posesión. Visto así, el coleccionar es una actividad tan antigua como la propia humanidad. Puede que hoy nos sea más común pensar en museos cuando hablamos de colecciones, pero lo cierto es que es una actividad esencialmente individual, aunque pueda adoptar formas colectivas.

En medio de ese deseo de coleccionar podemos identificar una gran curiosidad. Ésta lleva a los individuos a los objetos, porque no se coleccionan ideas, sino cosas tangibles que podamos admirar y, por supuesto, mostrar. Hay que distinguir, sin embargo, entre coleccionar y acumular. Cuando se juntan objetos de diversa índole sin ningún criterio, entonces se es un acumulador. Pero si establecemos criterios claros sobre los objetos que despiertan nuestra curiosidad y deseo de poseerlos, entonces se es un coleccionista. Felipe II de España, por ejemplo, es célebre por iniciar una de las colecciones más sui generis de la historia del coleccionismo: la colección de la cámara reservada del rey constituida por pinturas de desnudos femeninos y que incluyó las firmas de Tiziano, Correggio y Durero, por mencionar unas pocas. Allí el monarca estableció unos parámetros muy precisos para las pinturas que podían incluirse en dicha habitación privada y eso lo hizo un coleccionista. Sigmund Freud, por otro lado, es para algunos el paradigma del coleccionista universal, pero no se conocen con claridad los criterios que empleó para ensamblar su nutridísima colección de objetos de la antigüedad griega, egipcia e incluso prehispánica.

Pero lo cierto es que Freud perteneció a una generación que vio cómo su entorno cambiaba aceleradamente y se alejaba de un pasado que se hacía más y más extraño. En el siglo XIX, sobre todo en la segunda mitad, comenzó a ser común que la nostalgia por ese pasado avivara el deseo de preservarlo en forma de objetos. Arístides Rojas pertenece a esa generación que veía en los objetos coleccionados un trozo del pasado que ya no volverá, porque cada minuto transcurrido son kilómetros de distancia cultural entre nosotros y lo que ya no está.

Recordemos además que el siglo XIX es el siglo del desarrollo de la historia como disciplina científica y los objetos se convierten en pruebas de lo que existió, pero que ya no está. En las últimas décadas de este siglo nace una gran pasión por los datos históricos y la verificación de hechos, todo lo cual lleva a una valorización distinta de cualquier resto físico del pasado.

Se vivirá entonces un rescate del pasado que tiene dos caras: una científica y una romántica. Hay momentos en los que resultará difícil saber cuál es cuál porque ambas estarán al servicio de los nacionalismos y de la construcción de una historia nacional que brinde identidad a los pueblos. Esto es, a grandes rasgos, lo que sucede en el tiempo de Rojas.

México, por ejemplo, tiene a los eruditos Joaquín García Icazbalceta (1825-1894) y José Fernando Ramírez (1804-1871), ambos ávidos coleccionistas de libros y manuscritos de importancia histórica nacional. Destaca también Manuel Orozco y Berra (1818-1881), cuya aportación fundamental fue su valiosa colección de mapas.

La pequeña colección de objetos que Rojas, junto a Adolfo Ernst y otros, ayuda a preparar para mostrar en el pabellón de Venezuela en la Exposición Universal de Chicago de 1893, aunque muy modesta, es una muestra de este afán que comienza a surgir en todas partes y que se transforma en vehículo de la nacionalidad. Rojas escribirá el texto que acompaña el catálogo/libro que se publica en tal ocasión. En él expresa que en Chicago se mostrarán objetos históricos “que guardan nuestros museos con venerable cariño, objetos que en ninguna época han dejado el suelo patrio”.

Venezuela contaba entonces con una muy precaria tradición coleccionista por parte de las instituciones del Estado. No obstante, con mucho orgullo, Rojas se da a la tarea de exponer la importancia del «Sello de armas de Carlos V», que estuvo sobre la puerta del Ayuntamiento de Nueva Cádiz en la isla de Cubagua, en 1527, y el «Gonfalón de guerra» con el cual entró el conquistador Francisco Pizarro en la ciudad del Cuzco en 1533… la «Espada de Bolívar», presente que le hizo en 1825 la ciudad de Lima, y el «Medallón de Washington», valiosa dádiva que recibió el Libertador de la familia de Washington, en 1826, por intermedio del general Lafayette.

Reveladoras son las últimas oraciones del texto que Rojas escribe alrededor de estos objetos y que afirman que estos “Son como ecos plácidos, saludos de la familia venezolana, en el gran festival de los modernos tiempos. En ellos va el sentimiento de la patria, puro, sencillo, espontáneo, en su labor misteriosa y fecunda, y esto basta.

Estos objetos, para Rojas, encarnan todo lo que hay que decir. En otras palabras, comunican. Y aquí hay un elemento de toda colección que no se puede pasar por alto, la capacidad de comunicar muchas cosas.

FJB – Nos imaginamos a Arístides Rojas en su gabinete de coleccionista y vemos a un hombre que adora reunir sus objetos, los escoge con cuidado, los estudia, les confiere un orden en su colección… un hombre que lo hace en la intimidad de su hogar, que convierte a esos objetos en parte de su ambiente… y sin embargo comparte esa emoción, de ahí la serie de 6 artículos sobre su colección de cacharros, que publicó en 1885, en La Opinión Nacional, bajo el título común “Historia de una Colección de Cacharros”: una historia contada con objetos, una narrativa en la que el lenguaje son las cosas, un lenguaje propio, una forma particular de memoria…

MMZ – La serie de artículos Historia de una Colección de Cacharros escrita por Rojas es, en primer lugar, un intento por presentar el coleccionismo como una actividad fuera de los predios de la excentricidad y más aún dentro de los rediles de la valoración del pasado. Admite, por un lado, que los coleccionistas suelen ser calificados de “maníacos”, pero advierte que no debemos dejarnos engañar por las apariencias. Para él, hay coleccionistas de todo orden, desde excéntricos hasta prácticos; los hay especuladores como soñadores. Es un intento por presentar la actividad de coleccionar como una llena de méritos.

Llega a decir incluso, en el primero de los artículos de esta serie, que: “La más inocente e inofensiva de las manías que entretienen a la pobre humanidad, es, sin duda alguna, la de coleccionar estampillas de correos”. Menciona los coleccionistas de medallas, de monedas, de muebles e incluso de libros, aunque para él, en la Caracas de entonces, “Los bibliómanos han desaparecido y los bibliófilos están en ciernes”.

A Rojas le ha de venir la vena de coleccionista, de su educación científica y de su inmensa curiosidad. El haber estado rodeado de libros toda su vida, dado el negocio editorial familiar, debe haber estimulado su deseo por el saber desde distintas disciplinas. Recordemos que Arístides Rojas fue médico de formación, pero escribió desde el punto de vista de la Antropología, la Historia y la Biología, por mencionar sólo algunos de los lentes que le sirvieron para mirar su realidad.

Coleccionar objetos es, sin duda, una actividad muy íntima en principio. Es esencialmente el coleccionista con sus objetos. Luego, si decidiera mostrar su colección o compartirla con familiares y amigos, es una forma de invitar a otros a ese mundo privado en el que ha invertido tiempo y, no pocas veces, dinero para su satisfacción muy personal. Pero el que una persona ajena al mundo del coleccionista comparta su pasión es bastante raro y es por ello que, normalmente, el afán de poseer algo raro, algo que es único y que nadie más posee, añade un ingrediente vital al momento de mostrar lo que se colecciona. No es lo mismo tener una abultada colección de sellos postales a tener en la colección la primera estampilla emitida en una región. Hay mucho de ese disfrute en el afán de coleccionar.

FJB – Para un coleccionista sus objetos conforman su intimidad y se convierten en su museo personal… Los objetos tienen entonces un doble valor: el que se le confiere como objeto individual y el que adquieren por formar parte de una colección, de un orden. Hay, entonces, una apreciación simbólica y otra sentimental. Un reto a la memoria y a la imaginación, donde conviven la evocación y la fantasía.

MMZ – Como he indicado, coleccionar es básicamente —y en principio— una actividad individual, privada, íntima. Sólo el coleccionista conoce por qué cada pieza que posee está allí, entre todas las demás, cuándo la adquirió y cómo la halló. Conoce la rareza de cada pieza y la relación que cada una tiene con un contexto particular que le añade valor.

En medio de una colección de objetos siempre habrá aquellos cuyo valor es más sentimental que metálico, y viceversa. Habrá objetos únicos y los habrá más bien raros. En todo caso, cada coleccionista privado crea los criterios que guiarán la adquisición de ejemplares para su colección. Evidentemente, no es lo mismo coleccionar obras de arte contemporáneo que coleccionar mobiliario colonial. Sin embargo, hay tres criterios fundamentales que todo coleccionista pone en práctica, bien sea el niño que colecciona cromos o el adulto que colecciona estampillas. Estos criterios son: conocimiento, apariencia y significado simbólico.

El conocimiento se refiere a la contextualidad del objeto, entre toda la información que se puede obtener de un objeto cualquiera. Para ilustrar esto, permítaseme emplear un ejemplo que va más allá de la visión elitista del coleccionismo. Pensemos en una camiseta vestida por Cristiano Ronaldo en la final de la Champions League en 2017 ante la Juventus. Esto otorga gran valor a la camiseta, la cual podría haberse adquirido comprándola en la tienda online de la marca deportiva con el número del jugador que se desee, pero ésta es una camiseta usada en la cancha por uno de los jugadores del equipo ganador, por lo que cuenta con una característica que le otorga valor. Por otro lado, la apariencia es importante. Cristiano Ronaldo pudo haber usado dos camisetas en ese partido (una en cada tiempo) y la que el coleccionista A posee está rasgada, mientras que la del coleccionista B está entera. Es claro que la del coleccionista B será más apreciada por su estado de conservación que preserva la cualidad estética del objeto, entre otras cosas. Finalmente, el significado simbólico es la guinda sobre todo lo demás y lo que, frecuentemente, es más perseguido por el coleccionista. Siguiendo con el ejemplo de la camiseta, su valor es astronómico porque es de Cristiano Ronaldo, máximo goleador de Champions League de la historia y no de Dani Carvajal, jugador que, aunque estuvo en el mismo equipo que Ronaldo ese año, no tiene los récords de éste. La unicidad de la camiseta la hace simbólicamente muy valiosa y rara.

Probablemente, el ejemplo anterior nos haya llevado muy lejos del mundo de un coleccionista como Arístides Rojas. No obstante, es útil para comprender desde nuestra mirada del siglo XXI y de legos en los ámbitos que él dominaba, lo preciados que han de haber sido para él los objetos que atesoró a lo largo de su vida, muchos de ellos preservados en la colección de la Fundación John Boulton. En todo caso, lo fundamental es tener en cuenta que la rareza, la originalidad, el estado de conservación del objeto y el conocimiento que se tenga sobre él, son vitales para todo coleccionista. Sobre esto último insistió en la serie de artículos que mencionábamos antes.

Debe resaltarse, sin embargo, que el conocimiento que Rojas procuraba de los objetos era muy limitado. En el segundo artículo de Historia de una Colección de Cacharros, Rojas indica sobre el conocimiento relacionado con los objetos coleccionables que “Hay una multitud de hechos y de pormenores que no pueden figurar en las páginas de un libro serio, pero sí en las de la tradición y la leyenda”. Para él, lo que hoy es apreciado como parte de la historia no era más que un anecdotario, detalles curiosos o, simplemente, información accesoria.

Si bien es cierto que afirma que “La vanidad, las costumbres, las pretensiones, los errores y las conquistas de una época están representadas en objetos de arte cerámico”, por ejemplo. También es verdad que no considera esta información como digna de la atención de historiadores. Su visión es la regla en la visión positivista del mundo y de la Historia como disciplina para su tiempo. Pero hay que añadir que mucho se ha andado hasta hoy, y que la profesionalización de la actividad de los museos en todo el mundo es la mejor muestra de cuánto podemos aprender del pasado a través de las distintas colecciones de objetos.

FJB – Diera la impresión de que la acción de coleccionar se asocia con la riqueza, porque se colecciona cuando hay excedentes, es decir, aquello que no requiere, aunque se añore desesperadamente… ¿Puede cualquier persona ser un coleccionista? ¿Qué se necesita para ser un coleccionista?

MMZ – Es un error pensar que se colecciona sólo por acumular riqueza o porque se posee la riqueza para coleccionar. Personalmente me inclino a pensar como el historiador español Francisco Calvo-Serraller, quien ha afirmado que: “Una colección es la afirmación de una autobiografía resumida”. La frase es maravillosa, porque encierra la pasión de años, una vida incluso, que todo coleccionista imprime en lo que colecciona. No importa si son grabados barrocos o discos de vinilo, para cada coleccionista hay horas de su vida en cada pieza, además de estudio, búsquedas sin pausa en lugares diversos. Una colección, cualquiera ésta sea, es el resumen de toda una vida.

Lo mejor de todo esto es que todos podemos ser coleccionistas. Probablemente no todos podamos ser coleccionistas de pinturas de impresionistas franceses, pero todos podemos coleccionar revistas, figurillas de cerámica, estampillas o afiches de cine. Los límites de una colección los marca, en primer lugar, el coleccionista, cuando decide coleccionar sólo libros impresos en Venezuela en el siglo XIX, por ejemplo, o sólo discos de vinilo de artistas puertorriqueños de los años 70 del siglo XX. Luego vienen los límites económicos, que pueden abrir o cerrar el acceso a lo que deseamos coleccionar, por supuesto.

Toda colección cuenta una historia que no se limita a la historia propia del coleccionista, como lo afirma Calvo-Serraller, sino que también cuenta una historia más amplia, la historia que está asociada a los objetos coleccionados y nos abre ventanas a un conocimiento más profundo y detallado del pasado que está con nosotros en cada objeto. El conservar el pasado en el presente en forma de una colección de objetos es una actividad fascinante y con grandes recompensas que todos podemos practicar.

Arístides Rojas miraba el coleccionar como “una manía sabrosa y al mismo tiempo civilizatoria”. Sabrosa porque podía el coleccionista perderse entre sus objetos y admirarlos sin limitaciones; civilizatoria porque, para él, coleccionar entraba dentro de ese conjunto de actividades que nos ayudaban a organizar y conocer mejor el mundo en el que vivimos. Realmente, coleccionar es una actividad enriquecedora, quizás incomprendida por quienes no coleccionan, pero sin dudas generadora de pasiones y ambiciones que, a veces, pueden resultar exageradas por quienes miran desde fuera.


*Arístides Rojas. Un multifacético artesano de la Historia. Compiladoras: María Teresa Boulton y Olga Santeliz Cordero. Entrevistados: Erik Del Bufalo, Natalia Díaz Peña, María Soledad Hernández Bencid, María Magdalena Ziegler, Diego Rojas Ajmad, Maximiliano Bandres Díaz, Inés Quintero y Olga Santeliz Cordero. Prólogo: María Teresa Boulton. Coedición Abediciones (UCAB), Fundación John Boulton, Vollmer Foundation INC y H.L. Boulton & Co. S.A. Caracas, 2023.

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