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De niño juguetón a prestidigitador de palabras

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Por ALESSANDRA HERNÁNDEZ V.

Caracas. Domingo. 12 de enero de 1941. 10:30 am. No es la entrada de una bitácora, tampoco datos de un plan de vuelo. En esa ciudad, aquel día, a la hora referida, Francisco José Liendo y Rosa Zurita escuchaban el llanto de su nuevo vástago: Eduardo. A Héctor y a Francisco, los primeros varones, se sumaba un tercero pequeño. Luego llegarían Zaida —¡por fin la niña!— y Enrique, para completar el grupo familiar.

Francisco José, nativo de La Guaira, se especializó en talabartería, oficio que desarrolló con ahínco y que le permitió dar a sus hijos educación y bienestar. Para Rosa, mirandina de nacimiento, las prioridades eran cuidar a los pequeños y mantener el modesto hogar en armonía. No había recursos para juguetes onerosos ni para ropa suntuosa; pero jamás escasearon el consejo amoroso, la caricia oportuna ni valores esenciales como probidad, tolerancia, respeto.

La primera infancia de Eduardo transcurrió en la esquina caraqueña de Peligro hasta que la familia se instaló en El Silencio, urbanización del Casco Central de la capital venezolana. El otrora moderno complejo urbanístico diseñado por el arquitecto Carlos Raúl Villanueva fue más que un lugar de residencia para aquel infante. Cuando, muy cerquita, encontró un edén que convertiría en comarca de juegos: el parque El Calvario, donde la libertad era su estandarte. Tiempo después, Caño Amarillo, los Jardines del Valle, el Prado de María también lo verían transitar.

Ávido lector, escritor en ciernes

Entre perinolas, canicas, trompos y demás juegos de la época, se colaban cuentos de hadas chinos, historias de dragones, suplementos ilustrados y títulos que engrosaban la biblioteca de su padre: Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain; Tarzán de los monos, de E. R. Burroughs; Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos. Los textos asignados en la Escuela Experimental Venezuela (urbanización Los Caobos) eran leídos con agrado. Ya en su adolescencia, Stefan Zweig lo marcaría con Balzac, la novela de una vida. Aquello que Eduardo Liendo leyó sobre Honoré incrementó su avidez por las letras. Mientras estudiaba en las aulas del Liceo Luis Ezpelosín, nutría su intelecto con diversas lecturas. La habilidad para la escritura es genética: su padre tenía cuadernos que rellenaba sin cesar, le gustaba ver cómo apuntaba reflexiones.

La música y el cine también lo cautivaron desde temprano. Su tía Carmen Liendo,  prestigiosa soprano, destacó por ser la primera venezolana que cantó en la Scala de Milán. En más de una ocasión, Eduardo ha reconocido que le hubiese gustado ser cantante como su tía Carmen o tener la voz de su papá.

Despertar ideológico

Empático, leal, creyente y practicante de la amistad; firme en sus ideas. La transición entre su mocedad y la adultez, estuvo signada por efervescentes ideas de izquierda que luego le costarían la cárcel y el exilio. Estuvo encarcelado como preso político durante seis años (1962-1967) en la Isla de Tacarigua. Sin embargo, no se arredró; por el contrario este período supo aprovecharse para continuar su instrucción. Al recuperar su libertad, estudió Psicología en el Instituto de Ciencias Sociales de Moscú (1967-1969) y regresó a Venezuela.

Mágico debut

El 26 de julio de 1973 un aviso publicitaba en El Nacional un nuevo libro de Monte Ávila Editores, colección El Dorado: El mago de la cara de vidrio de Eduardo Liendo, primera novela del narrador en ciernes.

Diecisiete ediciones y varias reimpresiones ha tenido desde entonces. Es una de las novelas más difundidas y vendidas en la historia de la literatura venezolana, con  buena crítica de especialistas y del público.

La primera reseña sobre El mago la firmó el poeta y periodista Jesús Sanoja Hernández en la columna Almacén de Antigüedades, del Papel Literario: “Ya era tiempo de que uno se riera con la t.v. y que dejara de cargar esa cara malhumorada dentro de desconocidas neurosis, inéditas iras, relampagueantes decepciones, amenazantes fastidios, El mago de la cara de vidrio, ni más ni menos la pantalla azul-grisácea que exasperó a los hobos de Kerouac y echó por el mundo esa banda de hipsters y hippies, pero también de excelentes amas de casa que olvidan sus terribles dramas domésticos para padecer los de Lucecita, Gabriela, la  simplemente María y otras docenas más, ha producido una reacción de alegre sátira en un telemaníaco hasta ahora casi desconocido por la mayoría de los venezolanos. Su nombre y apellido: Eduardo  Liendo”. (El Nacional, 16 de septiembre de 1973).

Comenzó a escribirla en 1971 en los mesones de la biblioteca pública Paul Harris (allí ejerció como bibliotecario), ubicada en La California Norte (Caracas), a unas cuadras de su domicilio. Al año siguiente, en diciembre, consignó el manuscrito a la editorial y en julio de 1973 El mago de la cara de vidrio comenzó a hechizar a una gran masa de lectores. Dato: si alguien aviva la mirada cuando lea Informe clínico (una parte del libro), conocerá las fechas exactas en que el autor comenzó y concluyó la novela.

Así despuntó la trayectoria de Liendo. Ya inmerso en el ámbito literario, en 1976 comienza a trabajar en la Biblioteca Nacional de Venezuela como investigador y coordinador de exhibiciones, y en 1977 funda junto a otros colegas Calicanto, taller coordinado por la escritora Antonia Palacios. La revista Hojas de Calicanto (1977-83) fue su órgano divulgativo. Liendo integró este grupo hasta 1979. Su desempeño en la Biblioteca Nacional se extendió hasta el año 2001.

Viajes y laureles

De su ingenio y habilidad como novelista, cuentista y ensayista contemporáneo nacieron El Mago de la cara de vidrio (1973), Los topos (1975), Mascarada (1978), Los platos del diablo (1985), el libro de cuentos El cocodrilo rojo (1987), Si yo fuera Pedro Infante (1989), Diario del enano (1995), El round del olvido (2002), Las kuitas del hombre mosca (2005), Contraespejismo (2008), El último fantasma (2009), En torno al oficio de escritor (2014), Contigo en la distancia (2014).

Sus obras le han valido numerosos laureles: Premio municipal de narrativa (1985) por Los platos del diablo; mención honorífica en el Premio de Ficción de la ciudad de Caracas en 1978 y el premio de humor Pedro León Zapata en 1981, obtenidos por su novela Mascarada. En 1985 recibió el Premio Municipal de Literatura, y en 1990 el premio del Conac. La orden Juan Liscano, conferida en 2015, en el 7° Festival de la Lectura Chacao, acto para el que escribió el discurso País Samsa, inspirado en los 100 años (1915-2015) de la publicación de La Metamorfosis de Franz Kafka. También en 2015 la Universidad Cecilio Acosta del estado Zulia le otorgó el Doctorado Honoris Causa.

Eduardo ha tenido como máxima que el ciclo de formación se completa al transmitir lo aprendido. Es así como su inclinación hacia la docencia le abrió las puertas de la Universidad Católica Andrés Bello y del Centro de Estudios Latinoamericano Rómulo Gallegos, en Caracas, donde incentivó a cada cursante. Sus lecciones fueron aprendidas por Yolanda Pantin, Krina Ber, Prakiti Maduro, Gabriela Yáñez Vicentini. Allende nuestras fronteras, la Universidad de Colorado, Estados Unidos (1996), lo recibió como profesor invitado.

Su obra ha trascendido al ámbito internacional al publicarse en Clásicos de la literatura Universal de Ediciones Nuevo Mundo (España, Argentina, Colombia, Chile, México, Venezuela, 2000) y la de Editorial Arte y Literatura (Cuba, 1990).

Liendo ha tejido su identidad de escritor sobre la base de la persistencia. Esa ha sido su brújula y la esencia que quiere legar a generaciones emergentes.

La flama del amor

Reside en Los Palos Grandes desde hace muchos años, lugar del este capitalino en el que ha compartido con la comunidad en la plaza, en el supermercado, en el Centro Plaza, en el Wendy´s o en algún otro recodo.

Su familia es su fortaleza. Yeska Murúa, quien fuera la compañera de éxitos y sinsabores por más de 40 años, partió en 2022. No estará más para leerle, conversar o acompañarlo a ver alguna película. Pero la flama del sentimiento sigue encendida y su esencia pervive en Olivia, la única hija de ambos, y en Paula, su querida nieta.

A sus 82 años, Eduardo sigue considerando que mientras su mente esté ocupada en un nuevo argumento habrá vida. En el entretanto, celebra estas cinco décadas de El mago de la cara de vidrio con regocijo. Abracadabra.

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