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Rubi Guerra: “Aprendí que la ficción siempre se piensa a sí misma”

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Por DIAJANIDA HERNÁNDEZ Y VIOLETA ROJO

Publicada en mayo de este año, Cálidas ruinas (Monroy Editor, 2023) es la tercera novela de Rubi Guerra. En este libro, Guerra cuenta la historia de un hombre, Medina, cuya vida personal se desmorona en medio de un escenario, de una ciudad ruinosa. A medida que los lectores asistimos al derrumbamiento amoroso e individual del personaje, el narrador nos sumerge en el viaje memorioso de Medina y en parte del proceso de escritura del propio protagonista. De este modo, Cálidas ruinas también se va convirtiendo en una reflexión sobre el proceso de creación ficcional y su relación con la realidad.

Este libro es una metanovela, la ficción pensándose a sí misma, ¿qué recogiste sobre la escritura misma luego de terminarlo?

—Lo que aprendí es que la ficción siempre se piensa a sí misma. A veces lo hace de forma expresa, abierta, y entonces hablamos de metaficción; y a veces lo hace de manera encubierta, aun en las ficciones más miméticas; en estas el autor se ve obligado a preguntarse de manera incesante cuáles son los mecanismos más adecuados de representación de lo que quiere decir. ¿Debo recurrir a la primera o a la tercera persona? ¿Omnisciencia limitada o ilimitada? ¿Hasta dónde llegar en la representación de los sentimientos y la intimidad de los personajes? ¿Qué hago con la tradición literaria, la ignoro, peleo contra ella, me pliego? Y así, sobre cada aspecto de la ficción que tiene entre manos. Uno quisiera que el proceso de escritura de una novela fuera, más que natural, ingenuo, salvaje; pero eso ya no es posible. Al menos no para mí. Todavía puedo leer novelas escritas de manera tradicional, con personajes bien definidos, con sus motivos y deseos, y con tramas bien armadas y pensadas, pero no puedo escribir así.

El título Cálidas ruinas se vincula a varias cosas, entre ellas la destrucción de la pareja y a la situación social que viven. Se establece un paralelismo entre el derrumbe de la vida del protagonista y el derrumbe de su propia narración, sin embargo, la posibilidad de reestructurar la escritura de su libro pareciera que apunta a la posibilidad de también cambiar su vida, ¿piensas en la ficción como un posible laboratorio sobre las opciones de la vida real? O, siguiendo al narrador de la obra, ¿como un mapa que guíe, como un territorio para recorrer?

—¿Medina puede cambiar su vida? Sí, indudablemente. Hay en él un deseo claro de romper el círculo de ruinas que lo rodea, que son tanto físicas como afectivas, pero como desde mi punto de vista es un personaje a medio formar, es decir, se encuentra todavía en las primeras etapas del desarrollo de su personalidad, la experiencia que vive no está completamente asimilada. Desea cambiar, pero todavía no puede. No sabe cómo. Mientras escribía la novela, varias veces recordé aquella famosa frase de Marx (que no leí en Marx, sino en algún poeta que lo citaba), “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Me parece una frase perfecta para definir la inestabilidad, la fragilidad y la incertidumbre que caracteriza nuestras vidas y las de los personajes que inventamos, entre ellos Medina. Y en medio de esas ruinas la ficción, el acto imaginario, es muchas veces lo único cierto. Al menos a mí me proporciona un horizonte, unas coordenadas, que reconozco ilusorias en la mayoría de las ocasiones, pero no por eso menos consoladoras. Y a veces se obtienen respuestas. La idea de que la ficción sea un laboratorio para ensayar nuestras vidas me parece magnífica y acertada. Ojalá se me hubiera ocurrido a mí.

Pareciera que el personaje nos plantea la idea de que las crisis de la vida se parecen a ensoñaciones o simulacros o representaciones teatrales, ¿podrías ahondar un poco en esto?

—Sí, definitivamente. Supongo que eso no es más que una proyección de mi desconfianza hacia lo “real”, hacia la fragilidad de “la realidad”. Desde niño me preocupó, y me ocupó muchas horas que debí haber empleado en los deportes, descubrir que el mundo se percibiría distinto, inimaginablemente distinto, si nuestros sentidos fueran diferentes. Tal vez deberían prohibir los libros de divulgación científica para niños. El mundo de lo infrarrojo, de lo ultravioleta, de lo microscópico, me mostraba que la realidad era una construcción de mis sentidos y continuamente me preguntaba cómo era de verdad. Bueno, es una cosa que no tiene solución. Los humanos y los animales, por ejemplo, vivimos en mundos diferentes con algunos puntos en contacto. Y luego me di cuenta de que nuestros recuerdos son falibles, nuestra memoria es muy imperfecta; dos personas que hayan vivido un mismo acontecimiento tienen recuerdos que difieren mucho entre sí. Y si hablamos de sentimientos, la cosa es peor. Cuando dos personas dicen que se aman no tienen forma de saber si están diciendo lo mismo, cada uno puede estar refiriéndose a una gama de sentimientos diferentes o que se viven con diferentes intensidades. Todo esto, y algunas otras cosas, me llevan a eso que llamas simulacros o representaciones teatrales en la novela, el sentimiento de que hay una “vida verdadera”, para llamarla de alguna manera, pero no tenemos acceso a ella. Solo conocemos los signos exteriores, el decorado, la representación.

Aunque el protagonista es un hombre, en la novela se da preponderancia a las vivencias de y con las mujeres, ¿está vinculado con tu visión del mundo?

—No estoy seguro de que se le dé preponderancia a las mujeres. Ojalá sea así, porque en efecto las vivencias, los problemas y los triunfos de las mujeres es algo que me importan muchísimo. Hace algunos años alguien me comentó que en mis historias las mujeres salían muy mal paradas. Le contesté que los hombres salían peor. Estoy convencido de que es así. He escrito tres o cuatro cuentos en los que la perspectiva femenina es dominante. En general, me parecen más interesantes que los hombres, y quisiera poder acercarme más a sus experiencias, pero soy hombre y a estos los conozco más, así que me resulta menos complicado representarlos. Comparto con la mayoría de los hombres la fascinación por las mujeres, un sentimiento que va mucho más allá de lo sexual. En una versión primera de Cálidas ruinas el último capítulo estaba dedicado a la esposa de Medina, una especie de vuelta de tuerca para acercarme a la versión femenina de la historia y al mismo tiempo un homenaje al monólogo de Molly Bloom, pero luego me pareció que, precisamente, era demasiado Molly Bloom. Además, me pareció más adecuado (digo, artísticamente más adecuado considerando el resto de la novela) mantenerme en la visión estrictamente masculina de Medina, que gravita alrededor de lo femenino pero no logra conectarse con ello. Aunque hay énfasis en la pulsión sexual de Medina, no es eso lo fundamental. Para mí, lo importante está en la ruptura de la comunicación con su mujer y en la imposibilidad de restablecerla, que afecta toda su vida emocional.

Medina, a pesar de la crisis o quizás por la crisis, tiende a buscar o estar en movimiento. ¿Crees que Cálidas ruinas es, en cierta forma, un libro sobre el lugar del movimiento en la vida?

—Medina está continuamente en movimiento, pero él no lo busca; el movimiento es una condición inherente a su situación. Se mueve, va de un sitio a otro, porque no puede quedarse quieto. Es un signo de su inquietud. De allí los versos de Rilke que recuerda, ese deambular por las avenidas, inquieto como el rodar de las hojas. Se dice que la vida es movimiento, y es cierto, pero también el movimiento puede indicar la imposibilidad y la negación de la serenidad.

Esta es una novela realista y psicológica al mismo tiempo. ¿La calificarías así?

—No estoy del todo seguro. Creo que psicológica sí; después de todo, lo que sucede, sucede en el ánimo, en el alma, en el espíritu de Medina, y hace referencia a sus sentimientos y emociones. A eso solemos llamarlo psicología. Tengo más dudas en calificarla de realista, a pesar de que no pasa en ella nada que pudiéramos llamar fantástico o maravilloso, ni siquiera extraño. Sin embargo, al mismo tiempo el mundo de Medina está como sesgado, como visto con los ojos entrecerrados de un narrador irónico, un narrador que se oculta o se deja ver según le convenga. Sin atreverme a decir que no sea realista, este es un recurso que relativiza toda la historia e introduce cierta inestabilidad, lo que resulta poco frecuente en una novela plenamente realista. El realismo, como sabemos, quiere parecerse a la realidad, pero cuando uno desconfía de esta, ya no estoy seguro de dónde estoy pisando.

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