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Doctorado Honoris Causa para Elisa Lerner

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Por RAFAEL ARRÁIZ LUCCA

Las autoridades de la Universidad Metropolitana han decidido distinguir a la escritora venezolana Elisa Lerner con un doctorado Honoris Causa, y me han solicitado el panegírico en esta ocasión importante en la vida de una valenciana, nacida el 6 de junio de 1932, en el seno de una familia de inmigrantes judíos rumanos, que había llegado a Venezuela dos años antes. Dos hijas tuvieron Noich Lerner y Mathilde Nagler Péretz, la reconocida educadora Ruth Lerner de Almea (1926-2014), quien había nacido en Rumania, y la valenciana Elisa, a quien ahora celebramos.

Muy pronto los Lerner se trasladan de Valencia a Caracas y se establecen primero en la parroquia San Juan y, tiempo después, como es natural, en San Bernardino. Allí transcurrirá la adolescencia de Elisa, y luego la hallamos graduada de abogado en la Universidad Central de Venezuela, en 1959. Durante sus estudios, es la única mujer integrante del grupo literario Sardio, del que formaban parte Adriano González León, Salvador Garmendia, Rodolfo Izaguirre, Luis García Morales, Francisco Pérez Perdomo y Guillermo Sucre. De estos años son sus primeros artículos, tanto en la prensa como en la revista del grupo del que formaba parte.

Su padre fallece en 1960 y Elisa se va a Nueva York hasta 1962. De aquella experiencia será su obra de teatro En el vasto silencio de Manhattan, premiada en 1964 en el concurso del Ateneo de Caracas, en homenaje a Anna Julia Rojas. En 1969, Monte Ávila Editores publica sus crónicas con el título Una sonrisa detrás de la metáfora. Entonces, el cosmopolitismo de Lerner se hace evidente para los lectores que no han podido, hasta entonces, tener en un solo libro sus crónicas dispersas en revistas y periódicos. La actriz Katharine Hepburn aparece por primera vez, pero también la actriz Anne Bancroft de la legendaria película Mrs. Robinson, donde una mujer madura y un muchacho se enamoran, y Mary Quant y sus minifaldas y el erotismo de Doris Lessing y, en general, un sesgo poco explorado entonces por los escritores venezolanos: el universo de las grandes industrias culturales norteamericanas y británicas. Cine, moda, televisión, prensa, revistas, lo que hoy llamamos los Mass Media, en la década insólita y fulgurante de los años 60.

Como vemos, nuestra autora da sus primeros pasos en dos géneros: teatro y crónica. De la segunda, en el año 2000 le concede una entrevista a Milagros Socorro y afirma ante una pregunta de la periodista zuliana:

“No me interesa intentar la definición de la crónica ni de ningún otro género porque yo soy una mestiza cultural, tanto por mi formación (por ser hija de la inmigración) como por haber nacido en un país de la periferia. Yo creo que la crónica es el género del mestizaje, el que practicamos los que no tenemos pánico a no ser novelistas. Hay mucha gente que llega a la novela o al relato de manera forzada, por miedo a quedarse al margen de ‘los grandes géneros’. Hay un gran miedo a lo transitorio; y lo bello de la crónica es que no le importa jugar con la mortalidad. Desde luego que cuando yo he escrito crónica no lo he hecho con el objetivo de defender el mestizaje cultural o de indagar en las posibilidades de la mortalidad; todo lo que he escrito responde a un proceso inconsciente: es un canto solitario que algunas veces suena como un aria y otras como una cancioncita popular. Nunca digo: hoy me siento a escribir de tal a tal hora una crónica… no, la crónica es para mí una manera de estar en la vida; una manera dialogante, amable, donde está el otro, donde no estoy yo sola… es una manera poco arrogante de estar en la vida. También es una forma de ciudadanía”.

A juzgar por la propia autora, la crónica es el espacio donde su psique se desenvuelve mejor. No obstante, su primer éxito literario viene de la mano del teatro. Vida con Mamá fue estrenada en 1975, dirigida por el maestro Antonio Costante, y valorada por Isaac Chocrón con entusiasmo. Afirma el maestro Chocrón:

“Dentro del variado panorama teatral venezolano de 1975, el éxito más rotundo y emocionante lo obtuvo la nueva pieza de Elisa Lerner, Vida con mamá, que llenó la sala Juana Sujo durante tres meses en su temporada de estreno y se ha incorporado a la abundante antología de la nueva dramaturgia nacional”.

Curiosamente, no volvió a escribir una pieza de teatro completa, sino monólogos breves. Quizás el éxito de la obra la intimidó o, también, su género predilecto, la crónica, se le fue imponiendo, dejando de lado a la dramaturgia.

De hecho, en 1979 se publica Yo amo a Columbo o la pasión dispersa: una selección hecha y prologada por José Balza, y le siguen más crónicas: Carriel Número Cinco (1983), Crónicas ginecológicas (1984), y luego nuestra autora hace un largo silencio. Sospechamos que su silencio guarda relación con su vida en Madrid, entre 1984 y 1989, donde ha sido designada como Agregado Cultural de la Embajada de Venezuela, por voluntad del canciller Simón Alberto Consalvi. Luego, a su regreso al país, sigue destacada en la Cancillería y se mantiene sin publicar hasta 1997, cuando da a conocer Carriel para la fiesta, donde a las crónicas del primer carriel le suma otras nuevas y, tres años después publica En el entretanto (2000), donde se lee un texto muy agudo acerca de Teresa de la Parra y el gomecismo.

Finalmente, en 2016 se publican sus crónicas reunidas en Así que pasen cien años. Muy pocas de sus crónicas no son incluidas en el volumen definitivo. No sabemos si las excluyó la autora o los editores. En todo caso, son muy pocas las que no están (lamento la exclusión de una breve crónica sobre el comediante Joselo). Es evidente que la crónica constituye el grueso de la obra literaria de nuestra doctorada.

En el año 2002 fue publicado un primer trabajo narrativo de Lerner. Nos referimos a Homenaje a la estrella. Un libro de relatos. Y luego, en el 2006, fue publicada la primera novela escrita por la cronista: De muerte lenta. Entonces, incursionaba en un género jamás antes abordado y sumaba 74 años. Diez años después, en 2016, publica una segunda novela: La señorita que amaba por teléfono, dando señales de una extraña vitalidad entre nosotros. No son comunes los novelistas tardíos en Venezuela y, menos aún, los que mantienen sus fuerzas creadoras intactas al acercarse a los 91 años.

Es evidente que sin las dos novelas publicadas la obra de Lerner hubiese quedado inconclusa, ya que una lectura detenida de sus crónicas nos permite advertir que su escritura exigía mayores alientos, más amplios espacios, y personajes completamente delineados, así como algo que la crónica sola no admite: el esmero en el lenguaje sin limitaciones, ni urgencias periodísticas, ni fechas de entrega.

Y será, precisamente, el lenguaje el personaje principal en De muerte lenta, una novela donde lo que ocurre tiene poca importancia, mientras sí la tiene la agudísima (y hasta cruel) visión de los personajes retratados por la autora a través de un tesista de historia y su inatrapable entrevistado; situación que le permite revisar parte de la historia venezolana de mediados del siglo XX, en clave de homenaje a Rómulo Gallegos.

En la obra, a ratos se respira el aire de la cronista de frases cortas y directas, y también se asiste a una novedad en cuanto a su trabajo anterior: frases muy largas, de encabalgamiento, que dejan sin aliento al lector, así como fascinado con la construcción verbal, tejida de detalles, con una suerte de obsesión por la dentadura de los personajes, la vestimenta, la condición social, las caídas. Todo un abanico de detalles advertidos que no provienen de otra atalaya que la inteligencia y la condición que la propia autora ha señalado: hija de inmigrantes en un país de la periferia; y habría que añadir, inmigrantes judíos, que es un mundo cultural milenario y rico en experiencias, como todos sabemos, y que forman una de las redes de simpatía e influencia más extendidas del planeta.

Elisa Lerner se inscribe en una tradición luminosa de escritores venezolanos (poetas, ensayistas, narradores, cronistas), criados en el ámbito bicultural del judaísmo y la venezolanidad, entre quienes se encuentran Elías David Curiel, Teodoro Petkoff, Isaac Chocrón, Alicia Freilich, Ben Amí Fihman, Susana Rotker, Cesia Hirshbein, Roberto Lovera de Sola, Sonia Chocrón, Moisés Naím, Jacqueline Goldberg, Vasco Szinetar, Victoria Benarroch, Manuel Fihman, entre otros que, seguramente, escapan de mi memoria. Todos ellos, profundamente venezolanos, fervorosamente venezolanos.

Concluyo afirmando que la mirada de la realidad que tiene Elisa Lerner, y se advierte en toda su obra sin excepción alguna, es aguda, mordaz, irónica sin condescender con el sarcasmo y, también, amorosa y poco piadosa. Su escritura nos envuelve en un decir caraqueño, de percepciones psicológicas que solo la inteligencia profunda advierte. Por supuesto, en una trama como esta, es imposible que el humor no esté presente, un humor sutil, delicado, como corresponde con el espíritu enfáticamente femenino de la autora. Nada más ajeno a la obra literaria de Elisa que la vulgaridad. Por lo contrario, toda ella respira en la elegancia, el cosmopolitismo y la facultad alquímica de transformar cualquier hecho cotidiano en un acontecimiento memorable.

Bibliografía

LERNER, Elisa (1969). Una sonrisa detrás de la metáfora.

Caracas, Monte Ávila Editores.

—————-(1976). Teatro. Vida con Mamá. Caracas, Monte

Ávila Editores.

—————-(1979). Yo amo a Columbo o la pasión dispersa.

Caracas, Monte Ávila Editores.

—————-(1983). Carriel número cinco (un homenaje al 

            costumbrismo). Caracas, ANH, El Libro Menor.

—————-(2002). Homenaje a la estrella. Caracas, Oscar

Todtmann Editores.

—————-(2006). De muerte lenta. Caracas, Fundación Bigott

y Equinoccio-USB.

—————-(2016). La señorita que amaba por teléfono.

Caracas, Fundavag Ediciones.

—————-(2016). Así que pasen cien años. Crónicas reunidas.

Caracas, Editorial Madera Fina.

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