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Hijos de la revolución deja un registro de 25 años convulsos y trágicos

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No fue cualquier amanecer. Tanquetas intentaron irrumpir en Miraflores y un grupo de militares atacó puntos estratégicos para sacar a Carlos Andrés Pérez del poder.

En pantallas de televisión apareció luego una imagen que partió en dos la historia reciente de Venezuela. Hugo Chávez Frías, el comandante de aquel alzamiento, pedía a sus compañeros deponer las armas y advertía que los objetivos, por ahora, no habían sido logrados.

4 de febrero de 1992. Ese mismo día nacieron Laura y Tomás, ella en una familia de clase acomodada con un padre que trabajaba en Pdvsa, y él de un barrio pobre bajo el cuidado de una abuela que apoyará hasta las últimas consecuencias la revolución bolivariana. Ambos, a pesar de sus diferencias, terminarán en una apasionante relación de juventud.

Hijos de la revolución, dirigida por Carlos Caridad Montero, cuenta en casi dos horas el período que va de 1992, con la irrupción de Chávez a la luz pública, a 2017, año de protestas masivas que dejaron más de 100 muertos. Laura y Tomás, los protagonistas que viven y padecen ese país convulso, no son políticos ni figuras públicas, son dos jóvenes cuyas vidas y relación sentimental se ven marcadas por haber nacido en aquella sangrienta fecha.

La película, que tuvo su estreno el lunes 10 de julio en el Festival del Cine Venezolano, en Mérida, no se pone, sin embargo, de un lado u otro de la política nacional. Procura contar hechos sin caer en el reportaje documental, siempre desde la mirada inocente de sus protagonistas. Hay cierta rigurosidad en tener todas las visiones del período: el que apoya fervientemente al chavismo, el trabajador de Pdvsa despedido públicamente por el fallecido presidente, el opositor que está favor de luchar de manera pacífica, el radical que no cree de ninguna manera en el diálogo, el chavista que se cambió de acera…

También se muestran momentos esenciales que ayudan a entender la actualidad venezolana, entre ellos el golpe de Estado de 2002, la huelga petrolera, la escasez de alimentos y medicinas, la crisis económica, la muerte de Chávez, hasta llegar a 2017, año en que la crisis alcanzó un clímax con las protestas, la instalación de la desaparecida asamblea nacional constituyente que asumió poderes plenipotenciarios y la hiperinflación.

Pasa tanto en 25 años que el arco narrativo de Hijos de la revolución podría sorprender al espectador. Muchos comienzan en la película en una posición y terminan en otra. Igual que el país: diputados opositores, por ejemplo, que insultaban al chavismo hoy día se visten de rojo, y viceversa.

La película fue una idea que el politólogo y asesor político Amaury Mogollón le propuso a Montero. Esencialmente educador, Mogollón quería un filme en el que se contara qué había pasado en Venezuela, pues durante sus viajes muchos se le han acercado haciéndole la pregunta.

«Lo que me mueve es que al llegar a distintos países, municipios, estados de Latinoamérica, y todos los territorios que he recorrido por mi profesión, siempre estaba una pregunta puntual en la mesa: ¿qué pasa en Venezuela? Era una respuesta que tenía que tener en el libreto», dijo el politólogo durante una rueda de prensa en Mérida.

«Contactamos a Carlos Caridad, tuvimos una larga conversación, le di mi brief, le pasé los documentos, le dije que quería que fuese una película que también a esos 7 millones de venezolanos en el exilio les genere un sentimiento; el sentimiento de añoranza, la añoranza de lo que han vivido o lo que vivieron en su país natal», agregó.

Carlos Caridad Montero indicó que por eso la película tiene una intención didáctica, que es reunir en una sola línea de tiempo los hitos para comprender cómo el país llegó a su situación actual.

«Cuando llegué había una primera versión del guion. Muy larga, de unas 250 páginas, porque era mucho tiempo. Lo reescribí de principio a fin. Dejé solamente los personajes que protagonizaban esa versión del guion, y quería cambiar el foco de la película. Poner el foco en los personajes que sufren de alguna manera los grandes acontecimientos», dijo.

Respecto a los cambios radicales que sufren algunos personajes del filme, Montero recordó que él mismo ha vivido los acontecimientos del país, por lo que quiso desmontar la propaganda política, de oposición y gobierno, que da la sensación de que Venezuela se detuvo debido a sus circunstancias sociales, económicas y políticas. «La verdad es que cuando te pones a ver la historia pequeña ves que la gente cambia. La gente cambia de posición más de lo que uno piensa, y más fácil de lo que uno piensa. Cuando comencé a reescribir el guion enseguida recordé una frase de Tolstói que leí citada por Kundera, la cual dice: ‘¿Cuánto tiempo un hombre es idéntico a sí mismo?».

Tal pregunta le hizo explorar la individualidad de los personajes de Hijos de la revolución: cuánto se parecen a ellos mismos y cómo van evolucionando a medida que avanza el filme.

Polarización mundial

Montero indicó que le ha costado conseguir proyecciones en festivales internacionales debido a que, al terminar la película, el mundo entró en una polarización que ni siquiera es de izquierda o derecha, sino que todo aquello que sea crítico con un tema es asumido como si perteneciera a un bando político específico. Por ejemplo, una amiga le advirtió que si la exhibía en Brasil iba a ser percibida como pro Bolsonaro.

«Siento que la polarización en Venezuela se ha reducido, un poco lo que cuenta la película, cómo la gente cambia de opinión, cómo la gente cambia de postura», expresó.

Explicó también que una de los objetivos que se plantearon fue que la película estuviese dirigida al público venezolano, de acá y de la diáspora. «Creo que tendrá más repercusión en la gente que conoce la historia, pero que la ha visto fragmentada. Ayer (el día del estreno) se me acercaron varias personas porque recordaban momentos de sus vidas relacionados con cosas que pasaron».

Montero indicó que por ahora no hay una fecha de estreno, pero ya han hablado con algunas distribuidoras para que llegue a las salas de cine nacionales.

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