Ni un rayo de luz se cuela a través de la fría puerta de acero que aisla al presidiario del mundo exterior, una experiencia peculiar a la que se prestan los atrevidos huéspedes que pasan la noche en un hostal a las afueras de Bangkok.
Con cuartos minúsculos equipados con literas y cercados por barrotes, el emprendedor Sittichai Chaivoraprug trata de simular una prisión en su establecimiento Sook Station en el sureste de la capital tailandesa.
“Hay clientes que tienen miedo de pasar la noche ‘entre rejas’. No es habitual, pero un grupo salió corriendo tras ver la habitación”, comenta entre risas el propietario.
Durante el registro en el hostal, los clientes reciben un confortable pijama de rayas blancas y negras, gorro incluido, semejante a los trajes de presos tan habituales en las fiestas de disfraces.
Y son fotografiados en un muro con marcas de altura mientras sostienen un cartel con su nombre, habitación y fecha de entrada.
“A algunos clientes les gusta que al salir de mostrarles la estancia simule el ruido que un guardia hace al golpear los barrotes, pero con otros es una broma que les parece pesada”, dice el tailandés al enseñar también unas esposas de metal solo para los más osados.
Esta singular idea para el diseño del negocio familiar surgió mientras el empresario visionaba la película estadounidense The Shawshank Redemption protagonizada por Tim Robbins y Morgan Freeman.
A finales de 2016, el hostal abrió sus puertas con un frío recibimiento, recuerda Sittichai. No obstante, las redes sociales y la cobertura de medios locales e internacionales han ayudado a impulsar el negocio.
“Me sorprende que hay gente que repite la experiencia. Pensé que esto sería una cosa de una sola noche, pero vuelven porque dicen que ‘duermen bien’”, comenta el hostelero.
El establecimiento cuenta con 9 habitaciones diáfanas que no tienen ni armario ni televisión y cuyo rango de precios varía entre los 1.200 bat (36 dólares o 30 euros) y los 700 bat (21 dólares o 17,5 euros).
Para mayor realismo el baño es compartido entre todos los internos y aquellos que no tienen miedo a la oscuridad pueden ser recluidos en una de las dos estancias de aislamiento, donde hasta las ventanas están tapiadas.
“No es que (las habitaciones de confinamiento solitario) sean las más populares, pero hay gente que las solicita”, asegura el empresario.
Además de una sala de reuniones y un espacio de trabajo, una vez a la semana también se ofrece en la azotea, dispuesta a modo de patio carcelario, una sesión filmográfica con largometrajes de temática de prisiones.
A modo de recuerdo, y tras pasar por caja, los usuarios también se pueden llevar a casa el pijama de reo. El propietario, quien remarca que nunca ha estado en una cárcel real, señala que el lugar está abierto para todas las edades y público, desde familias de tailandeses que buscan salir de la rutina a grupos de amigos o viajeros de cualquier parte del mundo que quieren una experiencia diferente.
“Hay una cosa de la que nunca se quejan: la comida”, afirma este empresario metido a carcelero de quien, hasta la fecha, nadie ha huido sin pagar.