Viajar al parque nacional Talampaya, en la provincia argentina de La Rioja, es viajar en el tiempo: implica transitar por formaciones geológicas de 250 millones de años, caminar por tierras que habitaron dinosaurios, remontarse a la prehistoria del planeta. Es un viaje al inicio de todo.

En medio de este semidesierto colorado, con murallas esculpidas por el movimiento de la tierra, el agua y el viento, se siente la inmensa fuerza de la naturaleza por encima de su accidentado devenir.

Los sedimentos del período triásico acumulados durante millones de años en la profundidad del planeta emergieron y quedaron descubiertos por movimientos de la Cordillera de los Andes. Aquí se puede caminar por suelos que corresponden al Mesozoico inferior, medio o superior, en unos pocos pasos.

Los inmensos cañones fueron formados por el choque de placas tectónicas de la tierra y del océano. “El piso, que estaba horizontal, pasó a ser vertical”, explica, con voz pausada y amigable, Juan Latif, uno de los guías de este parque nacional ubicado en el centroccidente de La Rioja, en Argentina.

Varias opciones. Hay muchas formas de conocer este territorio surcado por ríos secos, que son huella y camino. Se puede visitar en bicicleta. Se pueden hacer caminatas. O recorrer en vehículos 4×4. Pero siempre con un guía local.

Los ríos, la mayor parte del tiempo secos, pueden tomar volumen en cuestión de pocas horas y arrastrar a su paso rocas y ramas. Es que aquí, incluso en medio del semidesierto, echan raíces unos pocos árboles, como el algarrobo blanco y algunos arbustos como el palo azul, la retama, las jarillas y el inca yuyo.

En el interior del parque se puede acampar. El cielo es limpio y profundo. La luna y las estrellas son los únicos faroles cuando cae el sol. “Es sorprendente. Esto supera mis expectativas”, dice Martín Riobo, que se prepara para pasar la noche en una tienda de campaña verde y pequeña. “Acá sientes que viajas en el tiempo”, afirma su compañero de viaje, Daniel Ledesma.

No importan la señal de teléfono ni el televisor. “Acampar acá es dormir bajo la luz de la luna y de las estrellas en la inmensidad”, sostienen los jóvenes, que no temen a los pumas, los zorros ni otros animales avistados en el interior más profundo de Talampaya de manera ocasional por los guardaparques que vigilan el territorio. También se pueden contemplar aves como garcita blanca, cóndor andino, lechuzas vizcacheras, choiques, churrinches, caranchos, halcones plomizos, pepiteros, zorzales, calandrias moras y pájaros carpinteros en una variedad propia del cardón.

Tan solo 3% de las 213.000 hectáreas del parque nacional son de acceso público. Durante el día hay excursiones para recorrer los cañadones y las formaciones geológicas. No todo el territorio es igual. El Cañón de Talampaya es acaso el más asombroso: en medio de sus murallas, de hasta 150 metros de alto, con distintas formas que recuerdan catedrales, torreones o pequeñas ciudades, esconde un pequeño jardín botánico.

Hasta allí llegan los tours en bicicleta y los trekking. Para seguir viaje hasta las formaciones más ocultas –una de ellas recuerda un monje– es necesario subirse a una camioneta o un camión 4×4. La excursión denominada Safari Aventura Plus llega a los sectores más remotos a bordo de un camión overland.

El paisaje es asombroso. Julián Elia y Mariana Gallara están atónitos. “Nunca imaginamos que fuera tan espectacular”, sostiene la pareja, en un alto en el Jardín Botánico. Ellos son algunos de los 70.000 turistas que visitan cada año este lugar. Otros 92.000 llegan cada año a Ischigualasto, en San Juan. Los dos parques suman una superficie de 275.300 hectáreas en el centroccidente de Argentina.

Talampaya, junto con el vecino parque provincial Ischigualasto, quizá más conocido como Valle de la Luna, fue declarado Patrimonio Mundial por la Unesco, por su inmenso valor geológico y paleontológico.

RECUADRO

De todos colores

En el Cañadón del Arco Iris, las formaciones de color verde dan cuenta de sedimentos de 230 millones de años; las rojas, de 240 millones de años, y las rosadas, de 250 millones. Pero también hay grietas blancas correspondientes a la acumulación de sal; grietas grises formadas por ceniza volcánica y amarillas, por la oxidación de azufre. Hay cañadones más altos que edificios enteros y otros aún en formación.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!