Música, religión y danza son inseparables en Salvador de Bahía, habitada por una mayoría afrodescendiente que mantiene vivas las tradiciones de sus ancestros. Capital del Brasil colonial hasta 1763, su centro histórico da fe de un pasado esplendoroso y también cruel.
A la llegada del cortejo, unas 200 bahianas vestidas con sus trajes blancos típicos derraman agua perfumada de flores sobre los escalones mientras las puertas de la iglesia, situada en lo alto de una colina, permanecen cerradas. Los rituales religiosos se mezclan entonces con los festejos profanos, animados por la música y los cantos africanos, así como las comidas y bebidas de la cocina bahiana.
Con fachada de inspiración rococó, la iglesia de Bonfim es uno de los grandes atractivos de Salvador de Bahía. En su interior cuenta con amplias galerías laterales, decoración neoclásica y azulejos portugueses del siglo XIX. La iglesia también se ha hecho famosa por prometer un deseo a quienes anudan en sus muñecas las cintas de Bonfim, pero debe compartir la atención de turistas y devotos con muchos otros templos… 372, para tratar de ser exactos.
Muchos han dicho que en Salvador hay una iglesia para cada día del año, pero lo cierto es que faltan días para poder ir a todas. Y la explicación se encuentra en los orígenes de esta ciudad.
Azúcar y religión. En 1549, una encomienda de conquistadores portugueses encabezados por Tomé de Sousa fue enviada con órdenes del Rey de Portugal de fundar una ciudad-fortaleza, a la que llamaron San Salvador de Bahía de Todos los Santos. Desde un inicio fue declarada ciudad capital y puerto oceánico, convirtiéndose rápidamente en un importante centro de la industria azucarera y del tráfico de esclavos.
Siguiendo el trazo portugués de construcción de sus colonias, la ciudad fue concebida con una parte alta y una baja. Un modelo que ayudaba a la defensa frente a posibles invasiones y que marcó una diferencia con la organización colonial del resto de Latinoamérica. La parte alta correspondía al área administrativa y religiosa, y en ella habitaba la mayoría de la población. La parte inferior se destinó al centro financiero, con un puerto y un mercado.
Salvador de Bahía fue la capital de la administración colonial de Brasil hasta 1763, cuando esta se trasladó a Río de Janeiro. Durante el período colonial, la alta sociedad azucarera –fuente de riqueza de esos años en Brasil– y la Iglesia Católica fueron los principales agentes modeladores de la ciudad. En los siglos XVI, XVII y XVIII, la Iglesia, principalmente por medio de las órdenes religiosas de los jesuitas, benedictinos, franciscanos y carmelitas, “tiene un papel preponderante en la formación cultural de la ciudad”.Las familias más adineradas, en tanto, no solo mandaban a hacer sus mansiones; además financiaban la construcción de iglesias, dejando en evidencia su poder económico y social. Con estilos que van del barroco al neoclásico, más que lugares de oración, son verdaderos monumentos de inestimable valor artístico, muchas de ellas decoradas con oro.
Llamada genéricamente Bahía, Salvador sufrió el declive económico a partir del siglo XIX, luego que la riqueza generada por el azúcar fuera desplazada por la minería y el oro. Ese declive de alguna manera congeló su centro histórico, pero a la vez lo protegió de las transformaciones urbanísticas propias del crecimiento económico.
RECUADRO
Pelourinho protegido
A partir de 1938, el Instituto de Patrimonio Histórico y Artístico Nacional de Brasil, Iphan, empezó a proteger varias iglesias y monumentos de Salvador con la declaratoria de patrimonio nacional. Y en 1985, fue la Unesco la que le dio la categoría de Patrimonio de la Humanidad a Pelourinho, el centro histórico de la ciudad, impulsando un programa de restauración para devolverle su esplendor de antaño.
Un esplendor que convivía con la pobreza de las clases más desfavorecidas y la crueldad de la esclavitud, como lo recuerda su propio nombre: pelourinho significa picota, y en ella se castigaba a los esclavos. Dos motivos de castigo eran el culto a sus dioses u orixás, y la práctica de la lucha. Los esclavos burlaron estas prohibiciones adaptando sus orixás a los santos católicos así, por ejemplo, Jemanjá es Nuestra Señora de la Concepción, Iansá es Santa Bárbara y el Señor de Bonfim es Oxalá. Tampoco dejaron de entrenarse en la lucha, pero le agregaron música y la revistieron de danza. En 2014, la roda (círculo) de capoeira fue reconocida por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
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