Suena demasiada música en Memphis. En su pequeño aeropuerto internacional hay espacio para murales sobre músicos que tuvieron algún contacto con la ciudad (B.B. King, Johnny Cash, desde luego Elvis Presley), y suena un blues eléctrico en los altoparlantes mientras el turista aguarda su valija en la cinta transportadora.
Música soul de los sesenta y setenta suena en los hoteles situados sobre Main Street, la ancha avenida solo surcada por un trolebús al final de cuyo trayecto se asoma Beale Street, la bulliciosa calle con bares, restaurantes y músicos ambulantes.
Pero la primera parada importante está a unas cuadras del centro, una media hora a pie que lleva a una esquina pequeña, como cualquier otra, excepto que aquí Elvis grabó sus primeros discos, además de leyendas como Rufus Thomas, Carl Perkins, Jerry Lee Lewis, Johnny Cash, Howlin’ Wolf y Roy Orbison. El Sun Studio es hoy un museo al que acuden turistas como a la Meca; allí, cada media hora, un connoisseur del rock encabeza visitas guiadas en las que muestra las instalaciones, el estudio de grabación y cuenta la historia del sello.
Pasaje a otro reino. Y desde Sun, cada hora y cuarto sale un transporte gratuito con destino a Graceland, la mansión de Presley situada en la periferia de Memphis, en el estado de Tennessee. Ni bien pisa el acelerador, el conductor de este bus, decorado con fotos de músicos, pone a sonar una rockola con los grandes éxitos del grande nacido en Tupelo (a 170 kilómetros de Memphis) para poner a los pasajeros en ambiente. Veinte minutos después, cuando aparecen carteles gigantes que anuncian la proximidad de Graceland, el shuttle se detiene frente a dos aviones y un jardín inmenso, un puente de madera a cuyo final hay una enorme verja. Bienvenidos a la mansión del Rey.
Abierta todos los días del año, la entrada cuesta 45 dólares, pero hay también tickets vip, de hasta 169 dólares, con los que se accede a sectores restringidos, como el de los autos del Rey.
Entrar a Graceland es como ingresar en una guarida secreta. Tras ver un video de quince minutos sobre la vida del ídolo, cada asistente es equipado con una tablet colgante y auriculares que serán su audio guía, para luego conducirlo a un nuevo bus que hará un itinerario exclusivo, entre jardines silenciosos, para terminar frente a los amplios escalones de piedra que son la entrada a la mansión.
Aún el más indiferente al legado de Presley no podrá evitar sentirse algo excitado. La primera habitación es un amplio living rectangular, circundado por sillones blancos y una larga mesa decorada con adornos de cristal; adelante, hay una chimenea igualmente blanca y un retrato de Vernon Presley, el padre del cantante. Hacia el fondo, tras franquear dos vitrales con pavos reales, se encuentra el piano de cola blanco con el que Elvis regalaba canciones a las visitas, y a su lado hay un pequeño televisor (también blanco).
Pese a que Elvis compró Graceland en 1957 (el nombre obedece a Grace, hija de los anteriores propietarios), la mansión parece un túnel del tiempo a fines de los sesenta y principios de los setenta, momentos en que se hicieron las refacciones definitivas antes de la muerte del cantante, en agosto de 1977.
Al otro extremo del living se accede a la cocina, enorme, con otro pequeño televisor, y desde allí baja una escalera hasta el búnker de Elvis. A un lado se ubica una sala con sillones, muchos almohadones y un extraño mono de cerámica. Aquí el Rey se tiraba a mirar televisión: hay tres televisores. Al otro lado hay una mesa de pool. Este era el salón donde Elvis se reunía a jugar con sus amigos.
Recuerdos. De vuelta a la planta baja hay un segundo living mucho más excéntrico que el principal. El espacio semeja a una jungla. Hay dos enormes sillones de madera cuyos brazos tienen forma de cocodrilos, un leopardo en miniatura, un sillón rodeado de trofeos y ocupado por una guitarra y un muñeco de oso panda. Aquí Elvis se sentaba a fumar y a componer.
Junto a este living estaba la oficina de Vernon, hoy visible tras un vidrio, donde el hombre se dedicaba a administrar los negocios de su hijo. Y el recorrido sigue por fuera de la casa, en los establos con vista a los verdes campos donde Elvis criaba caballos. Por fuera hay una galería abierta con belvedere, nutrido de pasillos estrechos donde el cantante tenía su colección de discos de oro y hoy hay fotos y documentos, junto al árbol genealógico de la familia. De la memorabilia sobresale una licencia para portar armas con la foto de Elvis, y su correspondiente revólver.
La parte más emotiva se encuentra al final del tour. Elvis pidió ser enterrado en Graceland. En un pequeño jardín se encuentra su tumba junto a las de sus padres, al lado de una fuente de aguas danzantes.
RECUADRO
El dato
En el recorrido también se puede acceder a sus autos y sus dos aviones, poblados de televisores, salón de reuniones y una cama; es el segmento más bizarro, la corona de un rey vicioso que disfrutó cada uno de sus excesos.