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7 razones para visitar Abu Dabi

Playas de belleza paradisíaca, palacios de ensueño y compras de alta gama son apenas algunas excusas para pasear por esta urbe de los Emiratos Árabes Unidos

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1. Ciudad pop-up

Abu Dabi, y la historia de los Emiratos en general, tienen un espíritu pop-up. Surgieron de repente, donde nadie los esperaba. Unos 250 años atrás, sus habitantes eran beduinos dedicados al comercio de perlas. En 1958 descubrieron que estaban parados sobre un colchón de petróleo que los transformó de nómadas en empresarios del mundo. Pero ese giro copernicano no revolucionó los valores de su gente gracias al liderazgo del jeque Zayed bin Sultan Al Nahyan, gobernador de Abu Dabi; más adelante, fundador y presidente de los Emiratos Árabes Unidos. El jeque privilegió los caminos, las escuelas y los hospitales. El lujo llegó después y, con el mismo concepto de pop-up, en la costa brotaron rascacielos de última generación que se erizan en los contornos de apacibles playas de arenas blancas. La arquitectura combina estilos futuristas –como el del complejo Etihad Towers– con otros que evocan Las mil y una noches. El mejor ejemplo es el Emirates Palace, un opulento hotel dirigido por el grupo alemán Kempinski que suele ser confundido con el palacio presidencial. Mármoles, cúpulas revestidas con pan de oro y más de mil arañas de cristales Swarovski ambientan este lujoso refugio de 850.000m².

2. Playas

Las hay públicas y privadas –donde se paga un canon por el servicio de tumbonas, sombrillas y toallas–. Incluso los hoteles de lujo proponen esa opción a quienes no están hospedados. En el centro, la más popular es Corniche. Entre las privadas, las más atractivas se encuentran en las islas Yas y Saadiyat. En todos los casos, solo es posible nadar hasta el atardecer.

3. Aromas y sabores

Abu Dabi tiene aroma a café especiado. Es que así se toma: con un toque de clavo de olor, otro de cardamomo y sin azúcar, porque la dulzura se la reservan los dátiles. Considerados frutas edulcorantes por su alto contenido de azúcar, son el remate perfecto. Hay que visitar el mercado de dátiles para probar todas las variedades –allí se cultivan seis– y los tentadores derivados, como el jarabe (para bañar helados) y los exquisitos Chocodates: dátiles rellenos con almendras y cubiertos con chocolate (blanco, con leche o amargo).

4. Meca cultural

La isla de Saadiyat no solo será hogar del Museo Nacional Zayed diseñado por Norman Foster, sino también de las flamantes sedes del Guggenheim, a cargo de Frank Gehry, y del Louvre, por Jean Nouvel. La propuesta se completará con un Centro de Artes Escénicas, con el sello de Zaha Hadid, y un Museo Marítimo por el japonés Tadao Ando. Este ambicioso proyecto ya está en marcha pero aún no en funcionamiento.

5. Compras

Esta actividad casi entra en la categoría de deporte nacional: cuando el sol arde, es un entretenido pasatiempo. Los pasillos desbordan de mujeres que cargan paquetes y más paquetes de marcas exclusivas como Manolo Blahnik, Chanel… Algunas van con un séquito de niñeras para colaborar con esta rigurosa tarea. Hay más de una docena de malls, pero dos obligados: Marina y Yas. El primero, por la cercanía del centro. Yas Mall aloja más de 370 tiendas y es una de las puertas de entrada al parque Ferrari World.

6. La Gran Mezquita

La imponente mezquita Sheikh Zayed se despliega en 12 hectáreas. Su fachada blanca resplandece por obra de los mármoles de Carrara y blanco Sivec. Este descomunal templo con 82 cúpulas de estilo marroquí abrió sus puertas en 2007 y puede albergar 41.000 fieles. La principal sala de oración es una oportunidad para caminar sobre la alfombra más grande del planeta, –con una superficie de 5.627 m2, es obra 1.200 artesanos iraníes que ataron 2.268.000 nudos– y para admirar las lujosas arañas de 10 metros de diámetro bañadas en oro y adornadas con cristales diseñadas por Swarovski. Conviene visitarla de día, para verla brillar bajo el sol, y de noche, para apreciar la iluminación que refleja las fases de la luna sobre la fachada.

7. El desierto

Desde Abu Dabi parten excursiones en 4×4 hacia el mar de arena. Temerarios conductores trepan las dunas a toda velocidad y, en lo alto, las camionetas se transforman en clavadistas mexicanos: se zambullen de frente en el polvo dorado. No es un paseo apto para estómagos sensibles, pero sí una experiencia obligada en estas latitudes. El relax llega en un campamento en medio de la nada donde se prueba comida típica bajo las estrellas. Otra manera de aproximarse al desierto es visitar el Hospital de Halcones, para ver de cerca a estas aves y comprender por qué se las respeta tanto en esta cultura. En tiempos tribales, los beduinos las entrenaban para cazar en el desierto.

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