Es la segunda ciudad más grande de Baviera, un estado que tiene como capital a Múnich y ocupa el sureste de Alemania sobre los límites con Austria y República Checa. La salchicha y la cerveza son los bastiones gastronómicos que pueblan cada mesa al aire libre y cada festival. Son celebraciones que se suman a una oferta de paseos atractivos para todas las edades en Nuremberg. Por eso, aparte de chequear el calendario de eventos, quienes viajen con niños o quieran recordar momentos de la infancia hay tres lugares para marcar con una cruz en el mapa: el Museo del Juguete, el Castillo de Faber Castell, y, a pocos kilómetros del centro, el parque de Playmobil.
El Museo del Juguete tiene una fachada renacentista y se reconoce enseguida por los carteles de la entrada. Una vez dentro, hay 1.400 metros cuadrados llenos de juegos para recordar, desde los antiguos de madera, hasta los más modernos y sofisticados. Un recorrido por la historia de los juguetes desde 1945 que incluye: un mundo de muñecas, maquetas de trenes, infinidad de colecciones y espacio para que los pequeños dibujen o lean. Durante el verano, el bar La Kritz, que está dentro del edificio, saca las mesas al jardín. Para acceder a tomar un café y probar la pastelería alemana, no es necesario pagar la visita al museo.
A pocos metros, la calle Weissgerbergasse es una peatonal que parece de fábula. Las casas están pegadas unas a otras. Son blancas y tienen un entramado de vigas exteriores de madera roja, amarilla, o naranja. El poco movimiento hace que casi no se escuche ni un ruido. Si bien los pasajes del casco antiguo tienen un aire medieval, este es un capítulo aparte. Se conoce como el callejón de los curtidores, porque era la zona donde vivían los comerciantes del cuero en la Edad Media. Se distingue porque es un camino curvo que concentra más de veinte construcciones. Hoy esos edificios no conservan la tradición de la curtiembre, por suerte tampoco los olores fuertes de esas épocas, sino que la mayoría están abiertos como bares, cafés y tiendas.
A menos de cinco minutos de distancia, al final de la calle Albrecht-Dürer, una construcción de piedra blanca y madera roja es del mismo estilo y está abierta al público. La Casa- Museo del artista alemán Alberto Durero es una edificación de 1420. Se puede entrar a las habitaciones originales, al taller y a las diferentes exposiciones sobre los trabajos y vida del artista.
Lápices. La línea de metro U2 es la que va hacia Stein. Ahí el castillo de Faber Castell está cerca del museo, la fábrica y una tienda especial con todos los instrumentos de escritura. No quedan dudas de que acá nació la empresa de lápices. A lo lejos, en el estacionamiento del castillo, se ve una escultura color bronce de un sacapuntas afilando un lápiz y se podría considerar el kilómetro cero. Un punto central entre todo lo que hay para ver, sobre la historia de una marca que tiene 257 años y pasó por las manos de 8 generaciones.
Para conocer el museo, el castillo o la fábrica hay que llegar en el momento justo, saberse los horarios de antemano, o haber reservado un tour, porque no siempre están abiertos al público. De todos modos, quien no coincida con las fechas de apertura, siempre puede visitar la tienda a pocos metros del castillo que se ve casi pintado, igual al que aparece en las cajas de lápices.
Un día. Playmobil es a Alemania lo que Lego es a su vecina Dinamarca. Y si existe Legoland cómo no va a haber un parque de Playmobil. Está en las afueras de Nuremberg, a menos de una hora de viaje en trasporte y es el plan para pasar un día o más.
Los niños tienen de todo para hacer. Desde tomar un curso de manejo, jugar en los trampolines, los juegos de agua, los toboganes con todas las alturas y formas, hasta afinar la puntería en un minigolf. En cuanto a los Playmobil el tamaño real están: el barco pirata, el arca de Noé, laberintos, un castillo, una granja y un mundo de los dinosaurios. Si el tiempo no alcanza y dan ganas de quedarse, hay un hotel dentro del parque para pasar la noche y continuar al día siguiente. A la hora de comer, las opciones son variadas: bares, locales de crepes, cafeterías y restaurantes.
RECUADRO
Especialidad
Sin salchicha y sin cerveza nadie se siente en Alemania. Sea en un festival o en un bodegón, para probar lo más típico hay que pedir una bratwurst. En verdad una es poco. Lo común es pedirlas de a tres si vienen en sándwich, de a seis o doce si vienen al plato, porque son chiquitas como los dedos de una mano. Esta salchicha es la especialidad de Nuremberg, se hace a partir de una receta tradicional de 1300 y se produce solo dentro de la ciudad.