Las 3.000 almas que viven en Nueva Venecia, un pueblo de palafitos construido en las aguas de la Ciénaga Grande de Santa Marta, el complejo lacustre más grande de Colombia, se resisten a hundirse en el dolor de la violencia y ven en el turismo la mejor forma de salir a flote.
La madrugada del 22 de noviembre de 2000, el miedo se apoderó de los pobladores de las 600 casas que componen el pintoresco lugar, al que se llega después de navegar dos horas desde el caribeño municipio de Ciénaga, en el departamento del Magdalena.
Ese día, 60 paramilitares del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia fueron enviados a “castigar” a los señalados de ser auxiliadores de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional.
A bordo de seis lanchas, y cuando todavía el sol no salía, llegaron para masacrar inicialmente a quince pescadores que iniciaban su faena. Luego reunieron a la comunidad en la iglesia y lista en mano fusilaron a quince lugareños más.
Cuentan que con la sangre de los muertos, los “paracos”, como todavía los llaman, escribieron en las paredes: “Que tengan una Feliz Navidad”.
Para terminar el recorrido por los 4.280 kilómetros cuadrados de la ciénaga, de los cuales 730 corresponden al espejo de agua, los paramilitares acabaron con 9 personas más. Fueron 39 las vidas que se perdieron, hecho que sembró la semilla de la desconfianza en la zona.
Nueva Venecia se convirtió entonces en un pueblo fantasma en el que solo quedaron tres familias. La mayoría, como el vendedor de pescado Wilman Hereira, huyeron hacia tierra firme. Hereira, de 44 años de edad, regresó tras perderlo todo porque lo único que sabe “es vivir en el agua”.
Sin embargo, los peces escasean y por ello la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional otorgó recursos que gestiona la organización ACDI/VOCA para el Programa de Alianzas para la Reconciliación.
El objetivo de la comunidad, bajo el acompañamiento de la Fundación Creata, es descubrir el potencial turístico del área que habitan y que ya sedujo a tres canadienses que vivieron la experiencia de ser Pescador por un Día, como se denomina uno de los recorridos que ofrecen. Así, 35 personas ejercen ahora de lancheros, cocineras, guías y bailarines como parte del Tour Náutico, otra de las alternativas que idearon. Ellos reciben a los turistas que llegan en lanchas de motor luego de disfrutar de un paisaje en el que destaca un sistema de lagunas interconectadas por caños.
En casa. A unos diez minutos de Nueva Venecia, en donde el nivel del agua alcanza solo los dos metros de profundidad, los visitantes son recibidos en canoas con la bandera de Colombia. “Bienvenidos a Nueva Venecia, territorio de paz”, gritan los guías, vestidos con jeans, camisetas azules y gorras beige.
Allí comienza la visita a los palafitos, en donde los residentes esperan en la puerta de las casas cuidadosamente pintadas de rosado, verde, azul, rojo y anaranjado.
Las embarcaciones avanzan por las calles de agua y luego aparecen los niños, sonrientes y curiosos, que se dirigen a recibir clase en la única escuela del lugar. Al centro educativo llegan bogando con naturalidad en pequeñas e improvisadas planchas de madera.
Después de atravesar el pueblo flotante comienza el trayecto por el Caño Aguas Negras, un ecosistema de manglar donde se apagan los motores para que iguanas, babillas, gaviotas, garzas, colibríes y pelícanos se paseen con tranquilidad frente a los turistas.
Posteriormente se llega al caño Los Guayacanes, en donde se desciende para caminar bajo un calor sofocante hasta un rancho en donde están otros guías.
“Esta es otra forma de vivir y tener más ingresos. Para nosotros ha sido una bonita experiencia porque hemos descubierto que a la gente que viene de otros países le gusta conocer cómo vivimos y cuáles son nuestras costumbres”, explicó Juan Carlos Cantillo.
Además, agregó, gracias a esta idea ha regresado la confianza al pueblo después de haber sido afectados por el conflicto armado. Y es que, para moradores como Gabriel Moreno, cada vez que llega una lancha con visitantes se convierte en un día histórico.
Los nacidos o criados en Nueva Venecia que, según Moreno, se consideran a sí mismos “el pueblo del agua”, son una comunidad anfibia que decidió dejar atrás la violencia para abrazar el emprendimiento turístico y salir a flote a pesar del dolor.