Tiene 25 años de edad, piel de ébano, ojos oscuros y el pelo amarrado con una tela roja a modo de turbante. Se llama Adriana, lleva una blusa blanca bordada a mano, falda muy amplia, collar largo y unos enormes aros que remiten a su indudable herencia africana. Con la voz suave ofrece unos deliciosos acarajé, buñuelos fritos en aceite de dendé que se acompañan de salsas picantes y camarones secos. Lleva ya vendidos más de una docena en lo que va de la mañana y confía en llegar a más de 30 buñuelos cuando al terminar la tarde deje su puesto callejero ubicado en el Pelourinho, el barrio más tradicional de Salvador de Bahía. “Nadie se resiste a este manjar”, asegura Adriana con una sonrisa que le forma dos hoyuelos en las mejillas.
Salvador es la capital del estado de Bahía, en el noreste de Brasil. Fundada en 1549 por el conquistador portugués Tomé de Sousa, fue en sus comienzos la ciudad más importante de la Corona de Portugal en el continente americano gracias a las enormes riquezas que generó la exportación de azúcar a Europa. De aquellos tiempos de gloria, el principal legado es el barrio de Pelourinho, centro histórico de la ciudad ubicado sobre una colina que se eleva de manera abrupta casi cien metros desde el puerto costero. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, el Pelourinho está repleto de casas coloniales de frentes coloridos, calles angostas y empedradas, una vieja plaza municipal flanqueada por edificios suntuosos, faroles de hierro en las esquinas y varias decenas de templos de los siglos XVI, XVII y XVIII.
De las muchas iglesias del Pelourinho, la más importante es la de San Francisco. Considerado uno de los templos más hermosos de todo Brasil, fue construido en estilo barroco en el siglo XVII y se caracteriza por los dos torreones que se levantan sobre la plaza empedrada de Anchieta. “La mayoría de las iglesias de este barrio son barrocas y es por eso que el Pelourinho se considera el mayor conjunto urbano barroco existente fuera de Europa”, explica Joaquim Barbosa, un estudiante de turismo que por unos pocos reales se ofrece a guiar a los visitantes por los mejores rincones de Salvador. Para Joaquim, un recorrido por las iglesias de Pelourinho no está completo sin una visita al colorido templo de Nossa Senhora do Rosario dos Pretos, que fuera construido totalmente por esclavos negros traídos de África. “Esta iglesia era la única a la que tenían permitido el ingreso los negros en la época colonial”, cuenta el joven guía.
Alturas y playas
En la periferia del Pelourinho se encuentra el elevador Lacerda, un ascensor público de 72 metros de altura que conecta la parte alta de la ciudad con la zona portuaria, a nivel del mar. Construido en 1873 por el ingeniero Augusto Frederico de Lacerda, operó inicialmente con dos cabinas que con el tiempo se convirtieron en cuatro, en la actualidad electrificadas y con capacidad para 20 personas cada una.
El ascenso y descenso en las cabinas permite disfrutar de las mejores vistas de la Bahía de Todos los Santos, que suelen estar repletas de barcos de todo tipo, así como del tradicional y ya centenario Mercado Modelo. De estilo neoclásico, este enorme mercado tiene casi 8.500 m2 de superficie y cuenta con 263 tiendas que ofrecen artesanías locales.
Hacia el sur del Mercado Modelo, siguiendo la línea costera que se orilla a la Bahía de Todos los Santos, se encuentra Porto da Barra, una muy tradicional playa de Salvador que es célebre por sus magníficos atardeceres. Y un poco más al sur se extienden las arenas blancas de Farol da Barra, balneario de aguas mansas cuyo nombre hace referencia a un histórico faro ubicado junto a la muy antigua Fortaleza do San Antonio desde cuyos muros se domina gran parte de la costa.
Sin embargo, las mejores playas para los turistas que lleguen a Salvador de Bahía están en las afueras de la ciudad, sobre las costas que se extienden hacia el norte. Situadas a poco más de 70 km de Salvador, las playas de Imbassai tienen una extensión de 9 kilómetros de arenas muy blancas. Además de su muy largo frente, la anchura también es una característica saliente de sus costas.
Cintas con poder
Junto a sus playas, Imbassai cuenta también con un pequeño pueblo de pescadores, cuyas dos calles principales convergen sobre la costa. En los atardeceres, esas calles se pueblan de bahianos que ofrecen a los turistas las llamadas cintas del Señor de Bonfim, que supuestamente tienen el misterioso poder de conceder los deseos a sus portadores. Hechas en variados colores que se relacionan con el deseo que se pedirá, las cintas deben atarse a la muñeca con tres nudos y dejarlas ahí hasta que se rompan de manera natural.