Ganesha parece mirar a todos desde su trono dorado. Borroneada por el humo de los inciensos, con la larga trompa extendida hasta el ombligo, la deidad hinduista ofrece sus ojos oscuros a la multitud de fieles. Algunos encienden velas, otros se arrodillan, todos elevan plegarias en un rumor cadencioso. La solemnidad es palpable en la plaza Durbar, el corazón mismo de Katmandú, donde los templos y los sitios sagrados son postales omnipresentes.
“Somos un pueblo pegado a los cielos, en el que las almas respiran más cerca de los dioses”, dice Savitri, una anciana de rostro apergaminado. Con una mano huesuda señala al norte, donde se levantan las cumbres nevadas de los Himalayas que cubren gran parte de la superficie de Nepal.
Katmandú es la capital de Nepal, un pequeño país del centro de Asia cuya geografía está casi por completo trepada a la cordillera de los Himalayas. Ubicada en un enorme valle, la ciudad es un laberinto de calles trazadas de manera anárquica que llevan siempre a rincones asombrosos, desde pequeños santuarios invadidos por monos y grandes estupas budistas hasta parques desbordados por vendedores ambulantes.
Uno de esos sitios de asombro es la plaza Durbar, un lugar de perfil medieval al que la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad por su excepcional riqueza cultural y arquitectónica. “En nuestro idioma Durbar significa palacio. El nombre tiene que ver con el viejo Palacio Real, que se encuentra en la parte más importante de esta plaza. Hasta el siglo XIX fue la residencia del rey”, le explica un guía a un grupo de turistas chinos que serpentea entre cientos y cientos de palomas en el suelo de la plaza.
Lo que más se distingue de la plaza son sus templos. La mayoría con techos de tejados cónicos en tonos rojizos y largas escalinatas sobre sus costados. Dedicado al poderoso dios Shiva, el templo Majul Deval es uno de los más imponentes y sus escalinatas suelen estar llenas de gente que pasa varias horas allí, simplemente descansando y dejando que pase el tiempo.
Entre los templos se levantan también algunos santuarios dedicados a varias deidades del hinduismo, principalmente a Ganesha y Hanuman. El primero es el dios elefante que ayuda a sus fieles a remover los obstáculos de la vida y el segundo, el dios mono que encarna el valor, la lealtad y la fidelidad.
Lamentablemente, muchos de los santuarios y los templos de Durbar muestran las huellas del terrible terremoto que sacudió el centro de Nepal en abril de 2015. Techos caídos, paredes apuntaladas con maderos para evitar que se desmoronen y escaleras hundidas por completo son muestras palpables de la violencia del sismo, que destruyó gran parte de la ciudad y cobró la vida de más de 7.000 personas.
Cenizas del paraíso. Las calles que llevan hasta Durbar suelen cubrirse de mujeres que transportan bandejas repletas de pétalos de flores hacia los templos de la plaza. En su camino, se detienen frente a pequeñas estatuas de dioses. Los veneran frotándolos con polvillos rojos y reciben solemnes bendiciones de algunos sadhus, mendicantes hindúes que dedican su vida a la austeridad y suelen cubrir su cuerpo con pigmentos simbólicos. Muchos de esos sadhus pasan la mayor parte del tiempo cerca de Pashupatinath, el más importante de los templos hinduistas de Katmandú, en la zona oriental de la ciudad, sobre las orillas del río Bagmati.
En esas orillas se desparraman escalinatas por las que los fieles llevan a cabo baños purificadores durante la mañana, sumergiendo tres veces el cuerpo en las aguas sagradas. Junto al río pueden verse también piras funerarias, armadas esencialmente con maderas de sándalo, sobre las que se queman los cuerpos. Las cenizas serán luego arrojadas al Bagmati para alcanzar así la moshka, es decir la liberación del círculo de reencarnaciones que rigen la vida y la muerte de los hinduistas.
Los ojos de Buda
Aunque la mayoría de la población de Katmandú es hinduista, la religión budista es también muy importante en la ciudad. Los creyentes aseguran que Buda caminó por las calles de Katmandú en sus días de iluminada juventud, tras haber nacido en la cercana aldea de Lumbini. En varios lugares de la capital se levantan estupas, templos de formas esféricas que contienen reliquias y suelen tener pintados en sus partes más altas los ojos vigilantes de Buda. El más importante de estos templos es Boudhanat, la estupa más grande no solo de Nepal sino también del mundo. Está ubicado en las afueras de la ciudad, a poco más de diez kilómetros de la zona de Durbar.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional