Bailar salsa, pasear en los típicos autobuses coloridos de Colombia y lanzarse en parapente puede que no sean experiencias excepcionales para los turistas que llegan a Cali. Pero todo cambia cuando se hace a ciegas. Un grupo de extranjeros ciegos o con visión disminuida experimentó en los últimos días lo que por mucho tiempo estuvo exclusivamente reservado a videntes.
El llamado “turismo para ciegos”, que incluye hacer desde escultura hasta deportes extremos, aterrizó por primera vez en Colombia luego de despegar de Argentina y hacer una primera parada en México.
Sesenta y nueve extranjeros con discapacidad visual provenientes de América Latina y Europa llegaron a Cali para una inédita cita en esta ciudad del suroeste del país, la tercera en importancia, rodeada de verde y con un pasado de violencia del narcotráfico que ha venido enterrando de a poco.
“Aquí lo tienes todo”, cuenta el español Rafa Matos, de 47 años, uno de los participantes. “Tienes la gente que te está explicando en todo momento lo que te rodea, por dónde vas, por dónde vas caminando…”.
Este encuentro y otros siete previos realizados en México y Argentina forman parte de Tiflolibros, una iniciativa lanzada en 1999 por el argentino Pablo Lecuona que empezó siendo una biblioteca digital para ciegos, la primera de su tipo que reúne más de 50.000 títulos en español.
“Al ir contactándote con la gente te dabas cuenta de que muchas personas tenían ganas de conocer en aquel momento Argentina u otro país”, explica Lecuona. Pero “tenían una discapacidad visual y solas no se animaban, porque muchas veces los hoteles no están preparados o se asustan cuando ven a una persona con discapacidad visual”. Entonces fue cuando este experto en tecnología de 43 años, que de pequeño fue perdiendo la visión hasta quedar en tinieblas, se propuso que los ciegos, además de acceder a una biblioteca virtual, pudieran viajar sin limitaciones ni miedos. Bajo la conducción de guías profesionales y voluntarios, el grupo de 69 alemanes, españoles, argentinos, dominicanos y ecuatorianos, entre otros, recibió clases de salsa, recorrió la ciudad y hasta se montó en las “chivas rumberas”.
Dentro de estos autobuses turísticos la música nunca deja de sonar y la falta de asientos obliga a que todo el mundo baile. Entre risas y aplausos, los viajeros conocieron así una parte de Cali.
El español Rafa Matos fue más allá. Después de ir de excursión campestre y bailar, se decidió a lanzarse en parapente. “No pensaba” hacerlo, cuenta, “pero a última hora dije: ‘Adelante’”. Ya en tierra, confiesa que fue feliz y que hizo “cosas diferentes que no había hecho nunca”. El itinerario de casi ocho días les ofreció igualmente la oportunidad de moldear esculturas y hasta de escalar un muro, una experiencia usualmente vedada a los invidentes, que lo hicieron aquí con ayudas auditivas.
Dependiendo del país de destino, cada participante pagó entre 800 y 1.200 dólares, aparte de boletos aéreos. Voluntarios y socorristas sirvieron como guías. Este turismo inclusivo o “sin barreras” deja atrás la idea de que los ciegos son personas que “no pueden hacer un montón de cosas”, enfatiza Lecuona.