En el sur de China, una pequeña población de pescadores se convirtió, en poco menos de dos décadas, en una especie de meca de la tecnología, gracias a su excelente ubicación geográfica, un clima ideal, incentivos económicos para quienes se instalen allí y una apertura política solapada del gobierno central hacia los inversionistas extranjeros. Es así como Shenzhen fue bautizada por algunos analistas y periodistas como el Silicon Valley chino.
Quizá suene demasiado grandilocuente, pero lo cierto es que esta ciudad de 10 millones de habitantes es la sede de las empresas tecnológicas que le están dando un impulso vital a la industria china. Nada menos que 6.000 fabricantes de dispositivos electrónicos se encuentran en esta ciudad, con varias empresas de primera categoría.
Allí se fabrica la gran mayoría de los smartphones que se venden en China y a nivel mundial. Por eso no sorprende que tengan su sede algunos de los fabricantes de smartphones más importantes, como Huawei y ZTE. También tiene su sede central Foxconn, donde se elaboran diariamente los iPhones que se venden en todo el planeta y CSOT, el fabricante de paneles de los televisores TCL. Igualmente, SZ DJI, uno de los mayores productores de drones del mundo y Tencent, el creador del WeChat, la red social utilizada por casi un millardo de personas.
Moderno y tradicional. Rodeada de gigantescos parques naturales, sin una pizca del smog que enturbia el cielo de la populosa Pekín y muy cerca de la frontera con la autónoma y muy occidentalizada Hong Kong, en Shenzhen se entremezclen la milenaria cultura china, con sus casas típicas, puerto tradicional y arrozales, con una arquitectura muy moderna que se puede apreciar en un aeropuerto internacional muy actual y bellamente diseñado, además de los rascacielos de la ciudad.
Y, sobre todo, en la tecnología, que se respira en todos lados. En el aeropuerto mismo, donde un robot policía vigila incansablemente todo lo que ocurre a su alrededor. La robótica es otra de las industrias que está altamente difundida en esta ciudad del futuro que ya llegó.
La calle Huaquiang, en pleno centro de la ciudad, es el lugar por excelencia para quien busque algún producto electrónico. Hay tiendas oficiales y otras no tanto, de las marcas más conocidas de smartphones, cámaras de fotos, videos, gadgets, notebooks, televisores, tabletas y todos los accesorios imaginables. También hay varios centros comerciales, destinados específicamente a estos dispositivos. Si bien hay tiendas tradicionales, son minoría: los pequeños stands con vitrinas a la vista son la norma. Los vendedores no tienen problemas con el idioma que hable el comprador: calculadora en mano, los números mandan y el regateo es prácticamente obligatorio.
Gangas y extravagancias. Entre las excentricidades es posible encontrar teclados o mouses hechos de madera de bambú, pendrives con todas las formas posibles y celulares antiguos a la venta, incluido el DynaTAC (el viejo “ladrillo”) y el todoterreno StarTAC de Motorola, pasando por el infalible 1100 de Nokia y otros modelos que muchos coleccionistas buscan con ansiedad.
Pero en algunos de estos puestos también es posible ver gente que, destornillador en mano, desarman o ensamblan todo el tiempo smartphones, tabletas, PC y notebooks, con partes desechadas por las fábricas. Así, es factible conseguir todos los componentes para armar un equipo manualmente, como demuestra el video viral “Cómo creé mi propio iPhone en China” (lo puede buscar en Youtube).
O también alguna notebook con carcasa antigua, pero con componentes de última generación o un televisor, que luego son ofrecidos a un precio que tienta a cualquier occidental (y que, de nuevo, es posible regatear).
Otra realidad
Ni bien cierran las tiendas a las 8:00 pm, y bajo las luces LED que iluminan de manera increíble los gigantescos edificios de la ciudad, aparece otra realidad: la de los revendedores callejeros. Estos personajes ofrecen, en susurros apenas audibles y en un inglés poco menos que rústico, smartphones de última generación o cámaras digitales a un muy buen precio. Claro, sin factura, garantía ni certificado de ningún tipo.
Es en las calles, además de las consabidas bicicletas de alquiler a través de código QR y las ciclorrutas que invaden las veredas, donde es fácil obtener algunas ofertas de segunda selección; es decir, equipos que por alguna falla menor (un pequeño golpe en la carcasa o algún otro defecto mínimo) no se pueden comercializar. En ese mercado de reventa es viable conseguir auténticas gangas. Aunque, nuevamente, hay que tener mucho cuidado con las falsificaciones: el reclamo formal no es parte de la operación.
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