Tannat es el eje sobre el que gira todo el universo del vino uruguayo. No hay otro país que se dedique con tanto esmero y pasión al perfeccionamiento de esta variedad de uva nacida en los Pirineos Atlánticos. Con nueve regiones vitivinícolas esparcidas por todo el territorio, Uruguay comienza a ser una marca con cierto renombre y la tannat tiene mucha responsabilidad en eso.
Sebastián Gonzatto, gerente de Exportación de la bodega González Suárez, explica el fenómeno: “Toda la vida se elaboró vino en Uruguay, pero siempre se apostó a la cantidad antes que a la calidad. Eran vinos de mesa, algo rústicos, sin otras pretensiones que satisfacer el mercado local”.
Sentado en el salón de su emprendimiento personal, el hotel de campo Tierra Mora, cuenta que el gran cambio llegaría en los años noventa, con la globalización del comercio y el Mercosur. “El gobierno de entonces decidió apostar por la transformación de los viñedos –dice Gonzatto–, todos los bodegueros recibieron subvenciones para plantar nuevas cepas y cambiar sus métodos de elaboración. Algunos las aprovecharon y otros no, pero ahí comenzó el auge de nuestros vinos».
González Suárez tiene su finca en Canelones, capital del departamento homónimo. A 30 kilómetros de Montevideo, esta zona representa como ninguna el despertar de la cultura vinícola uruguaya. Congrega una densidad de bodegas por kilómetro cuadrado que no se da en otras áreas del país. Aquí, en 1874, don Pascual Harrigue, un inmigrante vasco-francés, plantó las primeras viñas de tannat.
“La variedad ya se utilizaba en Francia, en Burdeos, pero como uva de corte para modificar el sabor de otras predominantes”, explica Francisco Pizzorno, enólogo de las bodegas que llevan el nombre de la familia, una de las tantas en Canelones. “En Uruguay, por las características de los suelos y el clima, arraigó tan bien que se convirtió en monovarietal”, agrega.
Francisco pertenece a la cuarta generación de una saga que repite con exactitud lo que ocurre prácticamente en todas las bodegas de Canelones: se trata de empresas familiares, pequeñas o medianas, en las que el vino, más que negocio o medio de vida, es cultura y tradición. En todas, el 100% de la cosecha es artesanal; en muchas, incluso el etiquetado y limpieza son tareas que siguen realizándose a mano.
Juanicó es la bodega de la región que rompe los moldes. Si Pizzorno posee 21 hectáreas de plantaciones y produce entre 180.000 y 200.000 botellas al año, el establecimiento que fundó Francisco Juanicó en 1830, y que desde los años sesenta del siglo pasado regenta la familia Deicas, cuenta con más de 280 y su producción ronda los 6 millones de botellas anuales.
Ha sido declarada Monumento Histórico Nacional porque conserva algunos de los edificios de cuando el lugar pertenecía a la Orden de los Jesuitas. En uno de ellos, levantado en el primer tercio del siglo XVIII, se encuentra la cava original, cumpliendo todavía la misión de conservar los barriles de roble donde madura el vino.
Entre cepas y turistas. La apertura de mercados internacionales para los vinos uruguayos derivó en la puesta en marcha del enoturismo, actividad paralela a la que se fueron sumando bodegas.
Según el Instituto Nacional de Vitivinicultura, en 2015 la exportación alcanzó los 2,3 millones de litros; dos años más tarde esa cifra casi se había duplicado hasta superar los 4 millones.
Son numerosas las cepas que crecen bien en los suelos orientales. El merlot, una uva de ciclo corto porque se planta de manera tardía y se cosecha temprano, también se siente cómoda. Y pese a los rigores invernales, hay espacio para la cabernet sauvignon, la malbec y varias más. Aunque por supuesto, manda el color rojo oscuro, casi negro, del tannat, con su aroma que evoca los frutos rojos maduros, los higos y las ciruelas pasas.
“En Uruguay llueve el doble de lo que necesita un viñedo”, explica a su vez Nicolás Díaz de Armas, de Juanicó, “por eso se planta gramilla alrededor de las plantas, para que absorban la humedad excedente. La uva, para ser buena, necesita sufrir un poco de estrés hídrico”.
Recuadro
El dato
La Ruta del Vino (www.rutadelvinouruguay.com) se denomina la senda enoturística creada hace unos pocos años para recorrer Canelones y su área de influencia, pero sobre todo para conocer de cerca todos los pasos que atraviesa una uva hasta convertirse en elíxir y, por supuesto, para degustar.