Se dice de ella que es docta, gorda y roja. Así es como llaman a Bolonia. Docta porque su universidad de 1088 es una de las más antiguas del mundo. Gorda porque no es fácil cuidar la silueta ante la cocina que dio al mundo los tortellini, la mortadela de Bolonia y la salsa de tomate con carne. Roja porque es el color que resalta sobre sus techos y fachadas.
Al norte de Italia, hay que decir que sus vecinas Milán, Venecia y Florencia le roban un poco de protagonismo, pero ni por cerca la eclipsan. Aunque tenga perfil bajo, una visita de un fin de semana no alcanza. Lo recomendable es dedicarle el mismo tiempo que a los clásicos de Italia, y aprovechar que está de camino entre ellos. De Milán, a 215 kilómetros; de Venecia, a 157; y de Florencia, 110.
Si hubiese lugar para otro apodo, al docta, gorda y roja se le sumaría opulenta. No solo por la cantidad de Ducatis y Lamborghinis que andan y se oyen por las calles, sino porque estas máquinas de lujo son originarias de esta zona. Los museos y fábricas de ambas marcas están abiertos para que los amantes de las ruedas se acerquen a admirar hasta sus bujías.
Hablando de opulencia, bien que la hubo en tiempos pasados y con ostentaciones que hoy quedan a la vista. Parece que las familias de antes demostraban sus riquezas de acuerdo a lo alto que era el lugar donde vivían. A mayor altura, mayor poder adquisitivo. La competencia por ver quién vivía más arriba convirtió a Bolonia en una Manhattan medieval, con más de cien torres de las cuales aún se conservan poco más de veinte.
Lo adinerada que fue la familia Asinelli ya pasó a la historia. Su torre construida entre 1109 y 1119 tiene 97,2 metros de altura y es, junto a Garisenda (varios metros menor), el símbolo de la Edad Media boloñesa. Una al lado de la otra están en la plaza Porta Ravegnana.
Arcos. En 1288 la urbanización avanzó rápido con la llegada de estudiantes y el desarrollo de la vida universitaria. Para ordenar este crecimiento se dictó una ley por la que cada edificación debía tener un pórtico. Así fue como la ciudad se llenó de arcos. Y aunque los haya de todo tipo y color, los más famosos son los 666 que suben (a través de 3,8 kilómetros) al santuario de Nuestra Señora de San Luca. Se dice que el pórtico es largo y escabroso como una serpiente y que simboliza al demonio, pero nadie lo confirma.
Cada día, por debajo de las arcadas caminan parejas, familias y corren los que buscan sumar dificultad al entrenamiento. Al llegar a la cima de la colina de la Guardia, a 300 metros de altura, la iglesia barroca, la vista a la ciudad y el aire fresco, mezclado con el olor a incienso, hacen que valga la pena quedarse un rato antes de emprender la bajada.
La no catedral. Desde que viaja cada año para visitar a su hermana Graciela, Cora Valloire conoce Bolonia. Durante sus primeros viajes, la imagen de un canal le llamó la atención. Era una foto que se repetía en los folletos turísticos, pero con la que nunca se cruzaba en sus paseos. Con el tiempo ese misterio se convirtió en la misión por encontrarla y ahora comparte la clave para ahorrar tiempo de búsqueda.
A pesar de que no se aprecie, Bolonia tiene una gran red de canales, que no forman parte del paisaje porque la urbanización terminó por enterrarlos. La Finestrella sobre Via Piella es una ventana abierta con vista al agua. Otra opción para espiar es a 150 metros de ahí, desde Via Guglielmo Oberdan, donde se puede ver el canal del molino a través de una reja.
La Plaza Mayor y la basílica de San Petronio están a 10 minutos a pie de esas vistas turísticas a la ciudad subterránea. Aunque la plaza es amplia, la Basílica, con su fachada incompleta, concentra la mayor atención. En honor a su patrono, comenzaron a construirla en 1390. Según los planos, la diseñaron para ser la catedral más grande del mundo, pero dicen que en 1561 el papa Pio IV detuvo su construcción. La catedral nunca llegó a ser catedral, y no solo eso, quedó a mitad de camino.
RECUADRO
Ritos y comida
Si de ritos se habla, así como Inglaterra tiene su té a las 5:00 pm, Italia tiene su aperitivo a las 7:00 pm. El spritz es lo que sale, al menos la copa con bebida naranja es lo que más se ve sobre las mesas a la calle. En especial, las de los bares que están en la plaza Santo Stefano, cerca de otra basílica, una zona también conocida como las Siete Iglesias.
Dos calles más para apuntar, con buena oferta de restaurantes, bares y heladerías son Via Caprarie y Via degli Orefici. No cabe duda que al momento de comer se debe honrar la cocina italiana. Pizza, sándwich de mortadela, tortellini a la crema o lasaña son algunas especialidades locales. Sin embargo, nadie debería irse sin antes probar los tagliatelle con una salsa de tomate y carne, a la que muchos le dicen boloñesa, pero se llama ragú.