Era la Venezuela infinita. Parecía que nada podía ir mal cuando, en la década de los 80, el mundo todavía miraba con admiración al país. Petróleo, minerales, cacao, gas, turismo, pesca. Recursos inagotables que ubicaron a la patria de Bolívar en el primer lugar del ranking de las naciones más ricas de Latinoamérica. Hoy día ocupa el antepenúltimo puesto.
Fueron los años dorados de la nación, aquellos que recuerdan con añoranza quienes en la segunda década del siglo XXI, ya jubilados, miran al pasado con una mezcla de nostalgia, resignación y enfado.
Blanca Mendoza, de 80 años de edad, explicó a Efe que es jubilada del Poder Judicial, al que dedicó tres décadas de su vida. Ahora percibe una pensión que no llega a 1 millón de bolívares mensuales (2,55 dólares), que, como ella misma reconoce, no le alcanzan «para nada».
En una situación similar se encuentra Enrique Rubio Araujo, quien recuerda cuando en los 80 tenía un salario de 2.000 bolívares (entonces equivalentes a unos 500 dólares). Esta cifra le daba para comer, «vivir normal» e, incluso, viajar. Y le quedaba dinero para ahorrar.
Soledad y morriña
«En los 80 vivíamos bien, Caracas era una ciudad preciosa, tranquila, sin problemas. Hoy, horrible. La situación se nos ha puesto sumamente difícil, sobre todo para nosotros, los ancianos. Yo trabajé en el Poder Judicial 30 años y no gano 1.000 bolívares mensuales (2,55 dólares)», explicó Blanca.
La anciana aseguró que su pensión no le da ni para comprar los medicamentos que debe tomar para tratar varias patologías. Asimismo, lamenta no tener a nadie que colabore con ella en el día a día. Aunque, de vez en cuando, recibe una pequeña cantidad de dólares que le envía una hija que reside en Estados Unidos.
Pese a no sentirse satisfecha con la gestión del régimen, agradece los bonos en forma de alimentos o servicios de primera necesidad.
A pesar de las ayudas gubernamentales o familiares, Blanca no alcanza a cubrir sus necesidades. Ni siquiera puede tomar un taxi para ir al médico, porque no tiene dinero suficiente para eso.
«La economía mía es muy precaria, yo tengo que andar sola, así como usted me ve, buscando a ver qué es lo poco que puedo comprar, que es lo mínimo que me sale. Ahorita me dieron mi pensión del Seguro Social, 400.000 bolívares (1,02 dólares), no alcanza para comprar ni medio kilo de queso, es muy difícil», lamenta la mujer.
Para ella, Venezuela necesita un gobierno que pueda garantizar protección social para los adultos mayores. «Se necesitan de esos ancianatos nobles y puros», subrayó.
Durante su conversación con Efe, vuelve la vista atrás nuevamente y recuerda cuando «tenía carro, trabajo, médicos y medicamentos gratis».
«Y ahora, estoy en la inopia totalmente. Yo no tengo estabilidad económica, no creo que nadie la pueda tener. Pero nosotros, los que éramos clase media, ahora no tenemos ningún estatus de clase. Hay mucha falta de todo, hasta de que me metan en un hospicio, un ancianato, porque estoy viviendo sola, sin protección», insiste la octogenaria.
«Aquellos maravillosos años»
Enrique Rubio recuerda los años en Venezuela en que, con su sueldo, además de comer, poder viajar y ahorrar, todavía se podía permitir algún capricho, explica a Efe. Pero no solo echa de menos aquella normalidad que hoy sería un lujo, sino también los servicios públicos, la tranquilidad y la libertad.
«Había gas, todos los servicios públicos funcionaban y si uno salía a protestar no lo metían preso como ahora. Criminalizan la protesta», agrega el sexagenario. Él lo tiene claro: la culpa es toda «del socialismo y del comunismo».
«Los otros partidos (anteriores al chavismo) mandaban regularmente bien, y vivíamos regularmente bien, pero entonces llegó Chávez financiado por Cuba e inventó el socialismo. Es igual que el comunismo, y el comunismo, si lo ponen a administrar el desierto, al año, no hay arena en el desierto», aseguró Rubio.
Mantiene en su memoria como un flagelo cuando llegó Chávez e hizo sus criticadas expropiaciones: «Iba engañando y sometiendo al pueblo. Porque ellos acaban con todos los servicios públicos y las empresas privadas. Al acabar con todo, vienen con las bolsas del CLAP y con eso tienen al pueblo dominado».
Está convencido de que la economía venezolana la acabó el comunismo para someter al pueblo venezolano. «Y en lo político también, porque ellos inhabilitan al que creen que les puede ganar».
«Antes compraba mis medicinas, me tomaba unos vinitos, viajaba. Hoy compro las medicinas y ya. Acabo de venir de cobrar la pensión y son 400.000 bolívares, que no da ni para una harina, que está en 470.000», lamenta.
«Ellos (funcionarios del régimen) viven como reyes y dicen que hay bloqueo. El bloqueo es para nosotros. La vida antes era mucho mejor», concluye el hombre.
¿Dónde están los recursos de Venezuela?
Siguen ahí. El petróleo, el oro, el gas. Todo sigue ahí, pero en bruto. El oro negro pasó de ser la joya venezolana a una mancha que se extiende por el Caribe, contaminando y destrozando todo lo que se encuentra a su paso. Las plataformas petrolíferas no reciben mantenimiento y la producción se redujo a la mínima expresión.
Y mientras los ciudadanos recurren a artilugios imposibles para poder cocinar en sus casas, el gas que deberían tener en sus fogones se pierde en el subsuelo circulando sin rumbo hasta convertirse en nada. Una vez más, la riqueza se evapora por falta de gestión y control.
La bauxita, el coltán, el diamante, el oro, el hierro, el cobre, el caolín o la dolomita también están en el mismo lugar, en el Arco Minero del Orinoco. Pero la zona está, de acuerdo con denuncias de diversas organizaciones de derechos humanos, dominada por los sindicatos. Ellos ejercen el control sobre una gran cantidad de operaciones.
En el último informe de la ONU sobre Venezuela, publicado en julio, se afirmó que los sindicatos deciden quién entra o sale de las zonas mineras: «También imponen reglas, aplican castigos físicos crueles a quienes infringen dichas reglas y sacan beneficios económicos de todas las actividades en las zonas mineras. Incluso recurriendo a prácticas de extorsión a cambio de protección».
Y es así como, también en las minas, la mala gestión y la corrupción acaban con las riquezas propiedad de los venezolanos, sabedores de que su tesoro está ahí. Pero también saben que otras manos lo manejan mientras ellos sufren el hambre y la pobreza en su propia piel.
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