VENEZUELA

Venezuela no va por buen camino para las elecciones de 2024

por Avatar GDA | El Tiempo | Colombia

Dada la forma como últimamente la comunidad internacional y algunos en Venezuela están hablando del país, se podría asumir que habrá elecciones a la presidencia libres y justas en 2024. “Maduro es 100 por ciento derrotable”, dijo Juan Guaidó en enero, refiriéndose a las perspectivas electorales del próximo año.

Los comicios de 2024 deberían de revertir la crisis de legitimidad de Venezuela. Pero para que esto sea un objetivo verdaderamente realista se tuvo que haber avanzado mucho más en este punto en las negociaciones entre el gobierno y la oposición, que han tenido lugar en Ciudad de México. Detalles como la fecha de las elecciones no han surgido en las conversaciones mediadas por Noruega. Asimismo, los fondos venezolanos congelados en el extranjero no están llegando al país para combatir la desnutrición infantil y otros aspectos de la emergencia humanitaria, como acordaron las partes. Tampoco Nicolás Maduro ha correspondido a la relajación de las sanciones petroleras de Estados Unidos.

Las negociaciones

Es más, Maduro no ha concedido ningún espacio político desde que Estados Unidos otorgó una licencia a Chevron para reanudar las operaciones energéticas limitadas en Venezuela. En resumen, las conversaciones en Ciudad de México están estancadas y las negociaciones sobre reformas electorales cruciales ni siquiera han comenzado. Se le suma que la oposición está sumida en uno de los episodios más divisivos de su historia.

Para que haya una elección presidencial creíble en 2024, este 2023 debe ser el año en que se sienten las bases políticas para ello. Hoy, sin embargo, la perspectiva de tales cimientos parece lejana, incluso cuando la crisis del país persiste sin cesar.

Las negociaciones entre el gobierno y la oposición comenzaron en agosto de 2022 y hasta ahora han dado lugar a un acuerdo humanitario para utilizar fondos estatales venezolanos congelados en el extranjero para pagar la respuesta de las agencias de las Naciones Unidas a la emergencia humanitaria del país. Pero el acuerdo aún no se ha implementado, y la discusión política de los diálogos tampoco no ha comenzado.

Aunque se hicieron reformas menores para las elecciones regionales de noviembre de 2021, queda mucho por hacer para que una futura elección presidencial sea creíble a los ojos de la comunidad internacional. Según un informe de una misión de la Unión Europea que supervisó las elecciones regionales, el último proceso electoral tuvo graves deficiencias estructurales, entre ellas la aplicación de las leyes que castigan la libertad de expresión y las listas electorales que subestiman a los votantes por un margen de millones.

El papel de Maduro

Maduro, quien enfrenta una investigación en la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad, controla todas las ramas del poder en el país, incluida la Comisión Electoral. Las reformas en este sector dependen enteramente de él. La presión internacional y la necesidad de reconocimiento pueden alentarlo a seguir adelante, pero hay varios obstáculos que podrían complicar las cosas.

El gobierno de EE UU ya ha declarado su voluntad de volver a intensificar las sanciones si no hay voluntad por parte de Maduro. “Si no hay progreso en las conversaciones, o si hay regresión, simplemente volveremos a imponer las sanciones”, dijo Juan González, de la Casa Blanca, en un pódcast de Americas Quarterly el 9 de enero. Pero, dados los cambios en el panorama político y económico mundial, puede ser difícil seguir aumentando la presión.

La nueva cosecha de líderes de izquierda en América Latina también es parte de la ecuación. Por ejemplo, tomemos a Colombia: desde que asumió el cargo el presidente colombiano, Gustavo Petro, ha priorizado la relación comercial de Colombia con Venezuela en su política exterior. Y Maduro es un garante de las conversaciones de paz entre Bogotá y el ELN, una prioridad para la administración de Petro, lo cual hace que la presión contundente de Colombia sea menos probable, como sí lo fue con el exmandatario Iván Duque.

Al mismo tiempo, una crisis energética global ha aumentado los costos de sancionar al petróleo venezolano. El presidente Macron, de Francia, un aliado tradicional de la oposición venezolana (dio la bienvenida a Juan Guaidó como presidente interino al Palacio del Elíseo en 2020), dijo en junio de 2022 que el petróleo venezolano debería ingresar al mercado.

Una crisis interna aguda

A medida que el progreso de las negociaciones sigue siendo escaso en Ciudad de México y la capacidad y la voluntad de la comunidad internacional para presionar a Maduro flaquea, persisten los desafíos estructurales que han alimentado la doble crisis humanitaria y migratoria de Venezuela.​

Tomemos como ejemplo la continua falta de acceso al crédito en el país. “El crédito ha desaparecido en Venezuela”, escribió el periodista Omar Lugo, en diciembre, en El Estímulo, el periódico que dirige. No estaba exagerando. Debido a que no tiene reconocimiento internacional, el gobierno de Maduro no puede acceder a préstamos multilaterales necesarios para hacer frente al colapso de la infraestructura de servicios del país. Tampoco es capaz de reestructurar la deuda de 60,000 millones de dólares que tiene el país con acreedores privados, dejando al margen a Venezuela de los mercados financieros y de la inversión extranjera directa.

Esta falta de acceso a dólares hace imposible que el gobierno de Maduro sostenga el crecimiento de la economía dolarizada de facto en el país. La precaria estabilidad lograda en los últimos años amenaza con ceder de nuevo. Según estimaciones de varios expertos, el año pasado terminó con una inflación acumulada cercana al 300%, y ya se habla de un retorno a la hiperinflación, gracias a una rápida apreciación del dólar frente a un bolívar cada vez más inútil.

Una situación económica lamentable debería crear un terreno político fértil para la oposición. Pero en lugar de conectarse con ciudadanos privados de derechos y canalizar la insatisfacción hacia un resultado electoral, los líderes de la oposición han estado ocupados acusándose mutuamente de traición y corrupción después de la disolución del gobierno interino.

Un lado, liderado por Juan Guaidó y líderes de su partido, Voluntad Popular, argumenta que la medida fue inconstitucional y similar al suicidio político, mientras que el otro lado, liderado por Julio Borges, exministro de Relaciones Exteriores en el gobierno interino, y una colección de otros partidos, argumenta que fue un movimiento necesario para poner fin a una burocracia corrupta que perdió la pista de su objetivo.

Las decisiones que llevaron a la disolución se tomaron en reuniones de Zoom que no estaban abiertas al público y nunca se explicaron completamente.

Esta lucha interna ha distraído a los líderes de la oposición de organizar sus primarias, para las cuales aún no hay planes claros, y ha proporcionado a los aliados internacionales la excusa perfecta para la falta de progreso en Ciudad de México.

Maduro, por su parte, ha mantenido su característico gobierno represivo. Más de 100 estaciones de radio (una fuente accesible de información en un país donde las conexiones a Internet son a menudo de mala calidad y caras) fueron cerradas el año pasado. Actualmente hay alrededor de 240 presos políticos en el país, incluidos funcionarios electos y conocidos líderes de la sociedad civil.

A pesar de todos estos desafíos, no hay mejor oportunidad para restaurar la democracia y la legitimidad de Venezuela que con la posibilidad de una elección presidencial en 2024. Los venezolanos merecen unas elecciones que cumplan con los estándares internacionales, y se está acabando el tiempo para sentar las bases necesarias para una elección que cumpla con esas características.

Si no hay progreso serio en el corto plazo en este sentido en las negociaciones, el próximo proceso electoral de Venezuela carecerá de credibilidad no solo para los observadores internacionales, sino también para los votantes venezolanos, que pueden negarse a participar en otra elección no libre e injusta. Y hay mucho en juego: si no se logra que las elecciones de 2024 sean un éxito, solo se profundizará una de las peores crisis migratorias y humanitarias en la historia de la región.